Pocas personas, por no decir ninguna, provocan más histeria colectiva que las consortes de la Casa de Windsor. Ni la muerte de ídolos musicales o de Mandela lograron replicar la ola mundial de emociones que desató la muerte de la princesa Diana. La enfermedad de Kate no ha llegado a esos extremos, pero ha dado lugar a todo un tsunami de juicios, especulaciones y teorías conspiratorias, desde las redes sociales hasta los medios de comunicación más serios.

En nuestro país, por poner el caso, la prensa ha acusado a Kate de ‘mentir’, de ‘estupidez’, de ser una ‘embustera’, de ‘engañar a la opinión publica fingiendo que todo va bien’, de abrir con su ‘fotomentira’ una etapa que ‘da miedo’ y de ‘acelerar la crisis de la institución en un país en barrena’. Hasta se ha llegado a decir que ha provocado ‘el fin de la evidencia en la era de la inteligencia artificial’. Son críticas injustas y desproporcionadas, que serían inapropiadas hacia cualquier persona que esté pasando una enfermedad, y que desde luego Kate (que siempre ha tenido un comportamiento ejemplar y es de lo más auténtico que hay en las monarquías actuales) no se merece.

Es bastante curioso que los hombres de la Casa de Windsor no provoquen tanta histeria. El príncipe Philip, consorte, no del heredero, sino de la reina, estuvo varias veces en el hospital sin dar más explicaciones que una somera ‘condición preexistente’ o ‘como precaución’ y nadie movió ni una pestaña. El rey Charles (que, a diferencia de Kate, tiene una responsabilidad constitucional hacia su país) no ha dado explicaciones públicas del tipo de cáncer que tiene. Y en un intento de defenderse de una acusación de abuso sexual a una menor, el príncipe Andrew alegó que tenía una enfermedad que no le permitía sudar, sin que todos los periodistas del mundo se pusiesen a indagar sobre esa curiosísima enfermedad o le acusaran de provocar ‘la crisis de la institución en un país en barrena’. Eso por no hablar de otras cosas que ellos hicieron, que si las hubiera hecho Kate se la hubiera quemado públicamente en la hoguera. No hace falta remontarse a la Edad Media para ver que las paranoias colectivas tienden a cebarse más con las mujeres que con los hombres.

Mientras la prensa de muchos países tapa las faltas de sus monarcas, como ocurre en España, en el caso de Kate la prensa británica ha sido la primera que ha dado fuelle a las críticas y especulaciones. Como bien ha explicado el príncipe Harry, la relación entre la monarquía británica y la prensa del país es tóxica. La monarquía depende de que la prensa siga hablando de ellos para poder aparentar que cumplen una función útil. Y la prensa británica (que sigue siendo muy poderosa aunque haya perdido mucha influencia por las redes sociales y perderá quizás más con la inteligencia artificial) depende de la monarquía para llenar páginas y páginas con fotos y noticias de ellos. Kate es una pieza fundamental en esa relación, porque, como anteriormente hizo Diana, ha aceptado hacer de cada aparición pública un pase de modelos y por ello es la persona de la Casa Real que más juego le da a la prensa. El mensaje de la prensa británica con respecto a Kate es alto y claro: no están dispuestos a tolerar que ella decida a su libre albedrío qué ‘desaparece’ durante unos meses, aunque sea por enfermedad, como tampoco están dispuestos a tolerar que publique sus propias fotos en vez de exhibirse en público para que la retraten los fotógrafos de la prensa.

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"¡Esa no es Kate!": el delirio de la monarquía británica explicado en tres fotos Carlos Prieto

Las críticas de la prensa británica se han extendido como la pólvora en cuestión de días, no solo por las redes sociales, sino por el enorme alcance de los medios de comunicación americanos. En los Estados Unidos hay una auténtica obsesión con la familia real británica y salen en las portadas de las revistas americanas casi semanalmente. Mientras que la reina Isabel, por su propia longevidad, era un símbolo de permanencia y unidad del Estado, a la monarquía británica le está costando encontrar la manera de demostrar su utilidad desde la muerte de la reina. Una de las cosas más útiles que hacen es precisamente mantener vivo el vínculo con ese país tan enorme y poderoso que son los Estados Unidos. Pero eso tiene un coste: todo lo que se dice sobre ellos se globaliza inmediatamente, como ha ocurrido con las críticas a Kate.

Ni sabemos la enfermedad que tiene Kate, ni es algo que tengamos que saber. La época en la que las reinas tenían que perder su virginidad o dar a luz en público por suerte ya ha pasado y casarse con un heredero al trono no implica que haya que renunciar al derecho de privacidad de los datos médicos. Pero, aparte de su enfermedad, a Kate le está pasando otra cosa: ante su intento de poner un límite temporal mínimo al apetito de la prensa, los medios de Murdoch, del dueño del Daily Mail y los dueños de los tabloides (¡todos hombres, blancos, mayores, y la mayoría de ellos que no pagan impuestos en el Reino Unido!) han reaccionado con fuerza para volver a meterla en vereda. Es el precio a pagar por haber alimentado a una bestia. A Kate le están haciendo un bullying en toda regla.

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En nuestro país, por poner el caso, la prensa ha acusado a Kate de ‘mentir’, de ‘estupidez’, de ser una ‘embustera’, de ‘engañar a la opinión publica fingiendo que todo va bien’, de abrir con su ‘fotomentira’ una etapa que ‘da miedo’ y de ‘acelerar la crisis de la institución en un país en barrena’. Hasta se ha llegado a decir que ha provocado ‘el fin de la evidencia en la era de la inteligencia artificial’. Son críticas injustas y desproporcionadas, que serían inapropiadas hacia cualquier persona que esté pasando una enfermedad, y que desde luego Kate (que siempre ha tenido un comportamiento ejemplar y es de lo más auténtico que hay en las monarquías actuales) no se merece.

Es bastante curioso que los hombres de la Casa de Windsor no provoquen tanta histeria. El príncipe Philip, consorte, no del heredero, sino de la reina, estuvo varias veces en el hospital sin dar más explicaciones que una somera ‘condición preexistente’ o ‘como precaución’ y nadie movió ni una pestaña. El rey Charles (que, a diferencia de Kate, tiene una responsabilidad constitucional hacia su país) no ha dado explicaciones públicas del tipo de cáncer que tiene. Y en un intento de defenderse de una acusación de abuso sexual a una menor, el príncipe Andrew alegó que tenía una enfermedad que no le permitía sudar, sin que todos los periodistas del mundo se pusiesen a indagar sobre esa curiosísima enfermedad o le acusaran de provocar ‘la crisis de la institución en un país en barrena’. Eso por no hablar de otras cosas que ellos hicieron, que si las hubiera hecho Kate se la hubiera quemado públicamente en la hoguera. No hace falta remontarse a la Edad Media para ver que las paranoias colectivas tienden a cebarse más con las mujeres que con los hombres.

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QOSHE - Qué le pasa a Kate - Miriam González
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Qué le pasa a Kate

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21.03.2024

Pocas personas, por no decir ninguna, provocan más histeria colectiva que las consortes de la Casa de Windsor. Ni la muerte de ídolos musicales o de Mandela lograron replicar la ola mundial de emociones que desató la muerte de la princesa Diana. La enfermedad de Kate no ha llegado a esos extremos, pero ha dado lugar a todo un tsunami de juicios, especulaciones y teorías conspiratorias, desde las redes sociales hasta los medios de comunicación más serios.

En nuestro país, por poner el caso, la prensa ha acusado a Kate de ‘mentir’, de ‘estupidez’, de ser una ‘embustera’, de ‘engañar a la opinión publica fingiendo que todo va bien’, de abrir con su ‘fotomentira’ una etapa que ‘da miedo’ y de ‘acelerar la crisis de la institución en un país en barrena’. Hasta se ha llegado a decir que ha provocado ‘el fin de la evidencia en la era de la inteligencia artificial’. Son críticas injustas y desproporcionadas, que serían inapropiadas hacia cualquier persona que esté pasando una enfermedad, y que desde luego Kate (que siempre ha tenido un comportamiento ejemplar y es de lo más auténtico que hay en las monarquías actuales) no se merece.

Es bastante curioso que los hombres de la Casa de Windsor no provoquen tanta histeria. El príncipe Philip, consorte, no del heredero, sino de la reina, estuvo varias veces en el hospital sin dar más explicaciones que una somera ‘condición preexistente’ o ‘como precaución’ y nadie movió ni una pestaña. El rey Charles (que, a diferencia de Kate, tiene una responsabilidad constitucional hacia su país) no ha dado explicaciones públicas del tipo de cáncer que tiene. Y en un intento de defenderse de una acusación de abuso sexual a una menor, el príncipe Andrew alegó que tenía una enfermedad que no le permitía sudar, sin que todos los periodistas del mundo se pusiesen a indagar sobre esa curiosísima enfermedad o le acusaran de provocar ‘la crisis de la institución en un país en barrena’. Eso por no hablar de otras cosas que ellos hicieron, que si las hubiera hecho Kate se la hubiera quemado públicamente en la hoguera. No hace falta remontarse a la Edad Media para ver que las paranoias colectivas tienden a cebarse más con las mujeres que con los hombres.

Mientras la prensa de muchos países tapa las faltas de sus monarcas, como ocurre en España, en el caso de Kate la prensa británica ha sido la primera que ha dado fuelle a las críticas y especulaciones. Como bien ha explicado el príncipe Harry, la relación entre la monarquía británica y la prensa del país es tóxica. La monarquía depende de........

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