Los resortes psicológicos dan forma a las acciones humanas y los principios narrativos conforman los discursos. Por eso este Gobierno tiene un problema para afrontar el torrente de información sobre corrupción de cada día. El mensaje del sanchismo huele a podrido porque refleja los mismos mecanismos con los que han operado los corruptos.

La deshonestidad de José Luis Ábalos ante las cámaras es pareja a la que pudo haber tenido en el despacho de Fomento.

La carencia de escrúpulos de María Jesús Montero frente a los micrófonos se parece a la de Koldo en la marisquería.

La apatía moral de Patxi López en sus declaraciones es semejante a la presunta falta de integridad de Armengol en sus decisiones.

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Génova prioriza la corrupción del caso Koldo a la amnistía para hacer descarrilar la legislatura Ana Belén Ramos

La violenta promoción de un clima permisivo con la corrupción que tuitea Óscar Puente es afín a la grosería de los primeros audios que han salido a la luz.

Las amenazas que envía el director de comunicación del PSOE a los periodistas se corresponden con el lenguaje intimidante de los mafiosos de medio pelo.

Y la carencia de remordimientos que demuestra Sánchez al tratar de extender la mancha refleja la misma impunidad con la que pudieron operar los comisionistas mientras la peste lo asolaba todo.

Todos los discursos sobre corrupción que no quieren acabar con la corrupción se parecen

Todos los discursos sobre corrupción que no quieren acabar con la corrupción se parecen. Se asemejan porque tanto el delito como su cobertura necesitan instalarse sobre la mentira.

Los delincuentes y quienes los amparan necesitan el engaño para iniciar la estafa y para evitar sus consecuencias legales, para proteger los intereses individuales y los del grupo, para eludir la culpa y la responsabilidad, para distorsionar los hechos y para mantener los privilegios.

Las acciones de unos y las palabras de otros se atornillan como bisagras tornándose indisociables al ser anverso y reverso de una misma maldad.

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Y a veces, muchas, lo consiguen. Otras no. Hay ocasiones en las que la verdad circula más rápido que la mentira. Para eso hacen falta guardias civiles, jueces y periodistas. Por eso, también por eso, está tan bien esto de vivir en democracia.

Cuando ocurre lo que está pasando ahora, el poder político se encuentra frente a un dilema: si acaban con la corrupción, pueden perder el poder, y, si emplean el relato moralmente corrupto, pierden la autoridad, y con ella la confianza ciudadana. Saben que pueden perder el poder porque conocen el grado de metástasis de la trama, porque tienen la información y al mismo tiempo no pueden frenar su publicación, y porque deben haber asumido que habrá periodos de mayor o menor protagonismo de la corrupción, pero que el asunto va para largo y hacia los tribunales.

¿De qué nos sirve la ética si perdemos el poder? ¿Por qué elegir entre sacrificar cargos y renunciar a la superioridad moral?

Y saben que pueden perder la autoridad porque no se puede seguir diciendo durante mucho tiempo "el que la hace la paga" mientras se apilan ante la opinión pública pruebas de todo lo que cada uno hizo. Así que si no ruedan cabezas se acabó la superioridad moral del sanchismo, la credibilidad del partido y la limpieza en la imagen presidencial.

Lo habitual frente a los dilemas es que aparezca alguien que formule una pregunta cínica. Por ejemplo, estas: ¿de qué nos sirve la ética si perdemos el poder?, ¿por qué elegir entre sacrificar cargos y renunciar a la superioridad moral?

Ese es el tipo de interrogantes que funcionan como un ansiolítico en las reuniones de los gabinetes crisis, y que terminan convirtiendo en un erial el legado del líder, los atributos de la marca y la consistencia anímica del país. Se plantean como una solución, pero son la aceleración hacia el precipicio, la mejor manera de perder el poder y la autoridad, y por mucho tiempo, además.

El primer cargo sanchista que plantea ese dilema no es Ábalos, sino Francina Armengol

El primer cargo sanchista que plantea ese dilema no es Ábalos, que solo es un diputado que ya ha generado un grave desgarro, sino Francina Armengol. Mantenerla en el cargo después de lo que se ha publicado implica ensuciar a Sánchez, al PSOE y al Parlamento, un serio descrédito institucional.

La solución eficiente y, por lo tanto, elegante, difícil de ver cuando la presión es tanta como ahora, consiste en que sea ella quien se mueva y no genere desgaste al resto. Tiene fácil el discurso. "Soy inocente. Pero en estas circunstancias debo velar por el prestigio de la institución".

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Todo lo demás, incluyendo la siesta de la Fiscalía, es hacer daño al Parlamento, al PSOE y a España, a cambio de retener una pieza que será interpelada cada vez que un diputado de la oposición suba al atril, y que podría ser todavía más insostenible con lo que emerja en cualquier momento.

El mismo o parecido método puede aplicarse a casi todos los involucrados siempre que quiera protegerse la médula moral del PSOE y de la democracia española. Mucho más difícil de gestionar, si no imposible, es la situación de Begoña Gómez.

Mucho más difícil de gestionar, si no imposible, es la situación de Begoña Gómez

Su sola entrada en la comisión de investigación del Senado reúne muchísimas papeletas para terminar siendo la imagen de esta legislatura y del ocaso del sanchismo.

Esa fotografía, esos fotogramas, desbordarían el ámbito de lo político porque supondrían un hecho sin precedentes en la historia de nuestro país y de nuestro entorno, desembocarían en la crónica social, en todas las conversaciones del territorio nacional.

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Si llega a producirse, se dará, además, la injusta circunstancia de que todo el odio que concentra el propio Sánchez caerá sobre ella y se retroalimentará sobre él. Habrá quien dé por hecho que el Partido Popular ya ha calculado y agendado el impacto de ese movimiento. Pongamos que no durante un momento: los populares no tienen otra opción que llamarla a declarar al Senado porque, de otra forma, sufrirían una fortísima presión y la incomprensión de su propio electorado.

Francina Armengol ya plantea el dilema entre poder y autoridad que pueden plantear otros cargos y ministros socialistas. Pero Begoña Gómez ya genera una amenaza existencial que, en estos momentos, parece imposible de evitar.

Los resortes psicológicos dan forma a las acciones humanas y los principios narrativos conforman los discursos. Por eso este Gobierno tiene un problema para afrontar el torrente de información sobre corrupción de cada día. El mensaje del sanchismo huele a podrido porque refleja los mismos mecanismos con los que han operado los corruptos.

La deshonestidad de José Luis Ábalos ante las cámaras es pareja a la que pudo haber tenido en el despacho de Fomento.

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La apatía moral de Patxi López en sus declaraciones es semejante a la presunta falta de integridad de Armengol en sus decisiones.

La violenta promoción de un clima permisivo con la corrupción que tuitea Óscar Puente es afín a la grosería de los primeros audios que han salido a la luz.

Las amenazas que envía el director de comunicación del PSOE a los periodistas se corresponden con el lenguaje intimidante de los mafiosos de medio pelo.

Y la carencia de remordimientos que demuestra Sánchez al tratar de extender la mancha refleja la misma impunidad con la que pudieron operar los comisionistas mientras la peste lo asolaba todo.

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Todos los discursos sobre corrupción que no quieren acabar con la corrupción se parecen. Se asemejan porque tanto el delito como su cobertura necesitan instalarse sobre la mentira.

Los delincuentes y quienes los amparan necesitan el engaño para iniciar la estafa y para evitar sus consecuencias legales, para proteger los intereses individuales y los del grupo, para eludir la culpa y la responsabilidad, para distorsionar los hechos y para mantener los privilegios.

Las acciones de unos y las palabras de otros se atornillan como bisagras tornándose indisociables al ser anverso y reverso de una misma maldad.

Y a veces, muchas, lo consiguen. Otras no. Hay ocasiones en las que la verdad circula más rápido que la mentira. Para eso hacen falta guardias civiles, jueces y periodistas. Por eso, también por eso, está tan bien esto de vivir en democracia.

Cuando ocurre lo que está pasando ahora, el poder político se encuentra frente a un dilema: si acaban con la corrupción, pueden perder el poder, y, si emplean el relato moralmente corrupto, pierden la autoridad, y con ella la confianza ciudadana. Saben que pueden perder el poder porque conocen el grado de metástasis de la trama, porque tienen la información y al mismo tiempo no pueden frenar su publicación, y porque deben haber asumido que habrá periodos de mayor o menor protagonismo de la corrupción, pero que el asunto va para largo y hacia los tribunales.

¿De qué nos sirve la ética si perdemos el poder? ¿Por qué elegir entre sacrificar cargos y renunciar a la superioridad moral?

Y saben que pueden perder la autoridad porque no se puede seguir diciendo durante mucho tiempo "el que la hace la paga" mientras se apilan ante la opinión pública pruebas de todo lo que cada uno hizo. Así que si no ruedan cabezas se acabó la superioridad moral del sanchismo, la credibilidad del partido y la limpieza en la imagen presidencial.

Lo habitual frente a los dilemas es que aparezca alguien que formule una pregunta cínica. Por ejemplo, estas: ¿de qué nos sirve la ética si perdemos el poder?, ¿por qué elegir entre sacrificar cargos y renunciar a la superioridad moral?

Ese es el tipo de interrogantes que funcionan como un ansiolítico en las reuniones de los gabinetes crisis, y que terminan convirtiendo en un erial el legado del líder, los atributos de la marca y la consistencia anímica del país. Se plantean como una solución, pero son la aceleración hacia el precipicio, la mejor manera de perder el poder y la autoridad, y por mucho tiempo, además.

El primer cargo sanchista que plantea ese dilema no es Ábalos, sino Francina Armengol

El primer cargo sanchista que plantea ese dilema no es Ábalos, que solo es un diputado que ya ha generado un grave desgarro, sino Francina Armengol. Mantenerla en el cargo después de lo que se ha publicado implica ensuciar a Sánchez, al PSOE y al Parlamento, un serio descrédito institucional.

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Ese es el movimiento limpio, higiénico. Más todavía cuando no existe ningún procedimiento establecido para la destitución del presidente del Congreso de los Diputados.

Todo lo demás, incluyendo la siesta de la Fiscalía, es hacer daño al Parlamento, al PSOE y a España, a cambio de retener una pieza que será interpelada cada vez que un diputado de la oposición suba al atril, y que podría ser todavía más insostenible con lo que emerja en cualquier momento.

El mismo o parecido método puede aplicarse a casi todos los involucrados siempre que quiera protegerse la médula moral del PSOE y de la democracia española. Mucho más difícil de gestionar, si no imposible, es la situación de Begoña Gómez.

Mucho más difícil de gestionar, si no imposible, es la situación de Begoña Gómez

Su sola entrada en la comisión de investigación del Senado reúne muchísimas papeletas para terminar siendo la imagen de esta legislatura y del ocaso del sanchismo.

Esa fotografía, esos fotogramas, desbordarían el ámbito de lo político porque supondrían un hecho sin precedentes en la historia de nuestro país y de nuestro entorno, desembocarían en la crónica social, en todas las conversaciones del territorio nacional.

Si llega a producirse, se dará, además, la injusta circunstancia de que todo el odio que concentra el propio Sánchez caerá sobre ella y se retroalimentará sobre él. Habrá quien dé por hecho que el Partido Popular ya ha calculado y agendado el impacto de ese movimiento. Pongamos que no durante un momento: los populares no tienen otra opción que llamarla a declarar al Senado porque, de otra forma, sufrirían una fortísima presión y la incomprensión de su propio electorado.

Francina Armengol ya plantea el dilema entre poder y autoridad que pueden plantear otros cargos y ministros socialistas. Pero Begoña Gómez ya genera una amenaza existencial que, en estos momentos, parece imposible de evitar.

QOSHE - El dilema de Armengol y la amenaza de Begoña Gómez - Pablo Pombo
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El dilema de Armengol y la amenaza de Begoña Gómez

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03.03.2024

Los resortes psicológicos dan forma a las acciones humanas y los principios narrativos conforman los discursos. Por eso este Gobierno tiene un problema para afrontar el torrente de información sobre corrupción de cada día. El mensaje del sanchismo huele a podrido porque refleja los mismos mecanismos con los que han operado los corruptos.

La deshonestidad de José Luis Ábalos ante las cámaras es pareja a la que pudo haber tenido en el despacho de Fomento.

La carencia de escrúpulos de María Jesús Montero frente a los micrófonos se parece a la de Koldo en la marisquería.

La apatía moral de Patxi López en sus declaraciones es semejante a la presunta falta de integridad de Armengol en sus decisiones.

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Las amenazas que envía el director de comunicación del PSOE a los periodistas se corresponden con el lenguaje intimidante de los mafiosos de medio pelo.

Y la carencia de remordimientos que demuestra Sánchez al tratar de extender la mancha refleja la misma impunidad con la que pudieron operar los comisionistas mientras la peste lo asolaba todo.

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Armengol avaló a la trama ante Sanidad cuando ya sabía que sus mascarillas eran defectuosas Pablo Gabilondo Beatriz Parera

Y a veces, muchas, lo consiguen. Otras no. Hay ocasiones en las que la verdad circula más rápido que la mentira. Para eso hacen falta guardias civiles, jueces y periodistas. Por eso, también por eso, está tan bien esto de vivir en democracia.

Cuando ocurre lo que está pasando ahora, el poder político se encuentra frente a un dilema: si acaban con la corrupción, pueden perder el poder, y, si emplean el relato moralmente corrupto, pierden la autoridad, y con ella la confianza ciudadana. Saben que pueden perder el poder porque conocen el grado de metástasis de la trama, porque tienen la información y al mismo tiempo no pueden frenar su publicación, y porque deben haber asumido que habrá periodos de mayor o menor protagonismo de la corrupción, pero que el asunto va para largo y hacia los tribunales.

¿De qué nos sirve la ética si perdemos el poder? ¿Por qué elegir entre sacrificar cargos y renunciar a la superioridad moral?

Y saben que pueden perder la autoridad porque no se puede seguir diciendo durante mucho tiempo "el que la hace la paga" mientras se apilan ante la opinión........

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