Una mujer pasea con un carrito de bebé. / EP / Jesús Hellín

Hace unos días los informativos, los periódicos y las redes sociales volvieron a llenarse de titulares catastrofistas tras la publicación de los últimos datos de natalidad del Instituto Nacional de Estadística. En 2023 se alcanzó el mínimo histórico de nacimientos anuales desde que existen datos (1941), con poco más de 322.000 niños en toda España y menos de 62.000 en Andalucía. Es menos de la mitad que el año en que nací yo (Sevilla, 1975).

Después de resaltar el “hundimiento” de la natalidad, los medios procedían a hablar de los sospechosos habituales para explicar esta caída: la precariedad laboral, el precio de la vivienda, o las ayudas públicas a las familias.

Si bien como economista estoy de acuerdo con la idea de que los factores económicos afectan a las decisiones de formación familiar, es difícil reconciliar estas explicaciones tan populares con los datos. Ni las condiciones laborales, ni los precios de la vivienda, ni las subvenciones han venido empeorando progresivamente desde 1941 (o desde 1975), como sí lo han hecho las cifras de fecundidad. De hecho, el único subperiodo en el que los nacimientos aumentaron (1998-2008) coincide casi exactamente con la época de la burbuja inmobiliaria, con subidas de precios desorbitadas.

¿Qué puede explicar entonces esta tendencia a largo plazo tan sostenida? Por supuesto, la explicación completa no pasa por un único factor, pero si queremos resaltar uno, algo que sí ha evolucionado de manera sostenida en España es el estatus social y económico de las mujeres (¡para mejor!).

Durante los últimos 50 años, las mujeres en España han ido adquiriendo más derechos, y han aumentado enormemente su nivel de estudios, su participación en el mercado de trabajo, y sus ingresos laborales.

En 1977, según datos de la Encuesta de Población Activa, menos de un 30% de las mujeres en edad de trabajar tenían efectivamente un empleo remunerado (comparado con casi el 80% de los hombres). En 2023, el 54% de las mujeres estaba trabajando.

En el curso académico 2022-23, el 57% de los alumnos matriculados de grado en las universidades españolas (también en las andaluzas) eran mujeres, según datos del Ministerio de Universidades.

Además, la brecha de género en ingresos salariales se ha ido reduciendo de manera progresiva. Según datos de la Encuesta de Estructura Salarial, hace casi 30 años (en 1995), la brecha de género en ingresos laborales anuales entre los trabajadores a tiempo completo era del 34%. En 2018 se había reducido al 16%. En los datos más recientes, correspondientes al año 2021, la brecha de género es incluso negativa para los trabajadores más jóvenes (menores de 25 años).

Muchas brechas de género se han ido cerrando, pero una que continúa aún bien abierta es la de los cuidados. Las mujeres siguen siendo las que soportan el peso de los cuidados dentro de la familia. Y esto implica que la llegada de los hijos supone grandes cambios en sus vidas.

En 2023, el 84% de las excedencias por cuidado de familiar las ostentaban mujeres (tanto en España como en Andalucía). Las mujeres también representan la casi totalidad de los trabajadores que renuncian a una jornada completa por razones relacionadas con los cuidados. Esto se traduce en que las mujeres sufren una importante caída en sus ingresos laborales tras la maternidad, caída que no se recupera tras los primeros años, sino que tiene un carácter muy persistente. La brecha de género en los ingresos que se abre con la llegada de los hijos se puede atribuir a que los hombres mantienen su actividad laboral prácticamente sin cambios tras la paternidad, mientras que las mujeres sufren interrupciones en su participación, pasan a trabajar menos horas, y se desplazan hacia puestos con salarios por hora más bajos. Estos cambios reflejan la mayor responsabilidad de las mujeres en el hogar.

La combinación de las mejores condiciones laborales de las mujeres y el hecho de que el cuidado de los hijos siga recayendo sobre ellas implica que el “coste de oportunidad” (como decimos los economistas) de la maternidad haya aumentado. Dado que las mujeres han de renunciar a muchas de las oportunidades que el mercado de trabajo ahora les ofrece cuando se convierten en madres, han de pesar una cosa y otra, y cada vez más retrasan o limitan la maternidad. Es decir, existen buenas razones para pensar que la caída en los nacimientos se debe, no a peores oportunidades laborales, sino a lo contrario (para las mujeres).

Se preguntarán qué papel juegan aquí los hombres. Las oportunidades laborales para ellos no han mejorado tanto, al menos en términos relativos. En una época en la que las vidas de las mujeres han experimentado grandes cambios, las de los hombres se han mantenido sorprendentemente estables. En particular, la participación de los hombres en las tareas del hogar y los cuidados no ha aumentado en paralelo al aumento de la participación de las mujeres en el trabajo remunerado.

Si mi argumento es válido, entonces es posible que un reparto más igualitario de los cuidados dentro de los hogares ayudara a revertir la caída de la natalidad. Claro que una mayor participación de los hombres en los cuidados podría hacer la maternidad más atractiva para las mujeres, pero quizá menos para los hombres, al aumentar su coste de oportunidad. Consistente con esto es que las tasas de natalidad no hayan aumentado a pesar de las generosas extensiones en las bajas de paternidad que han tenido lugar en los últimos años.

¿Por qué no tenemos más hijos? Las mujeres quieren lo mismo que los hombres han tenido siempre: poder tener una familia, pero también un trabajo que les realice, ser independientes económicamente, y poder disfrutar de tiempo libre y de una vida social. A día de hoy, esto no es factible. Todavía, las mujeres tienen que elegir, y muchas eligen no ser madres. Si queremos fomentar la natalidad, haríamos bien en mirar menos a las mujeres y más a los hombres. Políticas como la universalización de la educación infantil sin duda pueden ayudar, pero al final, sólo una mayor equidad dentro del hogar puede acercarnos a cumplir dos objetivos que van de la mano: terminar de cerrar las brechas de género en el mercado de trabajo y en el hogar, y revertir la caída en la natalidad.

*Libertad González es Doctora en Economía y profesora en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona

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¿Por qué sigue bajando la natalidad?

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27.02.2024

Una mujer pasea con un carrito de bebé. / EP / Jesús Hellín

Hace unos días los informativos, los periódicos y las redes sociales volvieron a llenarse de titulares catastrofistas tras la publicación de los últimos datos de natalidad del Instituto Nacional de Estadística. En 2023 se alcanzó el mínimo histórico de nacimientos anuales desde que existen datos (1941), con poco más de 322.000 niños en toda España y menos de 62.000 en Andalucía. Es menos de la mitad que el año en que nací yo (Sevilla, 1975).

Después de resaltar el “hundimiento” de la natalidad, los medios procedían a hablar de los sospechosos habituales para explicar esta caída: la precariedad laboral, el precio de la vivienda, o las ayudas públicas a las familias.

Si bien como economista estoy de acuerdo con la idea de que los factores económicos afectan a las decisiones de formación familiar, es difícil reconciliar estas explicaciones tan populares con los datos. Ni las condiciones laborales, ni los precios de la vivienda, ni las subvenciones han venido empeorando progresivamente desde 1941 (o desde 1975), como sí lo han hecho las cifras de fecundidad. De hecho, el único subperiodo en el que los nacimientos aumentaron (1998-2008) coincide casi exactamente con la época de la burbuja inmobiliaria, con subidas de precios desorbitadas.

¿Qué puede explicar entonces esta tendencia a largo plazo tan sostenida? Por supuesto, la explicación completa no pasa por un único factor, pero si queremos resaltar uno, algo que sí ha evolucionado de manera sostenida en España es el estatus social y económico de las mujeres (¡para........

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