Poco importa que Puigdemont hiciera oficial o no la candidatura a la Generalitat. La expectativa de su rueda de prensa en el exilio francés y la decisión de haber elegido el municipio donde se escondieron las urnas del pucherazo, describen el grado de ignominia y de humillación que lo han convertido en el máximo protagonista de la vida política hispano-catalana.

Ya ha ganado Puigdemont. La estrategia de victimismo propia y la complicidad siniestra de Sánchez han homologado la teoría y práctica del estado opresor. El expresident se nos presenta como la prueba de que en España existen los delitos políticos y las persecuciones ideológicas.

Produce estupor la credulidad de sus partidarios, la devoción hacia un papanatas que se fugó como un cobarde y que ha aprovechado la debilidad de Moncloa para llevar al extremo sus planes de impunidad y de extorsión.

Puigdemont ha convertido a Sánchez en un siervo. Y se ha construido una amnistía a medida que el Gobierno intenta encubrir con el discurso hiperglucémico de la reconciliación. Ya se ocupa de desmentirlo el patrón soberanista con los hechos y las palabras. Volvió a convocarse hace unos días la cumbre de la vergüenza en Ginebra. Y trascendieron de nuevo las expectativas maximalistas de la ruptura y la autodeterminación.

Puigdemont ha convertido a Sánchez en un siervo. Se ha hecho una amnistía a medida que intentan encubrir con la "reconciliación"

Impresiona que Junts vaya a convertirse en la primera fuerza política nacionalista en los comicios del 12 de mayo. Nos había explicado la propaganda monclovense que las cesiones y concesiones a la ferocidad soberanista se explicaban en la lógica de la desinflamación. Nada mejor para reducir el extremismo que los mensajes terapéuticos de la paz y de la concordia, si no fuera porque las encuestas electorales de estos días disparan las opciones de Bildu en Euskadi y de Puigdemont en Cataluña.

Ya ha ganado Puigdemont. Y lo ha hecho sin haber sido detenido ni haber sido juzgado. No ha pasado un minuto entre rejas. No se ha comido los años de cárcel de Junqueras ni ha optado siquiera al indulto. Se ha concedido un fabuloso destierro en la dacha de Waterloo. La amnistía que lo protege como a un mártir no solo cualifica su heroísmo político y su narrativa libertaria, sino que predispone la posición de ventaja electoral. Puigdemont tiene entre sus manos la llave de la legislatura en Madrid, la estabilidad del Gobierno central, la campaña de privilegios para los ciudadanos catalanes, el porvenir mismo de la Generalitat. Y es verdad que Salvador Illa espera conquistarla aprovechando la guerra de clanes nacionalistas —ERC contra Junts—, pero las diferencias políticas, ideológicas y tácticas que los enfrentan pesan menos de lo que hace la conveniencia de un Gobierno separatista.

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Y sería peligroso naturalizar la aberración, la humillación, la impunidad en las que se relame Carles Puigdemont a expensas de la dignidad de la España opresora. El matiz definitivo que diferencia el indulto de la amnistía consiste en que el primero enfatiza o identifica la generosidad del Estado -aunque sea bajo los presupuestos miserables del chantaje aritmético-, mientras que la segunda convierte al Estado en culpable. Nunca hubiera imaginado un escenario más propicio después de la indecorosa fuga de 2017. Nunca hubiera creído que el mismo presidente que se comprometió a traerlo preso ha decidido sacarlo a hombros como si fuera el mártir de un paso de Semana Santa.

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Carles Puigdemont ya ha ganado

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22.03.2024

Poco importa que Puigdemont hiciera oficial o no la candidatura a la Generalitat. La expectativa de su rueda de prensa en el exilio francés y la decisión de haber elegido el municipio donde se escondieron las urnas del pucherazo, describen el grado de ignominia y de humillación que lo han convertido en el máximo protagonista de la vida política hispano-catalana.

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