En años bisiestos, como este 2024, hay cosecha asegurada de fantasmas. El artificio del astrónomo Sosígenes de Alejandría, en los tiempos imperiales de Julio César, alivió el calendario, pero multiplicó el número de espantos. Es como si el sabio se hubiera querido desquitar de arrastrar con semejante nombre, ofrecido a la pronunciación de personas con labio leporino.

No hay que culpar a Sosígenes ni del enredo de su apelativo ni de la popularidad que les brindó a las apariciones. A lo largo de la historia, la humanidad las ha necesitado. La razón la ofrece Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo: “Un fantasma es signo exterior e invisible de un temor interior”.

Son invisibles, pero se sienten. Es decir, se ven con otros ojos que no son de carne. En cuanto a los temores interiores, los hay personales y colectivos. Los primeros se forjan en la infancia y suelen asociarse a descuidos o rudeza de los padres. Los colectivos no son la suma de miedos individuales, pues si así fueran se podrían combatir con siquiatras y terapeutas.

Los temores interiores originados en fenómenos y creencias públicas son abrumadores. Por encima de los progresos de la ciencia, esos miedos se mantienen casi intactos y se propagan voz a voz sin que sus víctimas consigan sosiego. ¿Será por eso que el inventor de los bisiestos se llamaba con una mezcla irónica de ‘sosiego’ y ‘orígenes’?

Un fantasma, pues, es la exteriorización de un temor invisible. No solo los fantasmas son invisibles, también lo son esos miedos que no salen a flote. La emergencia a la conciencia de esas cucarachas que no dejan dormir ni caminar en soledad es un alivio. No acaba con el duende, pero lo hace patente, lo desenmascara. Al enfrentarse de tú a tú con su víctima, la aparición se repliega, pues disminuye su poderío.

Por eso la humanidad necesita de los fantasmas. Estos son informadores de presencias sutiles que suele esquivar la mente. Hacerse el de la vista gorda no soluciona nada. En cambio, acoger esas estampas gaseosas en tanto mensajeras de universos incógnitos, pero reales, ensancha las cuatro dimensiones tacañas de lo cotidiano.

Los espectros, con o sin sábana blanca, son ante todo un signo. Su desciframiento no es asunto exclusivo de las ciencias, que suelen tardar siglos en comprobar con aparatos en dónde y por qué se forman esos lenguajes disfrazados de siniestros. Es más sensato considerarlos provocaciones hacia una intuición menos cuadriculada de la realidad.

Nuestra mente sabe menos que nuestro cuerpo entero. Cada poro del pellejo y cada bombeo de la sangre proporciona datos que el cerebro no conoce. Por eso existe la intuición, esa sabiduría sin posgrados académicos gracias a la cual las abuelas y los chamanes guían a los niños perdidos en la selva.

El año bisiesto no es funesto, como rimaron los antiguos. Es un portador de magias para derrotar los temores interiores. Cada cual es delegado de sus pulsiones interiores para ampliar el esclarecimiento de lo que significa el ser humano.

aturguerreror@gmail.com

QOSHE - El bisiesto y sus fantasmas - Arturo Guerrero
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

El bisiesto y sus fantasmas

9 19
05.01.2024

En años bisiestos, como este 2024, hay cosecha asegurada de fantasmas. El artificio del astrónomo Sosígenes de Alejandría, en los tiempos imperiales de Julio César, alivió el calendario, pero multiplicó el número de espantos. Es como si el sabio se hubiera querido desquitar de arrastrar con semejante nombre, ofrecido a la pronunciación de personas con labio leporino.

No hay que culpar a Sosígenes ni del enredo de su apelativo ni de la popularidad que les brindó a las apariciones. A lo largo de la historia, la humanidad las ha necesitado. La razón la ofrece Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo: “Un fantasma es signo exterior e invisible de un temor interior”.

Son invisibles, pero se sienten. Es decir, se ven con otros ojos que no son........

© El Espectador


Get it on Google Play