“Los bosques que más cercanos creía parecían alejarse cuanto avanzaba hacia ellos. Sólo algún gemido del viento entre los higuerones y chiminangos sombríos, el resuello fatigoso del caballo y el choque de sus cascos en los pedernales que chispeaban interrumpían el silencio de la noche”. Los pasajes de María, de Jorge Isaacs, dejaron de ser eco del idilio campesino para convertirse en una forma de distopía: cómo los seres humanos habitaban rincones veredales antes de la irrupción de potentes máquinas propagadoras de ruido.

Los “escándalos” de los cacareos, ladridos, bramidos y relinchos finqueros y los alegatos de las guacharacas son asfixiados por estallidos pirómanos y parlantes del tamaño de una nevera, que suelen ser controlados por el borracho de turno. Y como el ruido viaja por el aire, que es de todos y de nadie, la autoridad ni se da por aludida, pues en Colombia se asocia el estruendo con la alegría. Pocos se atreven a “aguar las fiestas”, entre otras razones, por miedo a disputas violentas. Si en las ciudades exigir la regulación del ruido es de “amargados”, el mito del idilio campesino que heredamos de los abuelos, de la literatura, la música y las artes plásticas ha convertido en herejía afirmar que la colonización ruidosa, la falta de regulación y de civilidad (el buen ciudadano se reconoce por su respeto al otro, sus decibeles son la “prueba ácida”), y el control precario de las autoridades son una realidad creciente, apabullante en nuestras montañas.

¡Perdimos hasta el arrullo del viento!

El ruido es uno de los problemas de convivencia ciudadana más frecuentes. Desde la Organización Mundial de la Salud hasta la Organización Internacional del Trabajo, pertenecientes a la Organización de Naciones Unidas, han advertido sobre sus riesgos.

El proyecto de ley contra el ruido, liderado por el representante Daniel Carvalho, cita algunos informes de la Red Colombiana de Ciudades Cómo Vamos: “El 61 % de los bogotanos están insatisfechos con el nivel de ruido de la ciudad. En Medellín y el Valle de Aburrá el 48 % de los ciudadanos consideran que el ruido es un problema ambiental prioritario y en Cartagena las quejas por ruido aumentaron un 80 %”.

Por su espíritu urbano, dicho proyecto se queda corto en dos aspectos: el ruido en las áreas rurales y su afectación en el valor de la propiedad privada (los agentes inmobiliarios lo saben: hay horas vetadas para ofrecer terrenos). La contaminación sonora puede escalar a niveles de tortura psicológica, de desplazamiento obligado.

¿Qué quieren pues, “la paz de los sepulcros” en las fincas?

Según la Resolución 627 de 2006 del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, los estándares máximos de emisión de ruido en las zonas rurales habitadas con vocación de explotación agropecuaria y zonas de recreación y descanso son 55 decibeles en el día y 50 en la noche. El proyecto de ley define el “paisaje sonoro” como “la identidad sonora de un espacio, de un territorio; hace parte de su identificación cultural”.

¿Es la bulla la identidad sonora y cultural de nuestro territorio?

“¡Mis ojos querían volver a verla como en las noches silenciosas y serenas que acaso no volverían ya más!”. De no ser porque Efraín se refiere a María y no a la vereda, hoy no sería recordado como un romántico incurable sino como un profeta.

QOSHE - Mal de vereda - Ana Cristina Restrepo Jiménez
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Mal de vereda

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12.01.2024

“Los bosques que más cercanos creía parecían alejarse cuanto avanzaba hacia ellos. Sólo algún gemido del viento entre los higuerones y chiminangos sombríos, el resuello fatigoso del caballo y el choque de sus cascos en los pedernales que chispeaban interrumpían el silencio de la noche”. Los pasajes de María, de Jorge Isaacs, dejaron de ser eco del idilio campesino para convertirse en una forma de distopía: cómo los seres humanos habitaban rincones veredales antes de la irrupción de potentes máquinas propagadoras de ruido.

Los “escándalos” de los cacareos, ladridos, bramidos y relinchos finqueros y los alegatos de las guacharacas son asfixiados por estallidos pirómanos y parlantes del tamaño de una nevera, que suelen ser controlados por el borracho de turno. Y como el ruido viaja por el aire, que es de todos y de nadie, la........

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