Hay algunas cosas que quería hacer antes del último viaje y una de ellas era tener dos chivitos o cabritos, un sueño que hice realidad esta misma mañana gracias a un joven cabrero de Villanueva de las Cruces (Huelva), que además canta, toca la guitarra y escribe poemas y coplas flamencas. Se llama José Manuel Cuaresma Poleo, tiene solo 24 años y, aunque podría haber estudiado una carrera, decidió vivir en el campo y estar al margen del sistema, aunque le cueste, en el que por cierto no cree. Sabiendo que este fin de semana se iban a poner de parto algunas cabras, decidí regresar a la infancia y saldar una deuda de hace casi sesenta años, una deuda conmigo mismo: tener dos chivitos, los que no pude tener de niño, y me explico. Mi madre usaba un suavizante para la ropa, que era muy conocido en los sesenta: Norit. Hizo un pacto conmigo: “Cuando tengamos treinta sobres nos darán un borreguito y será para ti”. Deseaba aquel borreguito más que un helado en verano o una torrija en Semana Santa y me volvía loco cada vez que me mandaba a por un sobre. Cuando junté todos los sobres, los treinta, supe que lo del borreguito no era verdad y me quedé con las ganas de abrazarlo y revolcarme con él en el verde.

Mi abuelo materno tenía una cabra en el corral de casa y se quedó preñada. “Si ayudas a alimentarla, cogiendo hierba fresca todos los días, y ramón -varetas de olivo-, cuando nazcan los chivitos serán para ti”. Estuve cinco meses cogiendo corregüela, soñando cada noche con el animalito. La mamá cabra se puso de parto y parió dos, uno blanco y otro rubio, casi color del chocolate. Esa noche no se durmió en casa, de tanta emoción. Dos días después, al regreso del colegio vi en la puerta a un hombre con la mamá cabra y los dos cabritos, preciosos, atados al trasportín de su bicicleta. Los había vendido a un hombre de Almensilla y no pude ni siquiera abrazarlos por última vez. Tenía 6 ó 7 años y no alcanzaba a comprender que éramos pobres y que la venta de la cabra y sus preciosos hijos solucionarían muchos problemas. Lloré más que Jeremías, solo en un cerro viendo cómo se alejaban, pero acepté el desengaño como un hombrecito ya curtido en mil batallas.

Sesenta años después, esta misma mañana he adoptado a Soleá y Debla, dos chivitas recién nacidas -las de la fotografía-, de cuya manutención me haré cargo hasta que mueran de viejas en el campo, en Villanueva de las Cruces, en el corazón del Andévalo, entre Alosno y Calañas. Esta mañana les he dado a las dos los abrazos que no les pude dar a los de Cuatro Vientos y me ha costado separarme de ellas. Iré a verlas cada vez que pueda y asegurarme de que no acaben en el matadero con dos meses, algo que sé que no va a pasar, al menos con Soleá y Debla. Son mías, las he adoptado formalmente y, aunque no estén en casa, porque no es posible, las querré siempre y aprovecharé para seguir disfrutando, de paso, del cante y el toque de José Manuel Cuaresma, que estos días canta sus coplillas entre parto y parto, en el monte, en Navidad, donde solo se escucha el canto de los pájaros, los chivitos llamando a sus madres y la música pura de este joven cruceño, una música que no entiende de comisiones ni cuentos, solo de pureza y sinceridad.

No es un cuento de Navidad, es parte de los recuerdos de mi infancia. Ni un ajuste de cuentas con el pasado, porque sigo adorando a mi madre y a mi abuelo, ya los dos en un balcón celeste del cielo. Feliz Año Nuevo.

QOSHE - Este no es un cuento de Navidad - Manuel Bohórquez
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Este no es un cuento de Navidad

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31.12.2023

Hay algunas cosas que quería hacer antes del último viaje y una de ellas era tener dos chivitos o cabritos, un sueño que hice realidad esta misma mañana gracias a un joven cabrero de Villanueva de las Cruces (Huelva), que además canta, toca la guitarra y escribe poemas y coplas flamencas. Se llama José Manuel Cuaresma Poleo, tiene solo 24 años y, aunque podría haber estudiado una carrera, decidió vivir en el campo y estar al margen del sistema, aunque le cueste, en el que por cierto no cree. Sabiendo que este fin de semana se iban a poner de parto algunas cabras, decidí regresar a la infancia y saldar una deuda de hace casi sesenta años, una deuda conmigo mismo: tener dos chivitos, los que no pude tener de niño, y me explico. Mi madre usaba un suavizante para la ropa, que era muy conocido en los sesenta: Norit. Hizo un pacto conmigo: “Cuando tengamos........

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