Puesta de largo de Salvador Illa como candidato. Formato conferencia, como aconseja el manual del aspirante cuando quiere proyectarse como presidente 'in pectore', y dictada en un lugar de alto valor histórico y arquitectónico, las Reials Drassanes de Barcelona. Quería trascendencia el equipo de Illa y la proyectó en las formas, incluyendo un largo retraso de más de media hora, como si se tratase del concierto de un roquero en el Palau Sant Jordi.

Tuvo miga el pistoletazo del líder socialista. De entrada una primera consideración a tenor del discurso que pronunció: el proceso no ha existido. Es algo de cuyo nombre no quiere acordarse Salvador Illa.

Ni una mención. Nada. Ni una palabra. ¿Reproches a los gobiernos de Artur Mas, Carles Puigdemont, Quim Torra y Pere Aragonès? Sí. Pero solo en el ámbito de la gestión de los servicios públicos y la incapacidad de preservar el prestigio de las instituciones.

El primer titular de la conferencia es este: pelillos a la mar con el pasado. Fue como si se hiciese carne la frase de que el verdadero poder es el del perdón. Esta sería una buena frase que el PSC podría estampar en su material de campaña. Ayer, escuchando a su candidato, un extraterrestre recién aterrizado no hubiera podido ni siquiera intuir lo que se ha vivido en Catalunya en la última década.

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Ni una mención al proceso. Pero tampoco una sola mención a Pedro Sánchez (sí al gobierno de España, en el tramo final). Y es que Illa ayer no solo absolvió y perdonó todos los pecados del independentismo, sino que se vistió, además de catalanista convencido, de autonomista fetén.

Así que hizo lo posible para fijar entre el público su proyecto en una dimensión de total autonomía respecto a los intereses que el PSOE puede tener en otros territorios de España. Se notó esto particularmente en el terreno de la financiación. En esta cuestión se comprometió por pelear una nueva financiación autonómica que respete la ordinalidad de las comunidades autónomas (que la posición que uno ocupa en la lista a la hora de aportar se mantenga como mínimo a la hora de recibir). Añadió, eso sí, que la suya será una propuesta realista, quizás para no soliviantar a los compañeros socialistas de otros territorios. Pero coincide en la necesidad de ordinalidad con republicanos y junteros. Créanse si les digo que ayer Illa se reivindicó en algunos aspectos como el único y verdadero heredero de Jordi Pujol: dinero y competencias. Olió el acto también a socialismo catalán clásico, el que en épocas de paz con los nacionalistas asume con naturalidad los principios básicos del catalanismo político que comparte la gran mayoría de la sociedad, con independencia del cajón partidista en el que se ubique cada uno.

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Lo de querer ser Pujol no lo decimos de broma. No es habitual que desde el socialismo se regale al fundador de Convergència el liderazgo de la primera gran transformación de Catalunya en la década de los 80. Un guiño en toda regla a todos los convergentes que andan llorando por las esquinas porque se quedaron sin partido durante el proceso.

Detrás de este discurso, con más o menos convicción al margen, se adivina que los socialistas saben perfectamente ya a estas alturas que nada van a rascar de los restos de Ciudadanos (será todo para el PP) y que una de las bolsas de voto por las que sí merece la pena pelear es el catalanismo -incluso soberanismo- más tenue y pragmático.

De ahí que el PSC quiere ser socialista y convergente a la vez. Así se resume la oferta que ayer desgranó Salvador Illa.

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Se evitaron también las referencias a los indultos, a la amnistía. Nada que pueda incomodar al votante socialista que sigue enrabietado con el proceso. Pero en una conferencia de más de una hora tampoco hubo espacio para nada en absoluto que pueda soliviantar a los procesistas desencantados, a los catalanistas ambiciosos o a los independentistas pragmáticos.

Naturalmente, todo tiene una explicación. La primera, por supuesto, la diversa procedencia de los votos que Illa necesita para sacar un resultado imbatible. Pero también, claro, la necesidad de no incomodar en demasía a futuros socios de gobierno -los necesitaría para ser presidente- y por supuesto evitar cualquier expresión que pudiera leerse como un disentimiento de la política oficial de la Moncloa aplicada con la amnistía que, recordemos, se basa en hacer de la necesidad virtud. Si la reconciliación es un hecho, como pregona Pedro Sánchez, no hay motivo ya para ningún reproche. Solo para abrazos y carantoñas.

Illa pretende sacar provecho de ser el único candidato, de los tres que pugnan por el trono presidencial, que vive mirando el futuro sin ninguna hipoteca con el pasado, que ya ni siquiera menta.

Y, sin embargo, es ese mismo pasado, el que para él ya no existe, el que puede provocar que aun ganando las elecciones, como ya ocurrió en los pasados comicios, vuelva a ocupar en el hemiciclo el lugar de jefe de la oposición y no el de presidente. Porque sus contrincantes no lo han olvidado. Y añadamos que no solo el pasado es un lastre, también el presente. Un presente con una coyuntura parlamentaria en el Congreso que no favorece para nada sus intereses. De hecho, de todos los obstáculos que ha de salvar Illa para ser presidente de la Generalitat, el de los votos es el menos complicado.

Puesta de largo de Salvador Illa como candidato. Formato conferencia, como aconseja el manual del aspirante cuando quiere proyectarse como presidente 'in pectore', y dictada en un lugar de alto valor histórico y arquitectónico, las Reials Drassanes de Barcelona. Quería trascendencia el equipo de Illa y la proyectó en las formas, incluyendo un largo retraso de más de media hora, como si se tratase del concierto de un roquero en el Palau Sant Jordi.

Tuvo miga el pistoletazo del líder socialista. De entrada una primera consideración a tenor del discurso que pronunció: el proceso no ha existido. Es algo de cuyo nombre no quiere acordarse Salvador Illa.

Ni una mención. Nada. Ni una palabra. ¿Reproches a los gobiernos de Artur Mas, Carles Puigdemont, Quim Torra y Pere Aragonès? Sí. Pero solo en el ámbito de la gestión de los servicios públicos y la incapacidad de preservar el prestigio de las instituciones.

El primer titular de la conferencia es este: pelillos a la mar con el pasado. Fue como si se hiciese carne la frase de que el verdadero poder es el del perdón. Esta sería una buena frase que el PSC podría estampar en su material de campaña. Ayer, escuchando a su candidato, un extraterrestre recién aterrizado no hubiera podido ni siquiera intuir lo que se ha vivido en Catalunya en la última década.

Ni una mención al proceso. Pero tampoco una sola mención a Pedro Sánchez (sí al gobierno de España, en el tramo final). Y es que Illa ayer no solo absolvió y perdonó todos los pecados del independentismo, sino que se vistió, además de catalanista convencido, de autonomista fetén.

Así que hizo lo posible para fijar entre el público su proyecto en una dimensión de total autonomía respecto a los intereses que el PSOE puede tener en otros territorios de España. Se notó esto particularmente en el terreno de la financiación. En esta cuestión se comprometió por pelear una nueva financiación autonómica que respete la ordinalidad de las comunidades autónomas (que la posición que uno ocupa en la lista a la hora de aportar se mantenga como mínimo a la hora de recibir). Añadió, eso sí, que la suya será una propuesta realista, quizás para no soliviantar a los compañeros socialistas de otros territorios. Pero coincide en la necesidad de ordinalidad con republicanos y junteros. Créanse si les digo que ayer Illa se reivindicó en algunos aspectos como el único y verdadero heredero de Jordi Pujol: dinero y competencias. Olió el acto también a socialismo catalán clásico, el que en épocas de paz con los nacionalistas asume con naturalidad los principios básicos del catalanismo político que comparte la gran mayoría de la sociedad, con independencia del cajón partidista en el que se ubique cada uno.

Lo de querer ser Pujol no lo decimos de broma. No es habitual que desde el socialismo se regale al fundador de Convergència el liderazgo de la primera gran transformación de Catalunya en la década de los 80. Un guiño en toda regla a todos los convergentes que andan llorando por las esquinas porque se quedaron sin partido durante el proceso.

Detrás de este discurso, con más o menos convicción al margen, se adivina que los socialistas saben perfectamente ya a estas alturas que nada van a rascar de los restos de Ciudadanos (será todo para el PP) y que una de las bolsas de voto por las que sí merece la pena pelear es el catalanismo -incluso soberanismo- más tenue y pragmático.

De ahí que el PSC quiere ser socialista y convergente a la vez. Así se resume la oferta que ayer desgranó Salvador Illa.

Se evitaron también las referencias a los indultos, a la amnistía. Nada que pueda incomodar al votante socialista que sigue enrabietado con el proceso. Pero en una conferencia de más de una hora tampoco hubo espacio para nada en absoluto que pueda soliviantar a los procesistas desencantados, a los catalanistas ambiciosos o a los independentistas pragmáticos.

Naturalmente, todo tiene una explicación. La primera, por supuesto, la diversa procedencia de los votos que Illa necesita para sacar un resultado imbatible. Pero también, claro, la necesidad de no incomodar en demasía a futuros socios de gobierno -los necesitaría para ser presidente- y por supuesto evitar cualquier expresión que pudiera leerse como un disentimiento de la política oficial de la Moncloa aplicada con la amnistía que, recordemos, se basa en hacer de la necesidad virtud. Si la reconciliación es un hecho, como pregona Pedro Sánchez, no hay motivo ya para ningún reproche. Solo para abrazos y carantoñas.

Illa pretende sacar provecho de ser el único candidato, de los tres que pugnan por el trono presidencial, que vive mirando el futuro sin ninguna hipoteca con el pasado, que ya ni siquiera menta.

Y, sin embargo, es ese mismo pasado, el que para él ya no existe, el que puede provocar que aun ganando las elecciones, como ya ocurrió en los pasados comicios, vuelva a ocupar en el hemiciclo el lugar de jefe de la oposición y no el de presidente. Porque sus contrincantes no lo han olvidado. Y añadamos que no solo el pasado es un lastre, también el presente. Un presente con una coyuntura parlamentaria en el Congreso que no favorece para nada sus intereses. De hecho, de todos los obstáculos que ha de salvar Illa para ser presidente de la Generalitat, el de los votos es el menos complicado.

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Illa pugna por ser el nuevo Jordi Pujol y el proceso no ha existido

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12.04.2024

Puesta de largo de Salvador Illa como candidato. Formato conferencia, como aconseja el manual del aspirante cuando quiere proyectarse como presidente 'in pectore', y dictada en un lugar de alto valor histórico y arquitectónico, las Reials Drassanes de Barcelona. Quería trascendencia el equipo de Illa y la proyectó en las formas, incluyendo un largo retraso de más de media hora, como si se tratase del concierto de un roquero en el Palau Sant Jordi.

Tuvo miga el pistoletazo del líder socialista. De entrada una primera consideración a tenor del discurso que pronunció: el proceso no ha existido. Es algo de cuyo nombre no quiere acordarse Salvador Illa.

Ni una mención. Nada. Ni una palabra. ¿Reproches a los gobiernos de Artur Mas, Carles Puigdemont, Quim Torra y Pere Aragonès? Sí. Pero solo en el ámbito de la gestión de los servicios públicos y la incapacidad de preservar el prestigio de las instituciones.

El primer titular de la conferencia es este: pelillos a la mar con el pasado. Fue como si se hiciese carne la frase de que el verdadero poder es el del perdón. Esta sería una buena frase que el PSC podría estampar en su material de campaña. Ayer, escuchando a su candidato, un extraterrestre recién aterrizado no hubiera podido ni siquiera intuir lo que se ha vivido en Catalunya en la última década.

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Illa y la bolita de san Pancracio Javier Caraballo

Ni una mención al proceso. Pero tampoco una sola mención a Pedro Sánchez (sí al gobierno de España, en el tramo final). Y es que Illa ayer no solo absolvió y perdonó todos los pecados del independentismo, sino que se vistió, además de catalanista convencido, de autonomista fetén.

Así que hizo lo posible para fijar entre el público su proyecto en una dimensión de total autonomía respecto a los intereses que el PSOE puede tener en otros territorios de España. Se notó esto particularmente en el terreno de la financiación. En esta cuestión se comprometió por pelear una nueva financiación autonómica que respete la ordinalidad de las comunidades autónomas (que la posición que uno ocupa en la lista a la hora de aportar se mantenga como mínimo a la hora de recibir). Añadió, eso sí, que la suya será una propuesta realista, quizás para no soliviantar a los compañeros socialistas de otros territorios. Pero coincide en la necesidad de ordinalidad con republicanos y junteros. Créanse si les digo que ayer Illa se reivindicó en algunos aspectos como el único y verdadero heredero de Jordi Pujol: dinero y competencias. Olió el acto también a socialismo catalán clásico, el que en épocas de paz con los nacionalistas asume con naturalidad los principios básicos del catalanismo político que comparte la gran mayoría........

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