Uno no sabe muy bien cómo escribir de un buen amigo de muchos años, unos cuarenta y cinco. Era un adolescente enamorado ya del cante cuando comencé a tratarlo y a quererlo, porque a Pedro Peña Fernández había que quererlo sí o sí, por su calidad humana, su bondad y ternura. Como guitarrista era de los puros, con influencias de Diego del Gastor y Melchor de Marchena. Como cantaor, de una pureza interpretativa también que te arañaba los huesos más ocultos, digno hijo de su madre María la Perrata y sobrino del más grande de Utrera, el señor don José Fernández Granados, Perrate.

Si cuando cantaba su hermano Juan el Lebrijano, según García Márquez, se mojaba el agua, cuando se templaba Pedro Peña por soleá o bulerías al golpe, se hacía la luz en las cuevas del cante gitano. Era de una gitanería y una profundidad increíbles. Por otra parte, Pedro fue un gitano culto, maestro de escuela, lo que le posibilitó el acceso a los archivos y dedicó gran parte de su vida a la investigación. No se limitó a explotar el don de lo jondo, como hacen muchos que lo tienen, sino que luchó para que este arte tan de los gitanos, de su pueblo, tuviera un sitio en la Cultura, en las instituciones y en los medios de comunicación.

Se ha ido, por tanto, todo un señor del arte del flamenco y de la vida, amigo de sus amigos, esposo, padre y persona ejemplar en general. Un imprescindible de esta etapa del flamenco, la que va desde los sesenta a la actualidad. Cuando comenzaron los festivales de los pueblos, ahí estaba ya un chaval lebrijano enamorado de los pellizcos más hondos del cante y la guitarra. Costaría entender la carrera de El Lebrijano sin su hermano Pedro, su único hermano varón, amamantados, pues, por la misma madre, una cantaora que tuvo una jondura única.

Era un espectáculo ver a Pedro acompañando a su madre en algún romance o unas bulerías al golpe, tan de la tierra. Pero no solo acompañó a su madre, a su tío Perrate o sus primas Fernanda y Bernarda. A uno de los cantaores más grandes del pasado siglo, Antonio Mairena, al que adoraba, lo acompañó en su último viaje discográfico, El calor de mis recuerdos (1983), la obra póstuma del maestro gitano. Nunca cantó Antonio con tanto gusto, con tanta jondura y gitanería. Supo sacarle al maestro la miel más caliente de su cante.

Se nos ha ido casi de puntilla, en silencio, sin quejarse, como se van los humildes grandes o los grandes humildes.

La muerte siempre se lleva

lo que llevarse no debe

dejándonos en la tierra

lo que ni la tierra quiere.

Nos deja Pedro una obra humilde, pero importante, y dos hijos artistas de mucha importancia: el pianista y compositor Dorantes y el guitarrista y compositor Pedro María Peña. Además de muchos amigos con el corazón roto.

El artista ha muerto en Sevilla y será velado en la Casa de la Cultura de Lebrija a partir de esta misma tarde.

QOSHE - Un señor del flamenco y la vida - Manuel Bohórquez
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Un señor del flamenco y la vida

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20.12.2023

Uno no sabe muy bien cómo escribir de un buen amigo de muchos años, unos cuarenta y cinco. Era un adolescente enamorado ya del cante cuando comencé a tratarlo y a quererlo, porque a Pedro Peña Fernández había que quererlo sí o sí, por su calidad humana, su bondad y ternura. Como guitarrista era de los puros, con influencias de Diego del Gastor y Melchor de Marchena. Como cantaor, de una pureza interpretativa también que te arañaba los huesos más ocultos, digno hijo de su madre María la Perrata y sobrino del más grande de Utrera, el señor don José Fernández Granados, Perrate.

Si cuando cantaba su hermano Juan el Lebrijano, según García Márquez, se mojaba el agua, cuando se templaba Pedro Peña por soleá o........

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