Cuando todo se desata, lo que nadie recuerda es quién fue el primero en empezar. La cuestión es que se pierde el respeto al adversario, se inflaman los discursos y el odio se convierte en moneda de cambio. En la España política de hoy, podemos deducir que todo esto que estamos viviendo comenzó con la ruptura del bloque bipartidista, hace 10 años, con discursos antisistema que han polarizado el ambiente. Luego, en los años siguientes, ya solo podemos constar qué ha sido lo último, y hasta establecer una graduación de gravedad, aunque tampoco debe servir de disculpa. Por ejemplo, a Pedro Sánchez, en su investidura como presidente del Gobierno, le pareció bien reírse a carcajadas del líder de la oposición y proclamar, a continuación, que su objetivo en esta legislatura es construir “un muro”, media España en un lado y la otra media en el otro.

En esa misma sesión, se produjo el incidente con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, cuando la citó —a ella y a su familia— como si formara parte de una trama de corrupción que el Partido Popular decidió enterrar. Desde la tribuna, Díaz Ayuso le correspondió con un insulto de bilis, muy español, moneda de uso común en el lenguaje desde hace siglos: “Hijo de puta”. A los pocos días, volvió a recrearse con una frase que, otra vez, la ha catapultado a la fama viral de las redes sociales: “Sí, lo dije, me gusta la fruta”. Ninguno de ellos tiene vinculación directa con los movimientos más radicales, como esa peligrosa deriva de la extrema derecha con el movimiento llamado Noviembre Nacional, pero todos esos sucesos se producen simultáneamente sin que ninguno de los líderes superiores, el presidente del Gobierno o la presidenta de la Comunidad de Madrid, consideren que también ellos alientan la radicalidad extrema. Ninguno de ellos debe ser consciente de la peligrosidad social de la deriva en la que estamos.

De los muros y la fruta se llega a la brutalidad, esa es la única evidencia palpable. Y si hay que buscar un responsable, pensemos que es la violencia de los discursos políticos la que engendra la violencia en las calles, de uno y otro extremo. Hace unos días, mi compañero Carlos Sánchez entrevistó en El Confidencial al profesor José Luis del Hierro, un estudioso de la Segunda República, y sin ánimo ni pretensión de comparar realidades políticas y económicas que nada tienen que ver, sí se mostraba preocupado por algunos paralelismos. Y decía: “Hemos entrado en una tercera fase que yo llamo como la de la brutalización de la política, donde el adversario se convierte en enemigo, donde la violencia empieza siendo verbal, muy acusada”.

¿Es eso lo que piensan Pedro Sánchez o Isabel Díaz Ayuso cuando provocan el aplauso de los suyos con el muro o con la fruta? Claro que no lo piensan; incluso les aplaudirán muchos por la ocurrencia divertida, como si fuera una genialidad. De hecho, el problema fundamental de este momento político puede ser ese, que nadie interpreta como algo grave la escalada verbal que estamos viviendo. Entre estos dos líderes políticos, Sánchez y Ayuso, la pugna viene de lejos. Todo comenzó, como muchos recordarán, en la pandemia, cuando el presidente decidió confrontar directamente con ella. Como ya recalcamos aquí, fue entonces cuando Díaz Ayuso empezó a crecer y a consolidar su prestigio en la Comunidad de Madrid, a partir de aquella foto impagable de las banderas, en septiembre de 2020.

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Es una circunstancia llamativa, porque el líder socialista se faja bien con sus adversarios políticos y, desde que llegó al cargo, se ha medido con éxito a los presidentes sucesivos del Partido Popular, Mariano Rajoy, Pablo Casado y Núñez Feijóo. Hay ocasiones, como ha sucedido recientemente, que hasta logra desconcertar a todo el mundo con la elección de una estrategia política insolente, como fue la de ignorar por completo a Núñez Feijóo en su debate de investidura. Es decir, justo lo contrario de lo que le pasa con Isabel Díaz Ayuso, a la que siempre parece estar buscando, y siempre sale escaldado. Ahora, otra vez Sánchez ha perdido la batalla. Díaz Ayuso ha calcado, además, la misma estrategia que utilizó Pedro Sánchez en la campaña, cuando convirtió un insulto contra él, “Perro Sánchez”, en un exitoso lema de campaña. Si se hicieron chapitas y pulseras con esa leyenda, ya debe haber también camisetas y bufandas con la frase burlona de Ayuso. Es decir, que al final la polémica ha servido para que miles de personas aprovechen el doble sentido para insultar al presidente Sánchez. “¡Me gusta la fruta!”.

Paradójicamente, a quien menos debe preocuparle todo esto de sentirse insultado es al propio Pedro Sánchez, porque mejor le viene para seguir justificando, y ampliando, su objetivo de “levantar un muro” que aísle el partido que ha ganado las elecciones, el Partido Popular, al que ya ni siquiera se refiere por sus siglas en muchas ocasiones, sino que lo subsume todo en la descalificación de “la derecha reaccionaria”. En tiempos, a todo esto se lo identificaba con el cordón sanitario, pero con este Partido Socialista se ha prescindido hasta del eufemismo. Un muro, directamente. Y esa estrategia no va a decaer porque, en efecto, Pedro Sánchez la necesita imperiosamente como una manta que cubra todo lo demás, una justificación universal que igual sirve para avalar la amnistía que para defender la movilidad sostenible. Todo envuelto convenientemente en el celofán de la mayoría progresista, como el color identificativo de un proselitismo pasional.

Los muros y los hijos de fruta son los cómplices necesarios de esa brutalidad latente

Como a los amantes de la fruta, también hay una legión encantada con el muro, con la imagen tétrica de un muro tras el que puedan encerrar a los adversarios políticos. Ni unos ni otros pensarán nunca que hacen nada grave. Pero esa no es la realidad. Por eso conviene levantar acta y distanciarse cuando, en los últimos días, hemos asistido al nacimiento de un grupo que se denomina Noviembre Nacional, que está a la extrema derecha de Vox. La democracia española vivió algunos episodios parecidos de radicalización en las calles durante los primeros años de la Transición. Ese paralelismo sí que es innegable. Los muros y los hijos de fruta son los cómplices necesarios de esa brutalidad latente.

Cuando todo se desata, lo que nadie recuerda es quién fue el primero en empezar. La cuestión es que se pierde el respeto al adversario, se inflaman los discursos y el odio se convierte en moneda de cambio. En la España política de hoy, podemos deducir que todo esto que estamos viviendo comenzó con la ruptura del bloque bipartidista, hace 10 años, con discursos antisistema que han polarizado el ambiente. Luego, en los años siguientes, ya solo podemos constar qué ha sido lo último, y hasta establecer una graduación de gravedad, aunque tampoco debe servir de disculpa. Por ejemplo, a Pedro Sánchez, en su investidura como presidente del Gobierno, le pareció bien reírse a carcajadas del líder de la oposición y proclamar, a continuación, que su objetivo en esta legislatura es construir “un muro”, media España en un lado y la otra media en el otro.

En esa misma sesión, se produjo el incidente con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, cuando la citó —a ella y a su familia— como si formara parte de una trama de corrupción que el Partido Popular decidió enterrar. Desde la tribuna, Díaz Ayuso le correspondió con un insulto de bilis, muy español, moneda de uso común en el lenguaje desde hace siglos: “Hijo de puta”. A los pocos días, volvió a recrearse con una frase que, otra vez, la ha catapultado a la fama viral de las redes sociales: “Sí, lo dije, me gusta la fruta”. Ninguno de ellos tiene vinculación directa con los movimientos más radicales, como esa peligrosa deriva de la extrema derecha con el movimiento llamado Noviembre Nacional, pero todos esos sucesos se producen simultáneamente sin que ninguno de los líderes superiores, el presidente del Gobierno o la presidenta de la Comunidad de Madrid, consideren que también ellos alientan la radicalidad extrema. Ninguno de ellos debe ser consciente de la peligrosidad social de la deriva en la que estamos.

De los muros y la fruta se llega a la brutalidad, esa es la única evidencia palpable. Y si hay que buscar un responsable, pensemos que es la violencia de los discursos políticos la que engendra la violencia en las calles, de uno y otro extremo. Hace unos días, mi compañero Carlos Sánchez entrevistó en El Confidencial al profesor José Luis del Hierro, un estudioso de la Segunda República, y sin ánimo ni pretensión de comparar realidades políticas y económicas que nada tienen que ver, sí se mostraba preocupado por algunos paralelismos. Y decía: “Hemos entrado en una tercera fase que yo llamo como la de la brutalización de la política, donde el adversario se convierte en enemigo, donde la violencia empieza siendo verbal, muy acusada”.

¿Es eso lo que piensan Pedro Sánchez o Isabel Díaz Ayuso cuando provocan el aplauso de los suyos con el muro o con la fruta? Claro que no lo piensan; incluso les aplaudirán muchos por la ocurrencia divertida, como si fuera una genialidad. De hecho, el problema fundamental de este momento político puede ser ese, que nadie interpreta como algo grave la escalada verbal que estamos viviendo. Entre estos dos líderes políticos, Sánchez y Ayuso, la pugna viene de lejos. Todo comenzó, como muchos recordarán, en la pandemia, cuando el presidente decidió confrontar directamente con ella. Como ya recalcamos aquí, fue entonces cuando Díaz Ayuso empezó a crecer y a consolidar su prestigio en la Comunidad de Madrid, a partir de aquella foto impagable de las banderas, en septiembre de 2020.

Es una circunstancia llamativa, porque el líder socialista se faja bien con sus adversarios políticos y, desde que llegó al cargo, se ha medido con éxito a los presidentes sucesivos del Partido Popular, Mariano Rajoy, Pablo Casado y Núñez Feijóo. Hay ocasiones, como ha sucedido recientemente, que hasta logra desconcertar a todo el mundo con la elección de una estrategia política insolente, como fue la de ignorar por completo a Núñez Feijóo en su debate de investidura. Es decir, justo lo contrario de lo que le pasa con Isabel Díaz Ayuso, a la que siempre parece estar buscando, y siempre sale escaldado. Ahora, otra vez Sánchez ha perdido la batalla. Díaz Ayuso ha calcado, además, la misma estrategia que utilizó Pedro Sánchez en la campaña, cuando convirtió un insulto contra él, “Perro Sánchez”, en un exitoso lema de campaña. Si se hicieron chapitas y pulseras con esa leyenda, ya debe haber también camisetas y bufandas con la frase burlona de Ayuso. Es decir, que al final la polémica ha servido para que miles de personas aprovechen el doble sentido para insultar al presidente Sánchez. “¡Me gusta la fruta!”.

Paradójicamente, a quien menos debe preocuparle todo esto de sentirse insultado es al propio Pedro Sánchez, porque mejor le viene para seguir justificando, y ampliando, su objetivo de “levantar un muro” que aísle el partido que ha ganado las elecciones, el Partido Popular, al que ya ni siquiera se refiere por sus siglas en muchas ocasiones, sino que lo subsume todo en la descalificación de “la derecha reaccionaria”. En tiempos, a todo esto se lo identificaba con el cordón sanitario, pero con este Partido Socialista se ha prescindido hasta del eufemismo. Un muro, directamente. Y esa estrategia no va a decaer porque, en efecto, Pedro Sánchez la necesita imperiosamente como una manta que cubra todo lo demás, una justificación universal que igual sirve para avalar la amnistía que para defender la movilidad sostenible. Todo envuelto convenientemente en el celofán de la mayoría progresista, como el color identificativo de un proselitismo pasional.

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Como a los amantes de la fruta, también hay una legión encantada con el muro, con la imagen tétrica de un muro tras el que puedan encerrar a los adversarios políticos. Ni unos ni otros pensarán nunca que hacen nada grave. Pero esa no es la realidad. Por eso conviene levantar acta y distanciarse cuando, en los últimos días, hemos asistido al nacimiento de un grupo que se denomina Noviembre Nacional, que está a la extrema derecha de Vox. La democracia española vivió algunos episodios parecidos de radicalización en las calles durante los primeros años de la Transición. Ese paralelismo sí que es innegable. Los muros y los hijos de fruta son los cómplices necesarios de esa brutalidad latente.

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Los muros, los hijos de fruta y la brutalidad

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28.11.2023

Cuando todo se desata, lo que nadie recuerda es quién fue el primero en empezar. La cuestión es que se pierde el respeto al adversario, se inflaman los discursos y el odio se convierte en moneda de cambio. En la España política de hoy, podemos deducir que todo esto que estamos viviendo comenzó con la ruptura del bloque bipartidista, hace 10 años, con discursos antisistema que han polarizado el ambiente. Luego, en los años siguientes, ya solo podemos constar qué ha sido lo último, y hasta establecer una graduación de gravedad, aunque tampoco debe servir de disculpa. Por ejemplo, a Pedro Sánchez, en su investidura como presidente del Gobierno, le pareció bien reírse a carcajadas del líder de la oposición y proclamar, a continuación, que su objetivo en esta legislatura es construir “un muro”, media España en un lado y la otra media en el otro.

En esa misma sesión, se produjo el incidente con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, cuando la citó —a ella y a su familia— como si formara parte de una trama de corrupción que el Partido Popular decidió enterrar. Desde la tribuna, Díaz Ayuso le correspondió con un insulto de bilis, muy español, moneda de uso común en el lenguaje desde hace siglos: “Hijo de puta”. A los pocos días, volvió a recrearse con una frase que, otra vez, la ha catapultado a la fama viral de las redes sociales: “Sí, lo dije, me gusta la fruta”. Ninguno de ellos tiene vinculación directa con los movimientos más radicales, como esa peligrosa deriva de la extrema derecha con el movimiento llamado Noviembre Nacional, pero todos esos sucesos se producen simultáneamente sin que ninguno de los líderes superiores, el presidente del Gobierno o la presidenta de la Comunidad de Madrid, consideren que también ellos alientan la radicalidad extrema. Ninguno de ellos debe ser consciente de la peligrosidad social de la deriva en la que estamos.

De los muros y la fruta se llega a la brutalidad, esa es la única evidencia palpable. Y si hay que buscar un responsable, pensemos que es la violencia de los discursos políticos la que engendra la violencia en las calles, de uno y otro extremo. Hace unos días, mi compañero Carlos Sánchez entrevistó en El Confidencial al profesor José Luis del Hierro, un estudioso de la Segunda República, y sin ánimo ni pretensión de comparar realidades políticas y económicas que nada tienen que ver, sí se mostraba preocupado por algunos paralelismos. Y decía: “Hemos entrado en una tercera fase que yo llamo como la de la brutalización de la política, donde el adversario se convierte en enemigo, donde la violencia empieza siendo verbal, muy acusada”.

¿Es eso lo que piensan Pedro Sánchez o Isabel Díaz Ayuso cuando provocan el aplauso de los suyos con el muro o con la fruta? Claro que no lo piensan; incluso les aplaudirán muchos por la ocurrencia divertida, como si fuera una genialidad. De hecho, el problema fundamental de este momento político puede ser ese, que nadie interpreta como algo grave la escalada verbal que estamos viviendo. Entre estos dos líderes políticos, Sánchez y Ayuso, la pugna viene de lejos. Todo comenzó, como muchos recordarán, en la pandemia, cuando el........

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