Desde la psicología, oigo en la radio que si sentimos nostalgia en estos días eso es bueno para el estrés. Si estamos ocupados pensando en los viejos tiempos el estrés se toma un descanso. Los psicólogos y los psiquiatras también afirman futilidades, como todo el mundo. Son muy necesarios, pero se pasan a veces en sus superficialidades y yo creo que es más culpa de los medios de comunicación que de ellos mismos. Los medios están todo el día preguntándoles y ellos no tienen todas las respuestas. Hemos pasado de ocultar que uno visita al psiquiatra por aquello de que no te tuvieran por loco a hablar continuamente de nuestros sanadores como si fueran el brujo de la tribu.
Lo que hacen estos y estas profesionales es llevar a cabo un método estructural en el sentido de que intentan ordenarte la mente para que seas tú el que finalmente meta el gol de la mejora o la curación. Yo veo la Navidad y en general la movida humana como una huida constante de la muerte, la nostalgia se da porque los resortes existenciales se han ido marchando de nuestro lado, sean humanos o simples objetos o lugares. Si los traemos nuevamente a nuestros recuerdos aportamos aquellos basamentos estimulantes que se marcharon para no regresar.
Lo peor del caso es que la nostalgia llega cada vez a una edad más temprana. Mis alumnos de veinte y pocos años ya sienten nostalgia. La nostalgia de los años 80 hace tiempo que se instaló en la sociedad en personas que aún son jóvenes. ¿Qué van a dejar para cuando lleguen a las estribaciones de la vejez y a la vejez misma? ¿Por qué sucede eso? ¿Acaso porque ahora todo es más complejo en materia de pareja? ¿Porque se rompen las parejas con mucha más facilidad y dejan “solos” a los hijos? ¿Porque el mundo se ha vuelto pequeño y cuando te detienes a pensar y a estar solo contigo mismo brotan emociones que te sacudes yéndote de marcha adonde sea?
La nostalgia no es algo de la Navidad en nuestros días, está ahí de forma crónica y hace decenios dio lugar a la industria de la nostalgia. El instinto de muerte es hoy más poderoso que nunca o eso creo yo. Una idea se combate con otra idea pero un instinto, ¿cómo? Ese “accidente” humano consistente en poseer consciencia de sí en mayor o menor grado, en conocer el alfa y el omega, ¿cómo se contrarresta? ¿Yéndose al campo con los amigos? No, el instinto es demasiado profundo, esos son momentos puntuales en los que dejas de lado el problema que se queda pacientemente esperando a que termines de jugar para volver a poseerte.
Tampoco hay que dramatizar. El humano es persona y animal de recuerdos, ya saben la cita que de cuando en vez aparece por mis columnas: primero se vive, después se sobrevive (Leopoldo María Panero, poeta que vivió casi de manicomio en manicomio). Basta con llevar ese peso del ayer sobre nuestros hombros y aliviarlo de vez en cuando sin fingir porque fingir es morir en compañía y hay que saber morir con dignidad después de haber acaparado toda la consciencia posible.
Hay veces en que la nostalgia deja vivir un poco más. Tal vez por eso los sanitarios de la mente la vean positiva. Creo que también hay que ver con buenos ojos el estrés y la ansiedad en sus justas medidas, gracias a ellos no nos han devorado los elementos y hemos llegado hasta aquí. Yo reivindico el estrés occidental y menos las famosas filosofías orientales que nadan en el limbo y en el etéreo de las nubes más oscuras y frondosas a las que nosotros damos brillo con un optimismo fingido que cree que lo demás es lo bueno mientras que nosotros siempre estamos equivocados. No es así, es que hemos llegado antes y ahora empezamos a regresar.
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