De todas las adhesiones inquebrantables que ha tenido Pedro Sánchez en sus extraños cinco días de reflexión, de todos aquellos que luego han podido sentirse decepcionados o perplejos por el desenlace, por quienes más lo siento es por quienes creían que realmente hacía todo esto por amor. Hay también quienes creían, e incluso siguen creyendo, que es lo mejor que le puede pasar a su ideología. Pero eso tiene menos mérito. Es mucho más arriesgado creer en el amor que una ideología, porque es más difícil que te quieran a que te den la razón.

Pedro Sánchez hizo creer a mucha gente que estaba dispuesto a dejarlo todo por su mujer. Que sería con ella con quien iba a reflexionar sobre si le merecía la pena o no seguir. Sin embargo, en el enésimo giro insospechado de los acontecimientos, después de anunciar que se queda, Sánchez ha confesado que su mujer se enteró de la famosa carta una vez que ya la había publicado y que desde el primer momento le dijo que no debía dimitir. No descartemos que Tezanos lo supiera antes que ella.

Menudo chasco para quienes veían en esa carta una prueba de amor sincero del marido perfecto, capaz de renunciar al Gobierno por su mujer si ella se lo pedía. Como la mayoría de españoles tenemos más experiencia como pareja que como ministros, es más fácil imaginar cómo nos sentiríamos si la persona con la que compartimos la vida hace algo así sin consultarnos. Como miembros de un Gobierno no debe de ser plato de gusto tampoco. Sabíamos que como presidente iba por libre, ahora sabemos que como marido también.

Sánchez no solo es alguien capaz de tener a su país, su partido y su gobierno en vilo sin saber si va a dimitir o no, hasta 48 horas después de haber tomado la decisión, para no estropear la teatralización de su comparecencia. También considera buena idea presumir de no consultarle a su mujer si le parece bien que la ponga en el foco del debate nacional e internacional y convierta su relación en el centro de una crisis presuntamente personal y seguro política. Es de las revelaciones más sorprendentes que ha hecho desde que volvió de su retiro y eso que estos días no está nada fácil el listón de lo sorprendente.

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Así que estos días Sánchez ha estado tratando al país como si fuera una relación de pareja. Le dijo a España que necesitaba tomarse un tiempo para pensar y ha vuelto diciéndonos que los que tenemos que pensar somos nosotros por lo mucho que le hacemos sufrir. Para que lo nuestro funcione, dice, tenemos que cambiar, polarizarnos menos y quererle más.

También ha explicado Sánchez, aunque explicar seguramente sea mucho decir, que las muestras de cariño que le han mostrado estos días de reflexión han sido determinantes. Pues sí que estaba falto de cariño este hombre si todo dependía de la mani de 12.500 personas del sábado en Ferraz y unas cuantas firmas en un manifiesto de los que ya sabía que le apoyaban.

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Una semana se va diciendo que lo dejaría todo por amor y necesita estar a solas con su mujer para pensar qué hacer. La siguiente asegura que es ver cuánto le quiere España lo que le hizo volver. Una semana piensa dimitir, la siguiente no solo dice que se queda sino que quiere ser reelegido. Una semana alimenta el relato del hombre enamorado que abraza la nueva masculinidad, otra es el puto amo. Y todavía hay quien ve en tanto vaivén una estrategia maestra. Lo que seguro hay es un hombre muy enamorado. Pero de sí mismo.

De todas las adhesiones inquebrantables que ha tenido Pedro Sánchez en sus extraños cinco días de reflexión, de todos aquellos que luego han podido sentirse decepcionados o perplejos por el desenlace, por quienes más lo siento es por quienes creían que realmente hacía todo esto por amor. Hay también quienes creían, e incluso siguen creyendo, que es lo mejor que le puede pasar a su ideología. Pero eso tiene menos mérito. Es mucho más arriesgado creer en el amor que una ideología, porque es más difícil que te quieran a que te den la razón.

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Menudo chasco para quienes veían en esa carta una prueba de amor sincero del marido perfecto, capaz de renunciar al Gobierno por su mujer si ella se lo pedía. Como la mayoría de españoles tenemos más experiencia como pareja que como ministros, es más fácil imaginar cómo nos sentiríamos si la persona con la que compartimos la vida hace algo así sin consultarnos. Como miembros de un Gobierno no debe de ser plato de gusto tampoco. Sabíamos que como presidente iba por libre, ahora sabemos que como marido también.

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Una semana se va diciendo que lo dejaría todo por amor y necesita estar a solas con su mujer para pensar qué hacer. La siguiente asegura que es ver cuánto le quiere España lo que le hizo volver. Una semana piensa dimitir, la siguiente no solo dice que se queda sino que quiere ser reelegido. Una semana alimenta el relato del hombre enamorado que abraza la nueva masculinidad, otra es el puto amo. Y todavía hay quien ve en tanto vaivén una estrategia maestra. Lo que seguro hay es un hombre muy enamorado. Pero de sí mismo.

QOSHE - Ni por amor ni una jugada maestra: la otra decepción del presidente - Marta García Aller
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Ni por amor ni una jugada maestra: la otra decepción del presidente

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01.05.2024

De todas las adhesiones inquebrantables que ha tenido Pedro Sánchez en sus extraños cinco días de reflexión, de todos aquellos que luego han podido sentirse decepcionados o perplejos por el desenlace, por quienes más lo siento es por quienes creían que realmente hacía todo esto por amor. Hay también quienes creían, e incluso siguen creyendo, que es lo mejor que le puede pasar a su ideología. Pero eso tiene menos mérito. Es mucho más arriesgado creer en el amor que una ideología, porque es más difícil que te quieran a que te den la razón.

Pedro Sánchez hizo creer a mucha gente que estaba dispuesto a dejarlo todo por su mujer. Que sería con ella con quien iba a reflexionar sobre si le merecía la pena o no seguir. Sin embargo, en el enésimo giro insospechado de los acontecimientos, después de anunciar que se queda, Sánchez ha confesado que su mujer se enteró de la famosa carta una vez que ya la había publicado y que desde el primer momento le dijo que no debía dimitir. No descartemos que Tezanos lo supiera antes que ella.

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