Hay varias maneras de leer un libro. Si es escrito por un genio reconocido, las maneras se multiplican al infinito. Es lo que sucede con García Márquez y su novela póstuma.

Los eruditos ponen la lupa en la página exacta de otra obra donde Gabo había usado la expresión “una trilla de fuego”, para referirse a un orgasmo. Se relamen de satisfacción por haber descubierto que el Nobel era humano y fallaba igual que los míseros mortales.

Los editores y especialistas en las lides de la escritura se ufanan de haber corregido la creencia que él tenía de que Borges había traducido La Metamorfosis de Kafka. Los comentaristas de prensa y redes sociales les echan la culpa de la edición póstuma de En agosto nos vemos a sus dos hijos y los tratan de mercachifles, como si su solvencia económica no fuera suficientemente imaginable.

Los lectores de a pie, en cambio, reciben este libro corto con una ilusión en los ojos. Y el texto no los defrauda. Beben de su humor y de la gracia de la trama, como niños de leche en el pecho de la madre.

Uno de los impactos mayores lo descubren en los adjetivos. La “conmoción atroz de ternera descuartizada”, la “papada renacentista”, las “manos mudas”, el “terror delicioso”. Este acompañamiento inusual de palabras, que casi siempre se juntan en gastados lugares comunes, es un golpe a la imaginación para generar sentidos sorprendentes.

Las expresiones desconcertantes son delicia para la imaginación, van cacheteando al lector entre incógnitas y risas. El cementerio “era el único lugar solitario donde no podía sentirse sola”; el nuevo hotel era “un precipicio de vidrios”; ante los veinte dólares dados al peluquero ella dice “úselos bien. Son de carne y hueso”; ella se palpó “para comprobar que su cuerpo estaba en realidad donde lo sentía”; “todos se hicieron viejos amigos a primera vista”.

Hay una sabiduría sobre el arcano de las mujeres: ella le dice al marido “cualquier cosa que yo sepa de ti es culpa tuya”; ella sobre un potencial amante que “parecía hablar no tanto para decir como para ocultar”; ante la pregunta de dónde está el hombre de su vida responde “ni tan cerca como tú quisieras ni tan lejos como tú crees”.

Ella antes de dormirse “llorando de rabia contra ella misma por la desgracia de ser mujer en un mundo de hombres”. Y este diálogo entre ella y un potencial amante: “–¿Dónde cena? –No lo había pensado –dijo ella. –No importa –dijo él–, la espero abajo para pensar”.

Los acontecimientos se desgranan con una mezcla de rápidas acciones y consideraciones interiores como esta de ella: “era absurdo esperar un año entero para someter el resto de la vida al azar de una noche”. Y hay un misterio oculto esperando en el estallido final que causa admiración.

Es imposible omitir el desenlace malicioso de una charla con el marido, quien luego de rodeos le confiesa a la protagonista una infidelidad antigua con una violinista china de la orquesta de Pekín. A lo cual ella le pregunta con rabia: “–¿Lo tenía horizontal?”.

arturoguerreror@gmail.com

QOSHE - El Agosto de Gabo y los lectores de a pie - Arturo Guerrero
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El Agosto de Gabo y los lectores de a pie

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05.04.2024

Hay varias maneras de leer un libro. Si es escrito por un genio reconocido, las maneras se multiplican al infinito. Es lo que sucede con García Márquez y su novela póstuma.

Los eruditos ponen la lupa en la página exacta de otra obra donde Gabo había usado la expresión “una trilla de fuego”, para referirse a un orgasmo. Se relamen de satisfacción por haber descubierto que el Nobel era humano y fallaba igual que los míseros mortales.

Los editores y especialistas en las lides de la escritura se ufanan de haber corregido la creencia que él tenía de que Borges había traducido La Metamorfosis de Kafka. Los comentaristas de prensa y redes sociales les echan la culpa de la edición póstuma de En agosto nos vemos a sus dos hijos y los tratan de mercachifles,........

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