Feijóo sería presidente del Gobierno si hubiera elecciones el domingo. He aquí las conclusiones demoscópicas y sarcásticas de las encuestas que han aparecido en el contexto de la investidura de... Pedro Sánchez.

Lograría ahora la victoria el líder del PP. Y rentabilizaría a su favor la indignación general de la amnistía, pero resulta que no hay elecciones el domingo ni tiene por qué haberlas hasta dentro de cuatro años de prórroga sanchista.

Es el escarmiento que se desprende del Consejo de Ministros celebrado ayer. Estaban llamados a formalizarlo los costaleros del PP. Ya se habían repartido los ministerios de manera más o menos oficiosa, pero las imágenes bucólicas del miércoles en la sede de la Moncloa nos recuerdan hasta qué extremos Feijóo malogró el caudal electoral del 28-M. Que Sánchez se haya sucedido a sí mismo porque carece de principios y de vergüenza no contradice la negligencia de su antagonista cuando precipitó los acuerdos con Vox, autorizó la crisis extremeña y subestimó el instinto de supervivencia de Sánchez.

Feijóo bien pudo evitar la foto de familia del nuevo Gobierno socialista de haber advertido todas las trampas que le puso Sánchez en la campaña. Ninguna tan elocuente como la fecha misma de los comicios. La cita extemporánea del 23-J no solo consentía a Pedro desquitarse de la crisis política doméstica que arrastraba el fracaso de los comicios autonómicos y municipales. También predisponía que Feijóo se aviniera a exponer la danza macabra con Abascal.

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El jefe de Vox permanece acomodado en su posición de falso aliado de Núñez Feijóo y de falso enemigo de Sánchez. No ya porque neutraliza cualquiera aproximación del PP a las opciones nacionalistas moderadas —el PNV—, sino porque la iracundia de su política callejera y folclórica refuerza el discurso sanchista del miedo a la ultraderecha y suscribe la oportunidad del muro que nos preserva del mal.

Se le va a hacer penosa y larga la oposición a Feijóo. La lógica de bloques relativiza cualquier alternativa al sanchismo, mientras que el clamor de la calle contra la amnistía se irá disipando entre el abatimiento y la resignación. Podría discutirse incluso si es una buena idea que el PP instrumentalice con sus siglas la estupefacción ciudadana. No ya porque el clamor de la calle trasciende el oportunismo de los populares, sino porque Génova dispone de otros contrapoderes más elocuentes y pragmáticos, desde el filibusterismo que merece ejercerse desde el Senado hasta la corpulencia política que alojan las autonomías y los ayuntamientos después del 28-M.

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Cuesta trabajo imaginarse la disciplina y la lealtad de Ayuso, sin olvidar que el trabajo de la oposición al sanchismo se lo van a ir repartiendo los propios socios de investidura de Sánchez. Unas veces lo harán los chantajistas de Junts y de ERC. Otras corresponderá a la dieta insaciable del PNV. O al criterio de venganza con que Podemos aspira a descarrilar la sonrisa de Sánchez.

La propia heterogeneidad de la coalición de investidura representa la mejor baza de Feijóo en estos cuatro años de frustraciones, pero ya sabemos que las discrepancias y esquizofrenias de Frankenstein II pesan menos que los beneficios comunes. Y hemos aprendido que nadie hay más capacitado que Sánchez para gestionar un manicomio.

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QOSHE - Y es ahora cuando empieza el infierno de Núñez Feijóo - Rubén Amón
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Y es ahora cuando empieza el infierno de Núñez Feijóo

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24.11.2023

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