Era el 10 de septiembre de 1997. Un Sánchez Pizjuán de Segunda División acogía el partido de vuelta de la primera eliminatoria de la Copa del Rey ante el todopoderoso Isla Cristina, un gigante del fútbol español que se plantaba en el coliseo nervionense para intentar remontar el 1-2 de la ida a orillas del Océano Atlántico, un feudo inexpugnable. Los Monchi, Prieto, Thetis o Lawaree estaban preparados para campeonar, finiquitar la eliminatoria y pasar a la siguiente ronda, intentando dar una alegría a la ya castigada hinchada Sevillista. No pudo ser, y un tal Mariano, jugador del Isla Cristina, marcaba el 2-3 y mandaba a paseo a los de Julián Rubio, lo que duraría lo mismo que la permanencia de Mendilíbar en el banquillo de Nervión. Un Mariano que marcaba goles, y no como el de ahora, convertido en ex futbolista por capricho de Víctor Orta.

Desde aquel fatídico 10 de septiembre de 1997, no se sentía tanto sonrojo entre los aficionados del Sevilla. Una vergüenza que aumenta cada día que pasa. La diferencia con aquel Sevilla de Segunda División de Casagrande, Oulida, Molnar o Axel es de cientos de millones de euros y varios trofeos en las vitrinas. Pero el fútbol es el hoy, no el ayer. El mañana es oscuro, como el equipo de la temporada 23/24, como la información que el club proporciona sobre la enfermería, como la realidad de la planta noble. La planta noble de los herederos de aquel fatídico 1995 empeora a sus antecesores, con Carolina Alés y Del Nido Carrasco a la cabeza.

La decadencia de este Sevilla Fútbol Club es evidente, y su dantesca actuación en el campo refleja la pérdida de los valores que alguna vez lo elevaron a la grandeza. El esfuerzo, la casta y el coraje, que fueron la columna vertebral durante dos décadas gracias, en parte, a don Roberto Alés -¿dónde está su cuadro?-, han desaparecido entre luchas internas y decisiones deportivas desastrosas. Hoy, el equipo se arrastra por el terreno de juego, incapaz de mostrar mejora alguna, ya venga Quique Sánchez Flores, Guardiola o Klopp y se vislumbra el abismo de la Segunda División a menos que ocurra un milagro celestial, más allá de los golpecitos de pecho del fariseísmo de muchos fijatas del palco de autoridades.

La dirección deportiva de Víctor Orta, elevado a los altares por Pepe Castro, flamante vicepresidente con su vídeo homenaje en los medios del club, parece estar estática -¿o lo está?-, sin recursos para reforzar el equipo en un mercado de invierno que ya lleva dos semanas activo y que se salda con la friolera de un fichaje y una salida, mientras Januzaj sigue cobrando religiosamente su sueldo gracias al León. El sevillista demanda jugadores reales, de los de calceta bajada y botas negras, no simples fichajes de escayola. Peloteros capaces de pegar dos voces a los pesos pesados, recordándoles que el barco se está hundiendo. Así melo han transmitido. ¿Es tan difícil fichar a alguien que pueda hablar la lengua de Cervantes? ¿O es que se conforman con las sobras de equipos mediocres de ligas europeas que solo buscan beneficiarse?

La solución a esta debacle podría encontrarse en una refundación necesaria, impulsada por la urgencia de reconocer que entre todos mataron al equipo, desde la directiva hasta la afición. Sí, la misma que ayer me comentaba que se ha acostumbrado a asumir que van camino de la Segunda división y donde reina la apatía. ¿Es momento de que Del Nido Benavente asuma, como máximo accionista, un papel relevante en el Sevilla? Tras el partido con el Alavés, el ex presidente se ofrecía a su hijo para rescatar al equipo de la Segunda División. A coste cero. Pero ojo: si a pesar de darle cabida junto a Del Nido Carrasco el Sevilla desciende, la opción de un concurso de acreedores, una limpieza integral y la construcción de cimientos sólidos para adaptar la entidad al siglo XXI se presentan como la única salida. Del Nido Benavente incluido. El tiempo será el juez que revele si esta era la salida o si, de hecho, la verdadera respuesta estaba ante los ojos del Sevilla desde el principio.

En este momento crítico, el sevillista debe reflexionar sobre lo que queda de un equipo que muchas veces le hizo morder plata. Toca que el aficionado haga una llamada a la conciencia, recordando que el resurgir del club no solo depende de las decisiones en los despachos, sino también del compromiso de una grada que anhela ver brillar de nuevo a su amado Sevilla Fútbol Club. La historia merece ser recordada con respeto y dureza, con la esperanza de que, aunque hoy se está al borde del abismo, la pasión y el orgullo que alguna vez caracterizaron al Sevilla resurjan para escribir un nuevo capítulo de grandeza y redención. Y no la pesadilla de aquel fatídico 1 de junio de 1997 en Oviedo.


QOSHE - RIP Sevilla FC - Ezequiel García
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13.01.2024

Era el 10 de septiembre de 1997. Un Sánchez Pizjuán de Segunda División acogía el partido de vuelta de la primera eliminatoria de la Copa del Rey ante el todopoderoso Isla Cristina, un gigante del fútbol español que se plantaba en el coliseo nervionense para intentar remontar el 1-2 de la ida a orillas del Océano Atlántico, un feudo inexpugnable. Los Monchi, Prieto, Thetis o Lawaree estaban preparados para campeonar, finiquitar la eliminatoria y pasar a la siguiente ronda, intentando dar una alegría a la ya castigada hinchada Sevillista. No pudo ser, y un tal Mariano, jugador del Isla Cristina, marcaba el 2-3 y mandaba a paseo a los de Julián Rubio, lo que duraría lo mismo que la permanencia de Mendilíbar en el banquillo de Nervión. Un Mariano que marcaba goles, y no como el de ahora, convertido en ex futbolista por capricho de Víctor Orta.

Desde aquel fatídico 10 de septiembre de 1997, no se sentía tanto sonrojo entre los aficionados del Sevilla. Una vergüenza que aumenta cada día que pasa. La diferencia con aquel Sevilla de Segunda División de Casagrande, Oulida, Molnar o Axel es de cientos de millones de euros y varios trofeos en las vitrinas. Pero el fútbol es........

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