Juré que nunca iba a escribir sobre esto, sobre un viaje de placer a Viena acompañado por una mujer de la que me había enamorado, algo que suele pasar muy de tarde en tarde. Viena es una ciudad de ensueño, sobre todo para quienes amamos la música más que cualquier otra cosa. Visitamos la casa de Mozart y también su tumba, que en realidad no lo es, pero para mí fue como si el genio estuviera en ella. En un cementerio, por cierto, espantoso, como de película de terror de Brian Yuzna. Estar en la casa de Mozart fue una experiencia increíble: pisar el suelo que pisó, mirar por una ventana por lo que miró, sentarme en la cama que, al parecer, fue la suya y tocar su ropa. Mozart, Beethoven, Schubert, Johann Strauss y el ponche caliente para las noches heladas, que fueron tres o cuatro: un sueño hecho realidad. En Nochebuena vivimos la Misa del Gallo en una iglesia italiana. Nunca había ido a una de estas misas, si acaso alguna vez, de niño, en Palomares y porque mi madre me llevaba engañado diciéndome que don Amadeo soltaba un gallo al final de la misa y que nos lo podíamos llevar a casa para guisarlo. Fui a esa misa en Viena por amor y juro por Dios que casi me revienta el pecho en aquel templo, la Minoritenkirche o Iglesia de los Frailes Menores, una joya gótica, creo recordar.

No solo me faltó el aire aquella noche, sino todas las noches y todos los días que duró el viaje. En realidad, todo lo que duró la relación, que fue tan fugaz como uno de esos meteoritos que cruzan el cielo de noche. Recordaré toda mi vida aquel viaje por muchas cosas hermosas, pero sobre todo por aquella misa del gallo en la que lloré viendo cómo ella lo hacía de rodillas, rezando, acordándose de lo que le quitaba de verdad el aliento, algo que merecía la pena en su vida, que, por desgracia, no tenía nada que ver conmigo. Yo fui solo el vuelo de un pájaro que llamó su atención en un momento de debilidad, quizás. Un cartucho de pescado frito en el Festival de la Bulería de Jerez. Una noche loca en la Feria de Mairena, donde hasta hice el ridículo bailando sevillanas para que se riera. O quien se ahogaba cada vez que nos abrazábamos en algún sofá o el banco de un parque cercano a su casa. Había olvidado ya casi todo esto, pero anoche, bicheando en Facebook vi un vídeo de aquella iglesia italiana de Viena donde casi me estalló el pecho. Creo que era de tanto amor como tenía dentro. Sí, era eso. Anoche también me ahogaba, aunque seguramente sería por el atracón de mantecados y por la paletilla de cordero que me hinqué antes mientras pensaba en la barbacoa de hoy. No hay amor más grande que el amor a la comida. Lo he estropeado, joder, con este final.

QOSHE - Una misa del gallo en Viena - Manuel Bohórquez
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Una misa del gallo en Viena

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25.12.2023

Juré que nunca iba a escribir sobre esto, sobre un viaje de placer a Viena acompañado por una mujer de la que me había enamorado, algo que suele pasar muy de tarde en tarde. Viena es una ciudad de ensueño, sobre todo para quienes amamos la música más que cualquier otra cosa. Visitamos la casa de Mozart y también su tumba, que en realidad no lo es, pero para mí fue como si el genio estuviera en ella. En un cementerio, por cierto, espantoso, como de película de terror de Brian Yuzna. Estar en la casa de Mozart fue una experiencia increíble: pisar el suelo que pisó, mirar por una ventana por lo que miró, sentarme en la cama que, al parecer, fue la suya y tocar........

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