Nos hablan en estas fechas de la intensificación en nosotros del “síndrome de la silla vacía”. En psicología, esa tristeza de ver en una celebración doméstica la silla vacía que el año pasado ocupaba alguien querido o muy querido que ya no está en este mundo. Y, como siempre, aparece el positivismo en forma de “expresa tu tristeza, que no se quede dentro”, “acude a la celebración aunque maldita la gana que tienes de cachondeo”, “aporta nuevas ilusiones a tu vida”.

Dicen los consejos psicológicos que he leído que estamos en una sociedad que nos obliga a ser felices y que si no lo somos nos sentimos extraños. Pues bien, las salidas que nos ofrecen desde la psicología que he consultado persiguen llevarnos a la felicidad. ¿Por qué no dejar a alguien tranquilo, en su soledad, llorándole a esa silla vacía? No, hay que alegrarlo. Sin embargo, junto a la silla vacía de alguien que murió recientemente hay algo más doliente aún: las sillas vacías de quienes no están a pesar de que sigan en este mundo. Es una tristeza más honda si cabe que la anterior y nos abre los ojos a la crueldad de la existencia.

La foto de la familia feliz que guardamos todos -sobre todo esa foto de familia numerosa- cuya presencia nos trae muchos recuerdos, por lo general todos positivos, salta en pedazos bombardeada por las circunstancias externas de la vida, por los objetos materiales, los intereses creados que no estaban ahí antes. Por ejemplo, las herencias. Si las familias numerosas ya encierran pequeñas o aparatosas patologías cuando tratamos las interrelaciones padres-hijos y hermanos-hermanos, la irrupción del objeto externo puede llevar y conduce con frecuencia a la ruptura de la familia. Ya hay más sillas vacías por pura enemistad, animadversión contra el hermano, los intereses que creemos útiles para sobrevivir o vivir mejor rompen el encanto de otros tiempos, esto es tan viejo como la filosofía oriental y va desde Confucio hasta la actualidad pasando por los filósofos cínicos como Diógenes y por al materialismo de Marx.

Todos hablaron de que el ser humano no es libre si se deja colonizar racional y espiritualmente por la materia. No es la conciencia humana la que va ordenando y mandando sobre la vida de quien la posee sino que son los objetos que crea los que se imponen a esa conciencia, algo que se relaciona con lo que se sabe de sobra: el cerebro humano actúa dominado por emociones, no por la propia razón, esta es la causa de muchas guerras que se producen debido a que el ser humano no es capaz de sentarse a dialogar hasta llegar a un acuerdo al tiempo que rechaza las armas que otros seres humanos igualmente poseídos por la codicia les facilitan para que cubran su sobreabundancia de emociones y pasiones.

Las sillas vacías por fallecimiento de quienes las ocupaban invitan a la resignación, nunca a la aceptación ni a la superación, como afirma una psicología en mi opinión superficial. Se resiga uno y carga con esa nueva cruz pero, de aceptar y superar, nada, como escribió Miguel Hernández en su Oda a su amigo Ramón Sijé: “no perdono a la muerte enamorada”. Hernández debió dominar las emociones irracionales que flotaban en el ambiente de su tiempo: Sijé era simpatizante del movimiento nacional y Hernández del comunismo, pero por encima de todo estaba algo que sólo la razón bien equilibrada sabe valorar: la amistad.

Hoy, los enfrentamientos que tienen lugar durante el año terminan con ese amor inquebrantable de siempre y los retratos familiares sólo representan tristeza, naturaleza muerta, deseos de lo que puedo ser y no fue. “Cuánto penar para morirse uno”, exclamaría también el mismo Miguel Hernández.

QOSHE - Familias rotas (y 3). Cuando pertenecemos al «objeto» - Ramón Reig
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Familias rotas (y 3). Cuando pertenecemos al «objeto»

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30.12.2023

Nos hablan en estas fechas de la intensificación en nosotros del “síndrome de la silla vacía”. En psicología, esa tristeza de ver en una celebración doméstica la silla vacía que el año pasado ocupaba alguien querido o muy querido que ya no está en este mundo. Y, como siempre, aparece el positivismo en forma de “expresa tu tristeza, que no se quede dentro”, “acude a la celebración aunque maldita la gana que tienes de cachondeo”, “aporta nuevas ilusiones a tu vida”.

Dicen los consejos psicológicos que he leído que estamos en una sociedad que nos obliga a ser felices y que si no lo somos nos sentimos extraños. Pues bien, las salidas que nos ofrecen desde la psicología que he consultado persiguen llevarnos a la felicidad. ¿Por qué no dejar a alguien tranquilo, en su soledad, llorándole a esa silla vacía? No, hay que alegrarlo. Sin embargo, junto a la silla vacía de alguien que murió........

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