*Invitamos a nuestros columnistas a contarnos de las ideas que defendieron y que, ahora, perciben de manera diferente. Esta columna es parte del especial #CambiéDeOpinión.

Detesto la palabra “empoderamiento”. El término que defendí durante décadas, hoy lo deploro porque ha sido vaciado de sentido por la publicidad y por la apuesta del patriarcado de instrumentalizar el discurso feminista para el beneficio de los “machos” (adjetivo que, por fortuna, no incluye a todos los hombres).

Son tres los hechos que considero centrales en esa deformación semántica: (1) mi generación y la previa, quienes nacimos bajo el abrigo de la segunda ola feminista, asumimos el empoderamiento como un compromiso con nosotras mismas y con las mujeres que venían; dimos un salto al vacío sin paracaídas, sin considerar nuestras “otras libertades”; (2) al ser manoseado por el capitalismo y el patriarcado, el “empoderamiento” creó la atrocidad del “techo de cristal”; (3) el machismo más conservador se coló en los discursos feministas para proteger sus privilegios históricos y disfrazar de “empoderamiento” la venta del cuerpo de las mujeres (maternidad subrogada y prostitución): lo inscribe como producto de la sociedad de consumo bajo las banderas de “decidir con libertad” e incrementar la “capacidad de agencia”. Habitamos el Averno: prostíbulos con “servicio al cliente” y “puntuación del producto”.

El “empoderamiento” tiene distintos orígenes: optaré por la ruta que ofrece la escritora de The New Yorker, Jia Tolentino. La “concientización” es el nido del “empoderamiento”: en 1968, el intelectual Paulo Freire empleó dicha palabra para referirse al proceso que le permite a una persona oprimida percibir las condiciones estructurales de su opresión para actuar en consecuencia. En 1976, una profesora afroamericana, Barbara Bryant Solomon, escribió Black Empowerment: Social Work in Oppressed Communities: convirtió la “concientización” en “empoderamiento” para cuestionar el paternalismo y promover la autogestión en situaciones críticas. Cinco años después, el psicólogo Julian Rappaport popularizó el “empoderamiento” como teoría política del poder que considera “la competencia personal como fundamentalmente ilimitada”.

Ahí fue Troya.

Las primeras generaciones de “empoderadas” todavía buscamos el balance: reventadas de trabajo, a costa de nuestra salud física y mental, ganamos menos dinero que los hombres –ellos, a menudo, con inferior preparación y experiencia–. Muchas cargan culpas culturales, huellas de la religión, remordimientos sobre la maternidad y cómo vivirla. Todavía nos cuesta entender que el empoderamiento tiene que ser compatible con la libertad de conciencia, por eso con frecuencia nos pesa asomar la cabeza desde la profundidad de nuestra soledad moral.

Es el cliché favorito de la publicidad “feminista”: nos “empoderan” desde los calzones hasta el champú. Claro, las que lloran y no facturan nunca serán “empoderadas” porque la marginalidad poco le interesa al “empowerment”. Por esa vía aprieta el acelerador el “techo de cristal”: los machitos nos ponen a competir entre nosotras a la manera en que ellos lo hacen. En el ámbito corporativo es evidente: el “techo” anula la sororidad, la posibilidad de ascender juntas.

Y la tapa: ¿por qué la prostitución continúa como el “oficio más antiguo del mundo”? Ahora se autodenominan “liberales” quienes protegen el privilegio histórico de los machos a comprar cuerpos de mujeres (de personas explotadas, en general). Por ejemplo, el “coaching webcam”, cuyo subtexto es la estratificación de la explotación sexual, se define por “empoderamiento”. Pura venta de humo rancio, clasista, impune.

¡A la basura el “empoderamiento” que define la libertad según las dinámicas del mercado, en menoscabo de la dignidad y la ciudadanía plena de las mujeres!

QOSHE - Cambié de opinión sobre el “empoderamiento” - Ana Cristina Restrepo Jiménez
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Cambié de opinión sobre el “empoderamiento”

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01.12.2023

*Invitamos a nuestros columnistas a contarnos de las ideas que defendieron y que, ahora, perciben de manera diferente. Esta columna es parte del especial #CambiéDeOpinión.

Detesto la palabra “empoderamiento”. El término que defendí durante décadas, hoy lo deploro porque ha sido vaciado de sentido por la publicidad y por la apuesta del patriarcado de instrumentalizar el discurso feminista para el beneficio de los “machos” (adjetivo que, por fortuna, no incluye a todos los hombres).

Son tres los hechos que considero centrales en esa deformación semántica: (1) mi generación y la previa, quienes nacimos bajo el abrigo de la segunda ola feminista, asumimos el empoderamiento como un compromiso con nosotras mismas y con las mujeres que venían; dimos un salto al vacío sin paracaídas, sin considerar nuestras “otras libertades”; (2) al ser manoseado por el capitalismo y el patriarcado, el “empoderamiento” creó la atrocidad del “techo de........

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