Dan ganas de quedarse a vivir en el grupo mixto. Y de instalarse en el gallinero del hemiciclo para observar desde cerca los espolones de Ábalos, cuya operación de rebeldía otorga a la actualidad un brochazo de torrentismo y una agresión impredecible en la burbuja de Sánchez.

Y no es cuestión de relativizar el folclore y el pintoresquismo que identifican el autorretrato victimista del viejo capataz socialista —¡Ni chófer! ¡Ni secretaria!—, sino de significar la envergadura de la crisis política que se le presenta al patrón de la Moncloa.

La insumisión de Ábalos malogra el propósito de convertirlo en el cortafuegos del caso Koldo, predispone un horizonte turbulento en el escándalo de las mascarillas e introduce una nueva fisura en la precaria aritmética parlamentaria. Puede ocurrir que el disputado voto del señor Ábalos decida la suerte de los nuevos decretazos. Puede suceder que la épica de Ábalos contra todo y contra todos atragante la legislatura.

No hace otra cosa el proscrito que invocar y evocar el manual de resistencia de Pedro Sánchez. Lo escribieron a cuatro manos. Y acuñaron la figura rebelde de Espartaco. Un hombre contra el sistema. Así forjó Pedro el Cruel su leyenda revanchista. Y así pretende Ábalos desquitarse del oprobio con que su propio partido lo ha convertido en un despojo radiactivo.

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Conviene tomarse muy en serio las secuelas del duelo. Nadie conoce mejor a Sánchez que su abnegado escudero: los secretos, la conducta, los puntos débiles, el umbral del dolor, las trampas, las argucias, la crueldad.

Por esas razones, sorprende que el PSOE haya exteriorizado el castigo, expuesto el escarmiento, ofrecido públicamente la cabeza

Por esas razones, sorprende que el PSOE haya exteriorizado el castigo, expuesto el escarmiento, ofrecido públicamente la cabeza del fontanero. Y que haya subestimado la resistencia del mártir. No está acostumbrado Sánchez a los ejercicios de subversión ni al cuestionamiento de la jerarquía, aunque la simplificación de la crisis —un héroe contra el sistema— y el imperativo de tomar partido —sanchismo contra antisanchismo— permiten a Ábalos encubrir sus propias vergüenzas: el discurso del honor y del orgullo revestirían mayor credibilidad si no fuera porque el inmolado se protege con el aforamiento, conserva su puesto de trabajo y elude la responsabilidad política —in vigilando— en las corruptelas de su machaca.

Ya veremos si Ábalos tira de la manta. O cuándo lo hace. Y si la posición cenital del gallinero le permite vigilar e identificar a las señorías que lo han traicionado, incluido el número uno de la bancada azul. Asustaban más ayer la sobriedad y el temple de Ábalos en el programa de Alsina que las reacciones altisonantes. Abunda la testosterona en el duelo de Ferraz, desconcierta la gestión calenturienta de la crisis, pero se diría que el peón va a estudiar con esmero y cabeza el trance del jaque al rey.

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Está familiarizándose Pedro Sánchez con los venenos que él mismo inoculaba. Y se le está emponzoñando la legislatura, no ya por las aberraciones políticas derivadas de la extorsión soberanista, sino por la devaluación de la marca electoral —el varapalo de los comicios gallegos—, la precariedad parlamentaria, las consecuencias del caso Koldo y la implosión y el shock que implica la insubordinación de José Luis Ábalos.

Resulta estrafalaria la concepción de la Justicia de Sánchez. Ábalos no está investigado, pero se le ha exigido inmolarse por ejemplaridad

Resulta estrafalaria la concepción de la Justicia que identifica a Pedro Sánchez. Ábalos no está investigado, pero se le ha exigido inmolarse en nombre de la ejemplaridad. Al contrario, los verdaderos condenados —hasta 13 años de cárcel en el caso de Junqueras— obtienen la recompensa del indulto y aspiran a la gloria política de la amnistía.

En un giro inesperado de la narrativa ejemplarizante de Ferraz, Sánchez se ha convertido en el rehén de Ábalos, y Ábalos se ha convertido en el rehén de Koldo. Un siniestro juego de matrioskas cuya vulnerabilidad coloca el sanchismo en el momento más dramático de los últimos seis años.

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Sánchez es rehén de Ábalos (y Ábalos, de Koldo)

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01.03.2024

Dan ganas de quedarse a vivir en el grupo mixto. Y de instalarse en el gallinero del hemiciclo para observar desde cerca los espolones de Ábalos, cuya operación de rebeldía otorga a la actualidad un brochazo de torrentismo y una agresión impredecible en la burbuja de Sánchez.

Y no es cuestión de relativizar el folclore y el pintoresquismo que identifican el autorretrato victimista del viejo capataz socialista —¡Ni chófer! ¡Ni secretaria!—, sino de significar la envergadura de la crisis política que se le presenta al patrón de la Moncloa.

La insumisión de Ábalos malogra el propósito de convertirlo en el cortafuegos del caso Koldo, predispone un horizonte turbulento en el escándalo de las mascarillas e introduce una nueva fisura en la precaria aritmética parlamentaria. Puede ocurrir que el disputado voto del señor Ábalos decida la suerte de los nuevos decretazos. Puede suceder que la épica de Ábalos contra todo y contra todos atragante la legislatura.

No hace otra cosa el proscrito que invocar y evocar el manual de resistencia de Pedro Sánchez. Lo escribieron a cuatro manos. Y acuñaron la figura rebelde de Espartaco. Un hombre contra el sistema. Así forjó Pedro el Cruel su leyenda revanchista. Y así pretende Ábalos desquitarse del oprobio con que su propio partido lo ha convertido en un despojo radiactivo.

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Conviene tomarse muy en serio las secuelas del duelo. Nadie conoce mejor a Sánchez que su abnegado escudero: los secretos, la conducta, los puntos débiles, el umbral del dolor, las trampas, las argucias, la crueldad.

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