Pasa la última ola de encuestas y emerge la pregunta sobre unos números unánimemente rotundos contra los intereses del PSOE. ¿Qué ocurrirá con el Partido Socialista después de todo esto?

Los más adversarios auguran que, esta vez sí, nos encontramos ante los indicios definitivos. Y dan por hecho, de nuevo, una suerte de apocalipsis que terminará dejando al socialismo español donde quedaron el francés o el griego. La condena al infierno.

Y los más confiados no ven motivos para la preocupación. Se agarran a los precedentes. Sostienen que ya hubo bajadas demoscópicas cuando los indultos, también tras la reforma de los delitos de sedición y malversación, y señalan que más tarde llegó la misma recuperación que está por venir con la puntualidad de los milagros. La bendición del paraíso.

Puede que merezca la pena desembarazarse de esas dos revelaciones del pensamiento mágico, para ahondar fríamente la cuestión de la factura. Y ahí es donde cualquier análisis riguroso llegará a la conclusión de que el problema es serio y estructural.

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Tan estructural que hasta se puede cuantificar en una cifra fácil de recordar. Todos los sondeos dan la misma constante: no menos del 30% de los electores del PSOE se reconoce incómodo con lo que está ocurriendo. ¿Es mucho? ¿Es poco? Son cerca de 2,5 millones de votantes que en este momento se sienten huérfanos.

¿Cómo es su retrato robot? Predominantemente masculino, más bien mayor y residiendo en la meseta, sin demasiada formación ni poder adquisitivo. Personas que se consideran progresistas, que contienen escrúpulos para transitar hacia el PP y que dan importancia subjetiva a la idea de España.

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A día de hoy, late en nuestro país una demanda política que no está siendo satisfecha por ningún partido. Y si algo demuestra la historia es que los espacios políticos que uno deja vacíos siempre terminan siendo llenados por otro.

Se dan, por lo tanto, las condiciones necesarias para que surja una nueva formación política de carácter constitucionalista, socialdemócrata y territorialmente centrípeta. El público objetivo está ahí y no es menor (2,5 millones de adultos). Y la oportunidad está cercana, el año que viene habrá elecciones europeas, la ocasión idónea para el primer pescozón (seis eurodiputados) sin grave cargo de conciencia.

Ese y no otro es el principal peligro que afronta el Partido Socialista en este momento. Es evidente que levantar de la nada una nueva oferta electoral para dentro de medio año no es nada sencillo, para empezar, porque el equipo tendría que ser visto como nuevo y no percibido como una escisión.

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A su vez, también parece claro que la amnistía no operará en este escenario como lo hicieron antes los indultos o las reformas de los delitos de malversación y sedición. La demanda no va a aflojarse a medio plazo.

Primero, porque la tramitación de esta ley será una tortura para los socialistas que no terminará antes de las europeas.

Y segundo, porque la amnistía “no es el punto final, sino el de partida”, tal y como señaló Puigdemont antes de que Sánchez hiciese de eco.

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Queda. Queda desgaste. Va a ser muy difícil que ese tercio de votantes socialistas disconformes se sienta súbitamente alborozado en esta legislatura.

La posibilidad de que surja ese nuevo partido llevaría al PSOE más hacia la lenta pero definitiva erosión de su homólogo italiano que a los casos de Francia o Grecia que con tanta frecuencia se señalan. Solo es una hipótesis, claro. Pero no está de más apuntarla en un paisaje tan agitado como el que atravesamos.

Mucho más sólidos son los obstáculos ya del todo asentados. El más serio está en la arquitectura. Y no, no me refiero a los fundamentos ideológicos y morales que considero carcomidos, sino al andamiaje más tangible.

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Sucede, sin embargo, que los socialistas no han estado nunca tan escasos de poder autonómico y municipal como lo están ahora. Y que nada, ni siquiera ensanchar la Administración central todavía más, puede responder a las peticiones que se reciben en Ferraz.

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Puigdemont no va a dejar de disfrutar viendo a Sánchez dando botes en su sartén. Pero seguirá subiendo el fuego porque su objetivo estratégico está por detrás del divertimento, lo suyo es debilitar el Estado para volverlo a intentar. De manera que no parará.

Según vayan estresándose las contradicciones del Gobierno, sobre todo con las elecciones gallegas a la vuelta de la esquina sirviendo como banco de pruebas y como ocasión para reventar a Feijóo, crecerán las opciones de que el PSOE vaya articulando candidaturas al estilo del Frente Popular.

Este Partido Socialista va en esa dirección: dejó de aspirar a ser el primer partido del país, pasó a conformarse con ser el primero de la mayoría, y lo próximo será resignarse a la primera posición de una coalición electoral.

Pasó a conformarse con ser el primero de la mayoría, y lo próximo será resignarse a la primera posición de una coalición electoral

Si eso ocurre, seguiremos contando que las siglas guardan el gen adicional de la supervivencia. Y, en cualquier caso, diremos que el PSOE que conocimos dejó de existir hace ya demasiado tiempo.

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Y los más confiados no ven motivos para la preocupación. Se agarran a los precedentes. Sostienen que ya hubo bajadas demoscópicas cuando los indultos, también tras la reforma de los delitos de sedición y malversación, y señalan que más tarde llegó la misma recuperación que está por venir con la puntualidad de los milagros. La bendición del paraíso.

Puede que merezca la pena desembarazarse de esas dos revelaciones del pensamiento mágico, para ahondar fríamente la cuestión de la factura. Y ahí es donde cualquier análisis riguroso llegará a la conclusión de que el problema es serio y estructural.

Tan estructural que hasta se puede cuantificar en una cifra fácil de recordar. Todos los sondeos dan la misma constante: no menos del 30% de los electores del PSOE se reconoce incómodo con lo que está ocurriendo. ¿Es mucho? ¿Es poco? Son cerca de 2,5 millones de votantes que en este momento se sienten huérfanos.

¿Cómo es su retrato robot? Predominantemente masculino, más bien mayor y residiendo en la meseta, sin demasiada formación ni poder adquisitivo. Personas que se consideran progresistas, que contienen escrúpulos para transitar hacia el PP y que dan importancia subjetiva a la idea de España.

A día de hoy, late en nuestro país una demanda política que no está siendo satisfecha por ningún partido. Y si algo demuestra la historia es que los espacios políticos que uno deja vacíos siempre terminan siendo llenados por otro.

Se dan, por lo tanto, las condiciones necesarias para que surja una nueva formación política de carácter constitucionalista, socialdemócrata y territorialmente centrípeta. El público objetivo está ahí y no es menor (2,5 millones de adultos). Y la oportunidad está cercana, el año que viene habrá elecciones europeas, la ocasión idónea para el primer pescozón (seis eurodiputados) sin grave cargo de conciencia.

Ese y no otro es el principal peligro que afronta el Partido Socialista en este momento. Es evidente que levantar de la nada una nueva oferta electoral para dentro de medio año no es nada sencillo, para empezar, porque el equipo tendría que ser visto como nuevo y no percibido como una escisión.

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Por un lado, se da una disonancia entre lo centrífugo para el país y lo centrípeto para el partido: para España se va más allá del federalismo y para el partido, más allá del centralismo.

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Tarde o temprano, la oposición se dará cuenta de que no hace falta desgastar armamento político para confrontar con los ministros elegidos por Sánchez. Solo son su carne de cañón, en su juego de la polarización.

Puigdemont no va a dejar de disfrutar viendo a Sánchez dando botes en su sartén. Pero seguirá subiendo el fuego porque su objetivo estratégico está por detrás del divertimento, lo suyo es debilitar el Estado para volverlo a intentar. De manera que no parará.

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Pasó a conformarse con ser el primero de la mayoría, y lo próximo será resignarse a la primera posición de una coalición electoral

Si eso ocurre, seguiremos contando que las siglas guardan el gen adicional de la supervivencia. Y, en cualquier caso, diremos que el PSOE que conocimos dejó de existir hace ya demasiado tiempo.

QOSHE - La factura de la amnistía y el futuro del PSOE - Pablo Pombo
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La factura de la amnistía y el futuro del PSOE

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05.12.2023

Pasa la última ola de encuestas y emerge la pregunta sobre unos números unánimemente rotundos contra los intereses del PSOE. ¿Qué ocurrirá con el Partido Socialista después de todo esto?

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Puede que merezca la pena desembarazarse de esas dos revelaciones del pensamiento mágico, para ahondar fríamente la cuestión de la factura. Y ahí es donde cualquier análisis riguroso llegará a la conclusión de que el problema es serio y estructural.

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¿Cómo es su retrato robot? Predominantemente masculino, más bien mayor y residiendo en la meseta, sin demasiada formación ni poder adquisitivo. Personas que se consideran progresistas, que contienen escrúpulos para transitar hacia el PP y que dan importancia subjetiva a la idea de España.

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Se dan, por lo tanto, las condiciones necesarias para que surja una nueva formación política de carácter constitucionalista, socialdemócrata y territorialmente centrípeta. El público objetivo está ahí y no es menor (2,5 millones de adultos). Y la oportunidad está cercana, el año que viene habrá elecciones europeas, la ocasión idónea para el primer pescozón (seis eurodiputados) sin grave cargo de conciencia.

Ese y no otro es el principal peligro que afronta el Partido Socialista en este momento. Es evidente que levantar de la nada una nueva oferta electoral para dentro de medio año no es nada sencillo, para empezar, porque el equipo tendría que ser visto como nuevo y no percibido como una escisión.

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Primero, porque la tramitación de esta ley será una tortura para los socialistas que no terminará antes de las europeas.

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