La Nochebuena volvió a encarnarse en Los Palacios y Villafranca hace ahora una década. Primero intentaron quemar nuestra memoria. O fue la mala sombra, porque nadie lo supo a ciencia cierta y el incendio del archivo le dio la vuelta a España. Luego fue el Belén de la Plaza, de donde habían empezado a robar flores de pascua como anécdota menor. El día que quemaron el Nacimiento, con el Niño incluido, marcó un antes y un después, hasta el punto de que no pudo volver a ponerse un Belén en el centro del pueblo, para vergüenza colectiva nuestra. Hace ahora un mes, cuando el Adviento no había empezado -y por tanto tampoco la esperanza-, se quemaron dos jóvenes mientras dormían, como el anticipo de un fin de año que pedía a gritos un milagro. Y ahora, mientras los campanilleros anuncian el Nacimiento de Dios, viene una niña a nacernos de nuevo, aunque toda la lógica del mundo se inclinara por su muerte en el fondo tenebroso de aquel contenedor en una de las calles más inhóspitas de un pueblo acostumbrado también a los infiernos... Esta Navidad no puede ser como las demás. No puede serlo, porque ese contenedor de una calle tan próxima al cementerio de todos nuestros muertos ha sido la metáfora más escalofriante del pesebre donde dejaron nacer al Niño Dios.

A los padres del Niño Jesús les cerraron todas las puertas de las posadas. En ninguna había sitio para una mujer a punto de dar a luz. Y el pequeño tuvo que nacer en el fondo de un pesebre donde comían las bestias. La niña que protagoniza los telediarios de estos días, a la que han bautizado oficialmente como Nieves y oficiosamente como Esperanza –también hay quienes la llaman Milagros-, ha tenido las bestias más cerca, mucho más cerca y, cuando parecía que un pesebre era el lugar más inmundo para venir al mundo, ella ha encontrado su primer hálito de vida en el fondo de un maloliente contenedor. Ni el autor del Apocalipsis hubiera tenido una imaginación tan retorcida. Entre basuras, entre desperdicios. Allí su carne rosa y palpitante recién nacida. Allí su inocente inconsciencia de angelito en posición fetal. Allí su cuerpo aterido por el frío de diciembre, envuelto en una invisible interrogación retórica. Allí su mala suerte de que la nacieran donde no la querían. Allí su buena estrella de que la encontraran quienes no la esperaban. Allí su descomunal fuerza de adhesión a la vida, que la ha hecho seguir respirando sin que nadie la hubiera enseñado.

La Navidad, es decir, la Natividad, la fiesta de que el mundo es capaz de hacerse de nuevo, de que todos deberíamos hacernos niños para entrar en el Reino de los Cielos, no puede vivirse ahora en Los Palacios y Villafranca como si nada hubiera ocurrido. Una niña iba a morirse, probablemente sin que nos hubiéramos enterado, seguramente triturada por las fauces de un camión de la basura, y sin embargo la niña ha vuelto a la vida, que es el milagro más fehaciente contra quienes dicen no creer en la Resurrección. ¿Cómo no vamos a pensar que la vida merece la pena después de asistir al renacimiento de una niña condenada a morir asfixiada en su propia sangre al fondo de una bolsa de plástico que había sido arrojada a la basura? ¿Cómo vamos a vivir esta Navidad cantando los mismos villancicos de siempre si acabamos de vivir tan cerca el indiscutible milagro de que unos ángeles pasaran casualmente por donde una bebé acababa de caer en el fondo de nuestro infierno más próximo, que es el de vivir sin darnos cuenta de que el demonio también existe? ¿Cómo vamos a vivir la Navidad comiendo simplemente polvorones si el pueblo condenado a inoportunos incendios cuando termina el año nos ha iluminado con la oportuna lámpara de una lección de vida tan dolorosa como emocionante? ¿Cómo vamos a luchar contra nuestra propia memoria si la realidad más cruda que podríamos haber imaginado nos ha golpeado de frente para darle la oportunidad a la inmensa mayoría del pueblo de demostrar que tiene un corazón gigante que ni siquiera cabe en nuestro escudo de La Unión? Es imposible. La Navidad ya jamás será lo que era. Y yo estoy deseando que esta niña se recupere, crezca y se haga grande para tener algún día la oportunidad de contarle en persona por qué en su pueblo y el mío el Nacimiento (de Dios, o de ella misma, divina metáfora encarnada) es distinto a todos los demás.

QOSHE - El Belén en un contenedor de Los Palacios - Álvaro Romero
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El Belén en un contenedor de Los Palacios

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20.12.2023

La Nochebuena volvió a encarnarse en Los Palacios y Villafranca hace ahora una década. Primero intentaron quemar nuestra memoria. O fue la mala sombra, porque nadie lo supo a ciencia cierta y el incendio del archivo le dio la vuelta a España. Luego fue el Belén de la Plaza, de donde habían empezado a robar flores de pascua como anécdota menor. El día que quemaron el Nacimiento, con el Niño incluido, marcó un antes y un después, hasta el punto de que no pudo volver a ponerse un Belén en el centro del pueblo, para vergüenza colectiva nuestra. Hace ahora un mes, cuando el Adviento no había empezado -y por tanto tampoco la esperanza-, se quemaron dos jóvenes mientras dormían, como el anticipo de un fin de año que pedía a gritos un milagro. Y ahora, mientras los campanilleros anuncian el Nacimiento de Dios, viene una niña a nacernos de nuevo, aunque toda la lógica del mundo se inclinara por su muerte en el fondo tenebroso de aquel contenedor en una de las calles más inhóspitas de un pueblo acostumbrado también a los infiernos... Esta........

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