Tengo que confesar que cuando nos obligaron a ponernos la mascarilla, por lo de la pandemia, descubrí que podía ser un conquistador. Entre las gafas de sol y la mascarilla, ocultaba más de media cara y logré dominar los complejos, esos compañeros de vida que nos hacen reír, llorar y a veces esconder la cabeza como avestruces aficionados. Alguna vez confesé que cuando una mujer me miraba, lo que ocurría muy de tarde en tarde, pensaba que se había dado cuenta de mi fealdad y no sabía dónde meterme. La mascarilla, además, tapaba mi boca por completo, que es mi punto débil por dos dientes extraños que nunca me decidí a sacármelos y ponerme unos nuevos, en parte porque en los setenta, los pobres solo íbamos al dentista a alicatar cuartos de baño. Si nacías con algún defecto físico y pertenecías a una familia tiesa como un cardillo, te quedabas en el banquillo de los ligones. En mis tiempos de mozo, las muchachas eran algo crueles. Si les decías que con lo guapo no se comía, ellas te soltaban aquello de que “con lo feo dan fatigas”. No entiendo cómo logré enamorar a dos damas tan guapas como mis dos ex mujeres, pero así fue.

En los dos años más o menos que estuve con la mascarilla llegué a llamar la atención de mi pescadera favorita, de Coria del Río. ¡La de jureles a la plancha que me zampé para intentar enamorarla! No lo logré, pero le saqué la lengua dos o tres veces y como no podía leerme los labios, por la mascarilla, le llegué a decir por lo bajini que estaba para mojar pan integral en la salsa del rape. Qué divertido es reírnos de nuestras propias imperfecciones. Al fin y al cabo, ¿quién necesita terapia cuando tienes un buen sentido del humor y una buena mascarilla a mano? Me puse el antifaz porque me cansé de sentirme como el invitado a una fiesta en la que nadie me sacaba a bailar. Me daba igual morirme entubado, pero gracias a la mascarilla logré mantenerle la mirada a las mujeres cuando me miraban a los ojos, que, eso sí, los tengo muy parecidos a los de George Cloney, aunque ya los haya perdido de tanto mirar padrones de vecinos del año de María Castaña buscando cantaores.

Detesto a la ministra de Sanidad con todas mis fuerzas, pero si dice que hay que volver a ponerse la mascarilla, la aplaudo a compás, porque una mascarilla nos brinda anonimato y a la vez revela la importancia de nuestra sonrisa a través de nuestros ojos.

Hazme con los ojos señas
que en algunas ocasiones
los ojos sirven de lengua
.

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Hazme con los ojos señas...

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09.01.2024

Tengo que confesar que cuando nos obligaron a ponernos la mascarilla, por lo de la pandemia, descubrí que podía ser un conquistador. Entre las gafas de sol y la mascarilla, ocultaba más de media cara y logré dominar los complejos, esos compañeros de vida que nos hacen reír, llorar y a veces esconder la cabeza como avestruces aficionados. Alguna vez confesé que cuando una mujer me miraba, lo que ocurría muy de tarde en tarde, pensaba que se había dado cuenta de mi fealdad y no sabía dónde meterme. La mascarilla, además, tapaba mi boca por completo, que es mi punto débil por dos dientes extraños que nunca me........

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