Tenemos tan enloquecida la política española que vivimos cada campaña electoral como si estuviese dirimiéndose un giro en el guion entero. Y luego caen los resultados y encima pasa. Detrás de cada escrutinio, todo nos parece nuevo y distinto.

Quizás esta vez no sea para tanto, al menos a corto plazo. Desde luego, no lo será en Galicia. Si comenzamos por respetar la naturaleza de las urnas, si empezamos por recordar lo que de verdad se votaba ayer, lo primero que debe subrayarse es que los gallegos han optado por la continuidad.

El nivel de aprobación que tiene aquel Gobierno se corresponde con el resultado cosechado por los populares. Y el delicado relevo en su liderazgo territorial se ha completado con menos fricción electoral de lo esperado. Ninguna, para ser exactos. Feijóo recuperó el poder para los azules con un 46,6% en 2009. Y Rueda lo mantuvo ayer con un 47,4%.

La principal fuerza de la oposición ya contaba con la hegemonía cultural de la izquierda gallega. Y su resultado consolida al nacionalismo como la única alternativa progresista viable durante una década. Hace muchos años, en 2001, el patriarca Beiras llegó al 22,9%. Hoy la matriarca Pontón está en el 31,5%. De esa dimensión es el salto histórico, y de esa envergadura es la historia por escribir en la izquierda de Galicia.

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El tercer partido en aquel Parlamento ya tenía fallas en la conexión con la realidad vital del territorio, ya sufría problemas internos y vacíos de liderazgo. Siendo, además, una sucursal de unas siglas que ya no significan lo que significaron, los socialistas solo podían salir todavía más disminuidos de lo que estaban. En 2005 obtuvieron 555.000 votos. Ayer, 200.000. Un tortazo digno del PASOK.

La mejor noticia para Galicia y para España está en el fracaso de la extrema izquierda y de la extrema derecha. No son chascos comparables, evidentemente. Vox ha superado a Sumar en la tierra de Yolanda Díaz, y el PACMA ha sorpasado a Podemos. Ojalá alguien nos explique un día, con tiempo, por qué esos partiditos antisistémicos logran más resonancia que votos en las urnas.

Visto así, de manera aislada, parece que no ha ocurrido demasiado en aquella comunidad autónoma. La vida de los gallegos no va a alterarse sustancialmente a corto plazo.

Si ampliamos el foco y tratamos de ver el ciclo político, tampoco se ven grandes alteraciones inmediatas. El PP sigue habituado a conservar sus gobiernos, y los socialistas acostumbrados a las derrotas electorales.

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A partir de ahí, de ver cómo le ha ido a cada uno, es fácil repartir alpiste en las redes sociales, darle hilo a la cometa en las tertulias y dejar volar hipótesis tan brillantes y vacuas como pompas de jabón. Todo eso puede hacerse. Y más. Y es divertido, además. Sin embargo, no sirve para aproximarse a comprender el tiempo en que vivimos.

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Nuestras distintas elecciones siguen pareciendo una competición entre las muchas siglas que conforman nuestro sistema de partidos, pero son, en verdad, un combate entre dos bloques. Desde esa perspectiva, aunque no se vean a corto plazo, sí se puede prever la onda expansiva que tendrán de las urnas gallegas a medio plazo.

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Por lo tanto, queda demostrado que el único camino seguro para que la derecha pueda gobernar consiste en que Vox quede reducido a la insignificancia absoluta. Donde entran los de Abascal, las distancias se estrechan y las opciones de derrota se multiplican. No hay más cera que la que arde. De hecho, la cera se acabó en las pasadas elecciones generales.

Dentro del bloque sanchista, la realidad es más compleja. Funciona en modo dual, como un intermitente. El Partido Socialista ya no tiene vocación de mayoría, toda su aspiración consiste en mantenerse como la primera marca del grupo para las elecciones generales.

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Yo creo que ese juego del intermitente es de corto alcance porque las distintas debacles territoriales de los socialistas no serán inocuas en las próximas campañas electorales.

Hay muchos cargos en las instituciones y empresas públicas, pero en el terreno se está perdiendo la capacidad de tracción social que hace falta cuando llega la hora de la verdad.

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Hambre porque, si no puedes competir donde el sentimiento de ser español importa, ni donde importa el de ser gallego, vasco, o catalán…, ¿dónde hay quien no te quite la tostada?

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Con todos esos recursos, se construye la hegemonía cultural, social y electoral. Ahora lo tienen fácil. Todavía más porque a la izquierda del PSOE no queda nada que no dé vergüenza ajena a la mayoría de mujeres y hombres progresistas. Lo saben en Bildu.

Si contemplamos lo que ha ocurrido en Galicia en términos de bloques, de lo que define verdaderamente la política española desde que Sánchez levantó el muro, veremos que la onda expansiva dibuja dos trayectorias:

Hacia el bloque conservador, el impacto deja a Vox como un cacharro inservible.

Hacia el bloque sanchista, la trayectoria se dirige directa hacia el intermitente. El voto dual: socialistas en generales y nacionalistas en todas las demás urnas. Tic, tac. Eso funciona que revienta bombilla.

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19.02.2024

Tenemos tan enloquecida la política española que vivimos cada campaña electoral como si estuviese dirimiéndose un giro en el guion entero. Y luego caen los resultados y encima pasa. Detrás de cada escrutinio, todo nos parece nuevo y distinto.

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