La creciente colocación en la vía pública de veladores de bares, cafeterías y restaurantes, no solo en bulevares espaciosos sino también en calles estrechas con acera pequeña, es una tendencia cuya intensidad ya era fuerte antes de la pandemia covid. Históricamente, la sociabilidad alrededor de vasos, tazas y copas se vivía de puertas adentro, y el escaso grado de confort en la mayoría de los establecimientos, se estuviera sentado o de pie entre apreturas, se compensaba con la motivación por confraternizar. La disminución del número de días con temperaturas frías o con lluvia, a causa del calentamiento planetario y de las sequías, favoreció abrir paso al despliegue de mesas y sillas para consumir más viandas al aire libre y estar más tiempo departiendo. Una opción gustosa cuando se tiene el rol de potencial cliente pero un incordio cuando eres transeúnte y sobre todo cuando sucede día y noche junto a tu domicilio.

En ciudades como Sevilla, la proliferación de veladores ha impactado de lleno en el espacio público compartido y no solo sucede en los barrios más turísticos sino también en los distritos por los que raro es que circulen algunos turistas. Para blindar la ocupación de metros cuadrados como territorio hostelero, quien más quien menos ha añadido la colocación de sombrillas, toldos, paneles separadores, vallas bajas, biombos traslúcidos. E incluso estufas, de gas o eléctricas. Todo con tal de servir de reclamo para tener clientela durante más tiempo y generar más caja en comparación con lo que se consigue en la barra. Hasta los hay que se atreven a poner más veladores y sillas de los autorizados, confiando en que se hará la vista gorda, para aprovechar pícaramente la general predisposición de la ciudadanía a juntarse en la calle más que bajo techo. Porque es innegable el cambio de hábito en las inercias sociales. Tan cierto como que la mayoría de las calles y plazas donde eso sucede no se urbanizaron ni dimensionaron para dicha finalidad.

Estamos en periodo de dimes y diretes para la reforma en Sevilla de la ordenanza sobre las terrazas de veladores, replanteando qué es admisible, en qué horarios se permite, y cuáles son las multas para los infractores. La casuística es variopinta, porque además entronca con lo que se establezca como norma a secundar en bares cuya clientela tiende a salirse a la calle para beber y charlar de pie. La gobernanza de todo esto da para muchas horas de conversación. Incluso más que si se habla de fútbol. Si tardeas, no conduzcas. Para la nueva ordenanza, sugiero ser especialmente restrictivo con la implantación de estufas al aire libre. Es un despilfarro energético, y una contradicción insostenible. Epatante la imagen de estufas encendidas en las calles durante las noches invernales para focalizar la posibilidad de consumir tapas o copas a la intemperie, cuando se puede hacer lo mismo donde tiene sentido y sin ese derroche de recursos: en el interior de los establecimientos. Que para eso están.