Nunca hay que tirar la toalla y máxime cuando las personas nos esforzamos para construir una sociedad más digna y libre, sobre todo, apoyándonos en convicciones democráticas. La sociedad civil siempre podrá ganar la partida a los políticos que ejercen la política desde la particularidad personal e interesada.

Últimamente estamos presenciando lo que se podría denominar «el esperpento político». El vocabulario y, curiosamente, los comentarios de ciertos políticos, así como sus decisiones son del todo incoherentes, vehementes, chantajistas y, hasta, desproporcionadas, rayando lo amenazante.

Los ciudadanos de a pie nos preguntamos si nos merecemos vivir en el esperpento permanente que los políticos pretenden marcarnos. Desde las elecciones de julio de este año desatinan con lo que dicen y en cómo lo verbalizan; son extravagantes hasta llegar al ridículo y creen que las mentiras a las que nos quieren someter son verdades; rayan la ridiculez repitiéndose como papagayos que no tienen autonomía para expresarse; de sus bocas salen disparates que los convierten en personas sin criterio, cuánto más elevan la voz y dicen idioteces más inteligentes creen que son, y al final todo es un desatino. Lo esperpéntico los envuelve y pretenden convertirnos a todos en simples espantajos. ¡Ay! qué equivocados están.

Lo que tenemos que hacer los ciudadanos es esforzarnos en intentar tener un criterio propio con el que analizar la deriva en la que está la vida política. Sí, esforcémonos por realizar un camino propio en donde podamos cuestionar el esperpento político y aportar un criterio sensato para que nuestra democracia no se rompa.

Nos quieren dormidos y poco protestones, y que vivamos sometidos a los intereses propios que los políticos se han construido. Sin embargo, la ciudadanía tenemos trabajar para que esta intencionalidad no se apodere de nuestros espíritus y de nuestras mentes. Debemos alejarnos del clientelismo político porque en política los que se dedican a esta noble función son servidores y no dueños.

Cuando en una sociedad los políticos se adueñan de la democracia las instituciones se resienten y dejan de tener la fuerza independiente que cada una debe conservar. El Ejecutivo, el Legislativo y el Orden Judicial no pueden estar sometidos al pesebre del poder ejecutivo porque entonces se da la paradoja de que la división de poderes ya no es real, ni eficaz, ni eficiente. Es una palabra que no tiene ningún significado operativo y, por ende, se puede decir que la democracia «ha fallecido».

La contradicción se adueña de que quienes tienen que salvaguardar los principios democráticos que rigen en nuestro país, ya que dentro de poco tiempo podríamos ser, por contentar a unos pocos, poquísimos, varios países. De hecho, así se dirigen varios políticos al presidente de Gobierno, porque, claro, con jefe del Estado ni hablan, ni lo reconocen. Se produce un contrasentido porque quienes deben de velar por el cumplimiento de la NORMA la someten a cambios que deberían hacerse a través de un procedimiento agravado, según marca la Carta Magna. Personalmente, en esta tribuna de opinión, he escrito que si se quiere cambiar la Constitución se tienen que poner de acuerdo los dos partidos mayoritarios, el PP y el PSOE, estableciendo las propuestas necesarias para cambiar aquellos artículos de la Constitución que se crea conveniente definir de nuevo.

Esto sería valentía, porque en verdad, es la única verdad, que los españoles, todos sin excepción, podríamos participar en una decisión altamente democrática y no contaminada por los intereses partidistas de unos pocos políticos.

Nos estamos moviendo en el absurdo porque, no me cansaré de escribirlo, que lo que los españoles hemos votado ha sido un consenso entre el Partido Popular que ganó las elecciones y el Partido Socialista Obrero Español que quedó segundo. Estoy convencido que un gobierno de coalición era lo que queríamos un porcentaje muy elevado de votantes. Inclusive he escrito que, a lo mejor, había que buscar a dos mujeres, una del PP y otra del PSOE, que fueran capaces de ponerse de acuerdo para la consecución de este gobierno.

A lo que ahora estamos asistiendo es a un verdadero disparate y los disparates siempre terminan desastrosamente.

Vivimos, desde el punto de vista político, en el dislate de un ejecutivo sometido a una minoría y esto lleva a un desvarío en el día a día de lo que debería ser un Gobierno equilibrado.

Me entristece ver la cara de ciertos políticos, sonrisas forzadas, frases construidas y sin emotividad, falta de entusiasmo, comportamientos defensivos, mezcla de funciones, en fin, a personas que están en sus cargos, pero sin esperanza. De ahí, que hayan decidido acudir al esperpento para poderse mantener en sus cargos y, pretender ejercer un poder, que verdaderamente no tienen porque saben que en cualquier momento puede hacerse añicos.

Mientras tanto los ciudadanos lo que tenemos que hacer es esforzarnos. Sí, ¡Esforcémonos!, y no claudiquemos ante los intereses particulares de quienes deberían de pensar mucho más en servir que en mantenerse en un gobierno que terminará sus días sin haber podido gobernar adecuadamente. Un gobierno no puede estar permanentemente sometido a las frases y al contenido que determinados grupos políticos trasladan un día sí y otro también a quien debería de gobernar con verdadera capacidad de gobierno. Esto, precisamente, es el esperpento.

La convivencia se basa en la igualdad de todas las personas que habitan un mismo territorio, en nuestro caso lo que conocemos, y está reconocido en la Constitución como la Nación de España. Una única e indivisible. Se nos reconoce como Reino de España a través de una monarquía constitucional.

No es cierto que la convivencia se pueda construir complaciendo los intereses particulares de unos pocos. Así vamos camino de que se cumpla un objetivo: Una nación de naciones o lo que se ha dado en llamar por algunos un estado plurinacional. Si esto es lo que verdaderamente quieren los españoles votémoslo en un referéndum porque hacerlo como se está pretendiendo es un fraude de ley, es decir una modificación de la Constitución que solamente tiene la posibilidad de realizarlo por la vía agravada. Mientras esta Constitución exista, por favor ¡Esforcémonos! por no malograrla, porque hacerlo lo que generaría es vulnerabilidad democrática. Obliguemos, con nuestros votos, y con manifestaciones pacíficas impulsadas por la sociedad civil, a que los dos mayores partidos democráticos existentes en España lleguen a un acuerdo.

David López Royo es Sociólogo.

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¡ESFORCÉMONOS!

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17.12.2023

Nunca hay que tirar la toalla y máxime cuando las personas nos esforzamos para construir una sociedad más digna y libre, sobre todo, apoyándonos en convicciones democráticas. La sociedad civil siempre podrá ganar la partida a los políticos que ejercen la política desde la particularidad personal e interesada.

Últimamente estamos presenciando lo que se podría denominar «el esperpento político». El vocabulario y, curiosamente, los comentarios de ciertos políticos, así como sus decisiones son del todo incoherentes, vehementes, chantajistas y, hasta, desproporcionadas, rayando lo amenazante.

Los ciudadanos de a pie nos preguntamos si nos merecemos vivir en el esperpento permanente que los políticos pretenden marcarnos. Desde las elecciones de julio de este año desatinan con lo que dicen y en cómo lo verbalizan; son extravagantes hasta llegar al ridículo y creen que las mentiras a las que nos quieren someter son verdades; rayan la ridiculez repitiéndose como papagayos que no tienen autonomía para expresarse; de sus bocas salen disparates que los convierten en personas sin criterio, cuánto más elevan la voz y dicen idioteces más inteligentes creen que son, y al final todo es un desatino. Lo esperpéntico los envuelve y pretenden convertirnos a todos en simples espantajos. ¡Ay! qué equivocados están.

Lo que tenemos que hacer los ciudadanos es esforzarnos en intentar tener un criterio propio con el que analizar la deriva en la que está la vida política. Sí, esforcémonos por realizar un camino propio en donde podamos cuestionar el esperpento político y aportar un criterio sensato para que nuestra democracia no se rompa.

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