Sostiene Arnaldo Otegi que en el País Vasco no existe en la actualidad una mayoría suficiente para declarar la independencia. Tiene razón y, además, no tiene prisa alguna, porque su táctica es otra, más sibilina y paciente. Los abertzales siguen avanzando en lo suyo. De modo que, a partir de hoy, de la moción de censura de Pamplona, ya podemos ir apostando que la próxima parada de esos tipos de Bildu será la exigencia de un referéndum para la unificación de Navarra y del País Vasco, con el epicentro en Iruña, capital soñada de Euskal Herria, una vez que consigan el gobierno de la ciudad. Pamplona, “el Jerusalén de los vascos”, como dice Otegi para que podamos medir con precisión el tamaño del delirio de este personal. El referéndum es, además, la pieza que falta para que todo acabe encajando, el interés oculto de la banda de Otegi que ha logrado forzar al Partido Socialista a un acuerdo que lo desgarra por dentro. Ahí está, como muestra, la renuncia de dos militantes socialistas a asumir el acta de concejal. No quieren verse obligados a que sea su mano alzada la que convierta en alcalde a un representante de aquellos que durante tantos años colaboraban con quienes asesinaban a sus propios compañeros.

Que la banda criminal ETA ya no asesina, no extorsiona, ni secuestra, no se discute; que este tiempo es otro también es una evidencia palpable, como lo es el hecho de que, declaración tras declaración, el máximo responsable de Bildu siga manejando discursos tan insultantes para todos nosotros como que las expresiones como “terrorismo etarra” y “perdón a las víctimas” son conceptos relativos y discutibles. Que la banda terrorista fue derrotada ya lo sabemos, pero su estela política, que se reúne en las asambleas de Bildu, sigue causando mucho dolor dentro del PSOE. Por eso, ese acuerdo es tan indigesto para los socialistas. Una legión de socialistas se ruboriza ante la frivolidad de quien es capaz de resumir a esa coalición de radicales vascos como “un partido democrático y progresista”, como el tal Óscar Puente.

La moción de censura de Pamplona, que cierra el año político con una exhibición de la plasticidad y el pragmatismo descarnado de principios del actual líder del Partido Socialista, Pedro Sánchez, es el pespunte que nos lleva a lo que vendrá. Porque se trata solo de ir uniendo puntos para que aparezca ante nuestros ojos el dibujo completo de lo que se oculta, los acuerdos que hayan podido suscribir el PSOE y Bildu tras las últimas elecciones municipales y autonómicas. Incluso antes de todo eso, cuando estalló el escándalo por la inclusión en las listas municipales de Bildu de algunos asesinos de ETA que ya han cumplido condena. En aquella ocasión, ya fue muy significativa la explicación que ofreció Arnaldo Otegi de por qué, finalmente, accedieron a retirar a los asesinos de las listas electorales. Dijo: “Cuando vimos que el presidente del Gobierno tenía que dar explicaciones sobre este tema desde la Casa Blanca, fuimos conscientes de que habíamos generado un problema no solo de dolor, sino también un problema político”.

Obviemos el cinismo insoportable del torturador que dice conmoverse con el dolor, y centrémonos en el “problema político”. Es evidente que el problema político no se lo creaba Bildu, que se nutre de un electorado que considera héroes a todos esos sanguinarios; el problema político se lo estaba creando al Partido Socialista. Por esa razón, le hizo el favor de sacarlos de las listas, porque el horizonte de encuentros entre los dos, que ya estaba comprometido de la legislatura anterior, prometía ser largo. Y los de Bildu, como les ocurre a los independentistas catalanes, son los menos interesados en que el PSOE, este PSOE, pueda hundirse.

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Pasaron las elecciones municipales, el presidente Sánchez decidió convocar anticipadamente las elecciones generales, en julio, y la estrategia de Bildu siguió el mismo camino. También en ese momento, el líder de los antiguos batasunos fue muy claro al definir su estrategia: “Mantener principios, hacer poco ruido, ser eficaces y tener ideales y compromisos”. Cuando Pedro Sánchez repite eso de que su estrategia es “hacer de la necesidad, virtud”, no sabe bien que quienes se aplican esa máxima, desde que le conocieron, son los independentistas, tanto catalanes como vascos. Bildu aceptó incluso que el PSOE le birlara con los votos del PP hasta seis alcaldías que había ganado. Lo asumió porque el objetivo era mayor, Pamplona, la alcaldía de la gran capital del imaginario independentista. Más importante que Vitoria, que Durango, que Cuartango, Cigoitia, Oyón y Bernedo. Los populares cedieron sus votos a socialistas y peneuvistas para que gobernaran sus alcaldes y se lo impidieran a los de Bildu. Aún más. También consintieron en esperar hasta el 15 de agosto, una vez pasadas las elecciones generales, para hacer público el acuerdo en el Parlamento de Navarra: otra vez sería presidenta de la comunidad la socialista María Chivite gracias a las abstenciones de los diputados de Bildu. Se trata de una repetición de lo ocurrido en la última legislatura, pero, esta vez, la izquierda abertzale advirtió a Chivite de que la prioridad ahora estaba clara: un referéndum de adhesión de la Comunidad Navarra al País Vasco y, previamente, el reconocimiento del euskera como lengua oficial de Navarra, “la lengua propia de todos los navarros y navarras, a todos los efectos”.

Si tenemos en cuenta que la propia Constitución Española, en la disposición transitoria cuarta, contempla la posibilidad de esa consulta, podemos dar por seguro que en la estrategia silente y constante se incluye ese referéndum en Navarra como primer paso para el posterior de independencia. Si se mantiene la radicalización de la sociedad vasca y navarra, llegará el día en que se darán las condiciones sociales adecuadas para exigirlo, como espera Bildu. En abril, antes de que todo pasara, antes de las elecciones municipales y autonómicas, las generales anticipadas y la reelección de Pedro Sánchez, los dirigentes de Bildu decidieron celebrar en Pamplona el Aberri Eguna, día de la patria vasca. Allí, en Iruña, “capital de Euskal Herria”, como dijo Otegi. También dijo otra cosa, como pidiendo paciencia a los suyos, para lo que estaba por llegar en Pamplona, tal día como hoy, 28 de diciembre, si los números acababan cuadrando. “Necesitamos tejer grandes acuerdos de país para caminar hacia la soberanía y recoser el territorio”, dijo Otegi. Es lo que está pasando. Pespunte a pespunte.

Sostiene Arnaldo Otegi que en el País Vasco no existe en la actualidad una mayoría suficiente para declarar la independencia. Tiene razón y, además, no tiene prisa alguna, porque su táctica es otra, más sibilina y paciente. Los abertzales siguen avanzando en lo suyo. De modo que, a partir de hoy, de la moción de censura de Pamplona, ya podemos ir apostando que la próxima parada de esos tipos de Bildu será la exigencia de un referéndum para la unificación de Navarra y del País Vasco, con el epicentro en Iruña, capital soñada de Euskal Herria, una vez que consigan el gobierno de la ciudad. Pamplona, “el Jerusalén de los vascos”, como dice Otegi para que podamos medir con precisión el tamaño del delirio de este personal. El referéndum es, además, la pieza que falta para que todo acabe encajando, el interés oculto de la banda de Otegi que ha logrado forzar al Partido Socialista a un acuerdo que lo desgarra por dentro. Ahí está, como muestra, la renuncia de dos militantes socialistas a asumir el acta de concejal. No quieren verse obligados a que sea su mano alzada la que convierta en alcalde a un representante de aquellos que durante tantos años colaboraban con quienes asesinaban a sus propios compañeros.

Que la banda criminal ETA ya no asesina, no extorsiona, ni secuestra, no se discute; que este tiempo es otro también es una evidencia palpable, como lo es el hecho de que, declaración tras declaración, el máximo responsable de Bildu siga manejando discursos tan insultantes para todos nosotros como que las expresiones como “terrorismo etarra” y “perdón a las víctimas” son conceptos relativos y discutibles. Que la banda terrorista fue derrotada ya lo sabemos, pero su estela política, que se reúne en las asambleas de Bildu, sigue causando mucho dolor dentro del PSOE. Por eso, ese acuerdo es tan indigesto para los socialistas. Una legión de socialistas se ruboriza ante la frivolidad de quien es capaz de resumir a esa coalición de radicales vascos como “un partido democrático y progresista”, como el tal Óscar Puente.

La moción de censura de Pamplona, que cierra el año político con una exhibición de la plasticidad y el pragmatismo descarnado de principios del actual líder del Partido Socialista, Pedro Sánchez, es el pespunte que nos lleva a lo que vendrá. Porque se trata solo de ir uniendo puntos para que aparezca ante nuestros ojos el dibujo completo de lo que se oculta, los acuerdos que hayan podido suscribir el PSOE y Bildu tras las últimas elecciones municipales y autonómicas. Incluso antes de todo eso, cuando estalló el escándalo por la inclusión en las listas municipales de Bildu de algunos asesinos de ETA que ya han cumplido condena. En aquella ocasión, ya fue muy significativa la explicación que ofreció Arnaldo Otegi de por qué, finalmente, accedieron a retirar a los asesinos de las listas electorales. Dijo: “Cuando vimos que el presidente del Gobierno tenía que dar explicaciones sobre este tema desde la Casa Blanca, fuimos conscientes de que habíamos generado un problema no solo de dolor, sino también un problema político”.

Obviemos el cinismo insoportable del torturador que dice conmoverse con el dolor, y centrémonos en el “problema político”. Es evidente que el problema político no se lo creaba Bildu, que se nutre de un electorado que considera héroes a todos esos sanguinarios; el problema político se lo estaba creando al Partido Socialista. Por esa razón, le hizo el favor de sacarlos de las listas, porque el horizonte de encuentros entre los dos, que ya estaba comprometido de la legislatura anterior, prometía ser largo. Y los de Bildu, como les ocurre a los independentistas catalanes, son los menos interesados en que el PSOE, este PSOE, pueda hundirse.

Pasaron las elecciones municipales, el presidente Sánchez decidió convocar anticipadamente las elecciones generales, en julio, y la estrategia de Bildu siguió el mismo camino. También en ese momento, el líder de los antiguos batasunos fue muy claro al definir su estrategia: “Mantener principios, hacer poco ruido, ser eficaces y tener ideales y compromisos”. Cuando Pedro Sánchez repite eso de que su estrategia es “hacer de la necesidad, virtud”, no sabe bien que quienes se aplican esa máxima, desde que le conocieron, son los independentistas, tanto catalanes como vascos. Bildu aceptó incluso que el PSOE le birlara con los votos del PP hasta seis alcaldías que había ganado. Lo asumió porque el objetivo era mayor, Pamplona, la alcaldía de la gran capital del imaginario independentista. Más importante que Vitoria, que Durango, que Cuartango, Cigoitia, Oyón y Bernedo. Los populares cedieron sus votos a socialistas y peneuvistas para que gobernaran sus alcaldes y se lo impidieran a los de Bildu. Aún más. También consintieron en esperar hasta el 15 de agosto, una vez pasadas las elecciones generales, para hacer público el acuerdo en el Parlamento de Navarra: otra vez sería presidenta de la comunidad la socialista María Chivite gracias a las abstenciones de los diputados de Bildu. Se trata de una repetición de lo ocurrido en la última legislatura, pero, esta vez, la izquierda abertzale advirtió a Chivite de que la prioridad ahora estaba clara: un referéndum de adhesión de la Comunidad Navarra al País Vasco y, previamente, el reconocimiento del euskera como lengua oficial de Navarra, “la lengua propia de todos los navarros y navarras, a todos los efectos”.

Si tenemos en cuenta que la propia Constitución Española, en la disposición transitoria cuarta, contempla la posibilidad de esa consulta, podemos dar por seguro que en la estrategia silente y constante se incluye ese referéndum en Navarra como primer paso para el posterior de independencia. Si se mantiene la radicalización de la sociedad vasca y navarra, llegará el día en que se darán las condiciones sociales adecuadas para exigirlo, como espera Bildu. En abril, antes de que todo pasara, antes de las elecciones municipales y autonómicas, las generales anticipadas y la reelección de Pedro Sánchez, los dirigentes de Bildu decidieron celebrar en Pamplona el Aberri Eguna, día de la patria vasca. Allí, en Iruña, “capital de Euskal Herria”, como dijo Otegi. También dijo otra cosa, como pidiendo paciencia a los suyos, para lo que estaba por llegar en Pamplona, tal día como hoy, 28 de diciembre, si los números acababan cuadrando. “Necesitamos tejer grandes acuerdos de país para caminar hacia la soberanía y recoser el territorio”, dijo Otegi. Es lo que está pasando. Pespunte a pespunte.

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Lo que esconde el pacto de Pamplona

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29.12.2023

Sostiene Arnaldo Otegi que en el País Vasco no existe en la actualidad una mayoría suficiente para declarar la independencia. Tiene razón y, además, no tiene prisa alguna, porque su táctica es otra, más sibilina y paciente. Los abertzales siguen avanzando en lo suyo. De modo que, a partir de hoy, de la moción de censura de Pamplona, ya podemos ir apostando que la próxima parada de esos tipos de Bildu será la exigencia de un referéndum para la unificación de Navarra y del País Vasco, con el epicentro en Iruña, capital soñada de Euskal Herria, una vez que consigan el gobierno de la ciudad. Pamplona, “el Jerusalén de los vascos”, como dice Otegi para que podamos medir con precisión el tamaño del delirio de este personal. El referéndum es, además, la pieza que falta para que todo acabe encajando, el interés oculto de la banda de Otegi que ha logrado forzar al Partido Socialista a un acuerdo que lo desgarra por dentro. Ahí está, como muestra, la renuncia de dos militantes socialistas a asumir el acta de concejal. No quieren verse obligados a que sea su mano alzada la que convierta en alcalde a un representante de aquellos que durante tantos años colaboraban con quienes asesinaban a sus propios compañeros.

Que la banda criminal ETA ya no asesina, no extorsiona, ni secuestra, no se discute; que este tiempo es otro también es una evidencia palpable, como lo es el hecho de que, declaración tras declaración, el máximo responsable de Bildu siga manejando discursos tan insultantes para todos nosotros como que las expresiones como “terrorismo etarra” y “perdón a las víctimas” son conceptos relativos y discutibles. Que la banda terrorista fue derrotada ya lo sabemos, pero su estela política, que se reúne en las asambleas de Bildu, sigue causando mucho dolor dentro del PSOE. Por eso, ese acuerdo es tan indigesto para los socialistas. Una legión de socialistas se ruboriza ante la frivolidad de quien es capaz de resumir a esa coalición de radicales vascos como “un partido democrático y progresista”, como el tal Óscar Puente.

La moción de censura de Pamplona, que cierra el año político con una exhibición de la plasticidad y el pragmatismo descarnado de principios del actual líder del Partido Socialista, Pedro Sánchez, es el pespunte que nos lleva a lo que vendrá. Porque se trata solo de ir uniendo puntos para que aparezca ante nuestros ojos el dibujo completo de lo que se oculta, los acuerdos que hayan podido suscribir el PSOE y Bildu tras las últimas elecciones municipales y autonómicas. Incluso antes de todo eso, cuando estalló el escándalo por la inclusión en las listas municipales de Bildu de algunos asesinos de ETA que ya han cumplido condena. En aquella ocasión, ya fue muy significativa la explicación que ofreció Arnaldo Otegi de por qué, finalmente, accedieron a retirar a los asesinos de las listas electorales. Dijo: “Cuando vimos que el presidente del Gobierno tenía que dar explicaciones sobre este tema desde la Casa Blanca, fuimos conscientes de que habíamos generado un problema no solo de dolor, sino también un problema político”.

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