La dieta soberanista que disciplina y alimenta a Pedro Sánchez en la Moncloa recuerda sospechosamente la receta de los macarrones rellenos de bicarbonato. “Provocan la indigestión y la curan a la vez”, recordaba Groucho Marx en un pasaje delirante de Una noche en la ópera.

Es una forma de plantearse las ventajas y las desventajas que implica la dependencia de los prestamistas. Sánchez los necesita para seguir gobernando, pero la dureza de la extorsión amenaza con destruirlo.

He aquí la conclusión local, regional y nacional que arrastran las elecciones gallegas. Pedro Sánchez hace campaña por sus acreedores y por sus secuestradores al precio de liquidar las siglas del Partido Socialista.

Y no es sencillo modular las relaciones, precisamente porque el régimen patológico de dependencia tanto le obliga a moderar las campañas electorales como a suscribir discursos incendiarios. Lo de menos es que el BNG se defina como un partido marxista-leninista. Lo de más es que Sánchez ampara la expectativa de la autodeterminación gallega bajo la envoltura del progresismo y del plan de supervivencia particular.

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Por esa razón no compite con sus aliados soberanistas cada vez que hay unos comicios comunes. Y por la misma razón, los votantes le castigan cuando las elecciones se disputan lejos del teatro independentista. Ha perdido el PS el poder territorial. O lo conserva allí donde más se caracteriza el antisanchismo, como sucede con García-Page en Castilla-La Mancha.

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Nuestro presidente parece haber aprendido todos los secretos farmacológicos de Mirtrídates VI, un exótico rey de Ponto enfrentado a Roma cuyos recelos de las conspiraciones y los complots precipitaron su maestría en las artes del veneno. Lo consumía con regularidad y criterio para familiarizar su organismo con los antídotos. Tan lejos llegó su erudición en la materia que el propio rey asiático (162 a.C.-32 a.C.) creó un veneno propio a partir de su experiencia y de su patronímico: el mirtridato.

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Puede disfrutarse la exótica historia tanto en una tragedia de Racine como en una maravillosa ópera de juventud de Mozart, Mirtridate, re di Ponto, aunque bien haría Sánchez en sensibilizarse con las moralejas que se derivan del remoto episodio. Primero, porque la dieta del veneno soberanista lo mantiene en una falsa sensación de buena salud. En segundo término, porque la toxicidad de su organismo corrompe la higiene elemental del PSOE. Y en tercer lugar porque el monarca absolutista acaso está subestimando la hipótesis del parricidio, la oportunidad del complot.

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No ha aparecido todavía en escena un epígono de Farnaces II. La rebeldía de García-Page se considera un trámite, una convención. Y los reproches de Juan Lobato no han adquirido todavía suficiente resonancia, pero el escenario electoral inmediato —elecciones vascas, comicios europeos— delimita una catástrofe política que Sánchez capitaliza y que le obliga a responsabilizarse. No ya de haber desnutrido el PSOE, sino de haber envenenado la sociedad española a fuerza de polarizarla y desquiciarla.

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QOSHE - El veneno soberanista puede matar a Sánchez - Rubén Amón
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El veneno soberanista puede matar a Sánchez

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22.02.2024

La dieta soberanista que disciplina y alimenta a Pedro Sánchez en la Moncloa recuerda sospechosamente la receta de los macarrones rellenos de bicarbonato. “Provocan la indigestión y la curan a la vez”, recordaba Groucho Marx en un pasaje delirante de Una noche en la ópera.

Es una forma de plantearse las ventajas y las desventajas que implica la dependencia de los prestamistas. Sánchez los necesita para seguir gobernando, pero la dureza de la extorsión amenaza con destruirlo.

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