El pasado miércoles acababa mi columna de opinión dedicándole unas palabras al otrora presidente Pepe Castro, que heredó una empresa rentable y puntera llamada Sevilla Fútbol Club y que hoy es el gerente de una funeraria en pleno barrio de Nervión. Venía a decir tal que así: “Deje paso y abra el ropero, que huele a cerrado. Que Dios nos coja confesados. Y ahora viene el Getafe. Miedo me da.” Pues el miedo se hizo hecho y arrasó con todo. Otra vez más.

El Ramón Sánchez-Pizjuán ya no es la casa de todos los sevillistas. Es mentira. Es una funeraria gestionada por Pepe Castro y Del Nido Carrasco en la que gente de bien pasa a mejor vida. En apenas un año cuatro entrenadores han sido fulminados: Lopetegui, Sampaoli, Mendilíbar y Diego Alonso. Y viene el quinto en camino. Dicen los taurinos que no hay quinto malo, pero este Sevilla sale a puerta gayola en cada choque, por lo que la cornada puede ser de muerte.

El corazón del Sevilla Fútbol Club, su estadio, su bastión, los cuarteles de invierno, yace en una camilla rodeado de la melancolía de lo que una vez fue glorioso, hace apenas medio año. No es un estadio, es una funeraria de sueños rotos y esperanzas perdidas gestionada de forma tirana, alejados del socio, callados, atrincherados, inmóviles. Cada partido en un duelo, y la afición se viste de luto por la muerte de la casta y el coraje, que ahora descansan en un féretro de oportunidades perdidas aguardando como si el alma del barrio de Nervión fuera el tanatorio de la SE-30.

En este sombrío escenario, es indigno ver como este sábado los canteranos del Sevilla Atlético que aguardaban su oportunidad calentaron durante 90 minutos para acabar sentados en el banco sin pisar el verde, sesgando su proyección y dejándolos en el olvido. Vaya herencia, Diego Alonso.

Lo vivido ayer sábado hace que, en la funeraria del esperpento se encuentre también la sala de prensa del Sevilla Fútbol Club, donde el director deportivo, Víctor Orta, se erige como el arquitecto de esta debacle. En un espectáculo trágico de abuso de autoridad, Orta ayer silenció a la prensa ahogando cualquier intento de hacer preguntas incisivas que revelen la verdad detrás de este desastre deportivo. Nada. Soltó su discurso y, ni siquiera, indicó quien se ponía mañana al mando. Las caras de los Isaac Escalera, Víctor Fernández o Manolo Martín fueron un poema.

La sala de prensa, que solía ser un foro de transparencia y rendición de cuentas, se convirtió en el escenario de una pantomima autoritaria, donde la voz de la crítica fue estrangulada por la mano firme de un director deportivo que parece más interesado en mantener las apariencias que en afrontar la realidad. Asados aparte. Las preguntas incómodas, en lugar de ser lanzadas, fueron silenciadas con Orta actuando como el sepulturero de la verdad. Esta muestra de autoritarismo no solo es un ultraje a la ética periodística, sino también un insulto a la inteligencia de los aficionados que merecen respuestas claras y honestas. Orta, con su actitud despótica teledirigida desde la planta noble de Pepe Castro y Del Nido Carrasco, se erige como uno de los tres culpables de la decadencia del equipo, convirtiendo la sala de prensa en un mausoleo de la libertad de expresión y la responsabilidad. Ya no había risas ni avioncitos. Game over.

Pero en medio de este funeral deportivo, no podemos obviar la vergonzosa actuación de los jugadores, muy entusiasmados para recibir el aplauso fácil cuando las cosas van bien. Ayer, tras arrastrar el escudo, la mayoría optó por el silencio cobarde, mostrando una falta alarmante de carácter y responsabilidad. La valentía escasea en un equipo que se esconde ante la crítica de una afición herida. En días de gloria, todos son risas, pero cuando el viento sopla en contra, se escudan en la mediocridad y evitan dar la cara.

Solo unos pocos destacan en este mar de decepción. Nemanja Gudelj, con valentía, aguantó el chaparrón de esta fría noche de sábado frente a la grada, reconociendo la vergüenza que representaba el espectáculo sobre el césped. Ivan Rakitić, mostrando carácter, no se escondió ante los medios de comunicación y asumió la responsabilidad que tantos de sus compañeros parecen evadir. La falta de liderazgo y responsabilidad en el vestuario es tan evidente como el enfado y hartazgo de los aficionados. El Sevilla Fútbol Club no solo se enfrenta a la descomposición de sus valores en el terreno de juego, sino también a la ausencia de líderes que estén dispuestos a cargar con el peso de la derrota. Que los jugadores reflexionen sobre la lección amarga de ayer, porque la grandeza se construye tanto en la victoria como en la derrota con dignidad y valentía, y no pegándole patadas a una botella de agua al ser sustituido.

En definitiva, en este estadio vetusto que ahora llora, también yace la oportunidad de una resurrección. Porque, al final, la grandeza de un equipo no se mide solo en victorias y derrotas, sino en su capacidad de renacer de las sombras y volver a iluminar el camino hacia la grandeza, a pesar de Castro, Del Nido Carrasco y Orta. Que la próxima vez que las gradas susurren, sea con el rugir de un renacimiento, recordándonos que, aunque el pasado sea un sepulcro, el futuro siempre puede ser una resurrección.

QOSHE - Funeraria Ramón Sánchez-Pizjuán - Ezequiel García
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Funeraria Ramón Sánchez-Pizjuán

4 0
17.12.2023

El pasado miércoles acababa mi columna de opinión dedicándole unas palabras al otrora presidente Pepe Castro, que heredó una empresa rentable y puntera llamada Sevilla Fútbol Club y que hoy es el gerente de una funeraria en pleno barrio de Nervión. Venía a decir tal que así: “Deje paso y abra el ropero, que huele a cerrado. Que Dios nos coja confesados. Y ahora viene el Getafe. Miedo me da.” Pues el miedo se hizo hecho y arrasó con todo. Otra vez más.

El Ramón Sánchez-Pizjuán ya no es la casa de todos los sevillistas. Es mentira. Es una funeraria gestionada por Pepe Castro y Del Nido Carrasco en la que gente de bien pasa a mejor vida. En apenas un año cuatro entrenadores han sido fulminados: Lopetegui, Sampaoli, Mendilíbar y Diego Alonso. Y viene el quinto en camino. Dicen los taurinos que no hay quinto malo, pero este Sevilla sale a puerta gayola en cada choque, por lo que la cornada puede ser de muerte.

El corazón del Sevilla Fútbol Club, su estadio, su bastión, los cuarteles de invierno, yace en una camilla rodeado de la melancolía de lo que una vez fue glorioso, hace apenas medio año. No es un estadio, es una funeraria de sueños rotos y esperanzas perdidas gestionada de forma tirana, alejados del socio, callados, atrincherados, inmóviles. Cada partido en un duelo, y la........

© El Correo de Andalucía


Get it on Google Play