Juan Manuel Rodríguez García, El Mistela, es uno de los bailaores más flamencos de su tiempo, pero un día decidió dejar las giras y emigró a Madrid para hacer otras cosas, entre ellas, probarse como director artístico de un tablao de la Villa y Corte, El Torero, de los más conocidos de la capital de España, sito en la calle de la Cruz, 26, en plena zona flamenca de esta ciudad, cerca de la Plaza de Santa Ana, donde acabaron muchos artistas flamencos andaluces comenzando el siglo XX, cuando Fornos, Villa Rosa o Los Gabrieles eran la Meca de lo jondo. Recuerdo al Mistela de Los Palacios muy jovencito, adolescente, formándose con Pepe Ríos, Farruco y Mario Maya, sus principales referencias. “Fue Farruco quien me puso de nombre artístico El Mistela, por el vino de mi tierra”, nos dijo anoche mismo en El Madroño, un bar cercano al tablao. “Con Mario aprendí la disciplina, sin la cual no hay manera de ser un buen artista”, añadió.

Tuvo El Mistela un buen sitio en el flamenco, cuando en 1988, su participación en el Giraldillo del Baile, que ganó Javier Barón, le sirvió para consagrarse en figura. Pilar López llegó a decir de él que era “un bailaor de café cantante”, y es cierto. Es de esa clase de bailaores que emocionan, puro, escaso de adornos superfluos. La llamada de Madrid le pilló en un momento delicado y todo hace pensar que no regresará a su tierra. “Murió mi padre y decidí darle un cambio a mi carrera, hacer otras cosas, y Madrid me abrió sus puertas”, dice con mirada ya de la Villa y Corte. No ha hecho otra cosa que lo que hicieron hace más de un siglo El Mochuelo, Paco el Gandul, las Coquineras del Puerto, Isabel Santos, El Estampío o Bernardo el de los Lobitos: buscarse la vida en la capital de España, que era donde prosperaban los artistas en general, no solo los flamencos, por ser una de las grandes ciudades del mundo.

El Mistela dirige El Torero y tuvo la feliz iniciativa de organizar conferencias en este tablao, una vez al mes, para ofrecer un servicio a la cultura flamenca y a los aficionados. Esto me llevó ayer a este tablao para hablar de los pioneros del flamenco, sobre todo de los que decidieron afincarse en la tierra de Ramón Montoya cuando Sevilla cerró sus cafés cantantes más emblemáticos, como los de Silverio y El Burrero, dando paso a otros locales de un corte muy distinto, como el Novedades. Seguro que los aficionados madrileños sabrán agradecer este gesto de El Torero, ahora que tanto se cuestiona la importancia de Madrid en la historia del arte flamenco, sobre todo desde que Isabel Díaz Ayuso reclamó la capitalidad del flamenco. A Sevilla solo hay que darle celos para que reaccione. Ha ocurrido ahora y cada vez que alguien ha querido robarnos el pellizco.

El bailaor palaciego sigue teniendo su sitio en el baile, pero de otra manera. “Me gusta lo que hago, sin duda, pero nunca he dejado de bailar, ni lo haré. Es mi vida desde niño”, dijo con la emoción en los ojos. Es un hombre feliz, le van bien las cosas del arte y no lo vemos de nuevo en la pelea de los festivales de verano. Que haga lo que quiera, porque es un ser libre.