Este registro que podemos escuchar en las islas y se localiza en algunas zonas de la Península, se trata probablemente de una antigua paremia castellana que ha tomado carta de naturaleza en el refranero popular canario. Donde esta suerte de sortilegio amoroso encuentra acomodo, ya que la sociedad isleña en sus orígenes se mostró permeable a la influencia de elementos foráneos de matriz «mágica» –podríamos decir– procedentes de la población morisca asentada en las islas y de los esclavos negros africanos capturados en las razias en las costas continentales. Lo que unido al componente indígena que sobrevivió a la conquista y al proceso de aculturación, por una parte, y, a la influencia de la religión dominante impuesta por los conquistadores, por otra, forman un fértil campo donde proliferan, en una especie de sincretismo mágico-religioso, todo tipo de prácticas ligadas a la brujería, la hechicería, el curanderismo o las santiguadoras, sin que, a veces, quede bien delimitado los contenidos de cada una de ellas. En el pasado, la sociedad tradicional fue propensa a recurrir a prácticas de encantamiento y sanación que coexisten, sin solución de continuidad, con la magia; como mismo el curandero se puede valer del sortilegio y del suministro de hierbas, brebajes y ungüentos.

En este universo, las yerbas y plantas medicinales se asocian con diversas propiedades terapéuticas o a las invocaciones que a modo de talismán se les encomienda algún tipo de protección. Del romero se predican múltiples virtudes curativas, pero también ciertas facultades mágico-protectoras. Así, sigue siendo una práctica habitual el llevarse a casa unas ramitas de romero bendecido el Domingo de Ramos que se cuelgan en puertas y ventanas para proteger el hogar. Esta práctica es tradicional no solo en Canarias, sino en diversas zonas de la Península y en buena parte del área mediterránea de tradición cristiana. Antiguamente, en las islas, se llevaba a cabo el ritual de quemar sahumerio elaborado con ramas de romero acompañado de la recitación de un rezado para limpiar la casa del «mal jecho» o «mal de ojo», rezos ligados a la tradición cristiana (lo que constituye un claro ejemplo de ese sincretismo mágico-religioso del que hablamos). En el terreno de las leyendas populares de tradición religiosa, se cuenta que estando la Virgen lavando en el río, tendió los pañales del Niño Jesús sobre una planta de romero y, en señal de gratitud, la Virgen concedió a la planta las flores azuladas; y de aquí la creencia de que se trata de una planta que sirve de milagroso remedio para casi todo. Efectivamente, al romero se le atribuyen, además de las propiedades terapéuticas, ciertas virtudes mágicas y afrodisiacas y de ello da cuenta la paremiología. (Como sugiere este dicho que dice: «te veo a menudo, me hueles a humo; te veo a deseo, me hueles a romero». Para expresar que cuanto más tiempo dejan de verse los enamorados, mayor es el deseo de encontrarse).

Desde la Antigüedad se relaciona a esta planta con Afrodita, a quién la mitología griega identifica como diosa de la belleza, la sensualidad y del amor; en lo que puede verse un antecedente de la tradición que reconoce las bondades afrodisiacas del romero. Carácter que, al menos en un sentido más profano, explicaría la naturaleza del refrán: «Si vas al monte y no coges romero, no encontrarás amor verdadero» y que va dirigido sólitamente a la joven núbil

«Romero» y «amor» son, pues, respectivamente, vehículo y fin a alcanzar a través de este encantamiento amoroso; de modo tal que al romero se le atribuirían facultades «mágicas» que llevarían a un ideal, el «amor verdadero», sin el cual el individuo no vería completada su felicidad.

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Si vas al monte y no coges romero, no encontrarás amor verdadero

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27.01.2024

Este registro que podemos escuchar en las islas y se localiza en algunas zonas de la Península, se trata probablemente de una antigua paremia castellana que ha tomado carta de naturaleza en el refranero popular canario. Donde esta suerte de sortilegio amoroso encuentra acomodo, ya que la sociedad isleña en sus orígenes se mostró permeable a la influencia de elementos foráneos de matriz «mágica» –podríamos decir– procedentes de la población morisca asentada en las islas y de los esclavos negros africanos capturados en las razias en las costas continentales. Lo que unido al componente indígena que sobrevivió a la conquista y al proceso de aculturación, por una parte, y, a la influencia de la religión dominante impuesta por los conquistadores, por otra, forman un fértil campo donde proliferan, en una especie de sincretismo mágico-religioso, todo tipo de prácticas ligadas a la brujería, la hechicería, el curanderismo........

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