En el siglo V, antes de nuestra era, se crearon en Roma los tribunos del pueblo. Eran magistrados que defendían los derechos e intereses del pueblo. Se caracterizaban por su elocuencia, así que el idioma terminó identificándolos como oradores populares.

En nuestra época de la Independencia, surgió en Charalá un militar y político que animó a los Comuneros con dos palabras que resultaron históricas: “efervescencia y calor”. Gracias a ellas, José Acevedo y Gómez se ganó el título de Tribuno del Pueblo.

Hoy se diría que un tribuno es un agitador de masas, alguien que desde un balcón o tribuna elevada conmueve a los ciudadanos reunidos y los eleva a alto grado de excitación para conquistar sus derechos.

La oratoria o arte de la elocuencia exige repentismo, habilidad con las metáforas, astucia con las modalidades de la voz y con los gestos del brazo, pastoreo a distancia de los sentimientos colectivos. De ahí que algunos duden de su honradez y nobleza. Es el caso del pícaro Ambrose Bierce quien en su Diccionario del diablo la define como “conspiración entre el lenguaje y la acción para defraudar al entendimiento”.

No se debe confundir a un tribuno con un estadista. Este último es alguien experto en los asuntos del Estado como forma de organización y gobierno de un país. Un estadista es un ejecutor, un organizador. Su mente ha de esforzarse por la continuidad y estabilidad de una sociedad.

Bierce acusa a los tribunos por embaucar la racionalidad de los habitantes, a punta de floripondios del discurso y gestos extravagantes. Él es un escritor de humor, claro está, pero la definición de su Diccionario señala un peligro que acecha. No todos los tribunos falsean la realidad, muchos de ellos son conocedores de las precarias condiciones del pueblo.

Solo que muchos dan más énfasis al entusiasmo, bajan el volumen a los argumentos o adulteran las cifras. Le hablan al corazón más que a la razón o a la técnica. Son insurrectos, no planificadores.

Un estadista, en cambio, guarda en su cabeza los fundamentos de la historia, la economía, el poblamiento, la geografía, la naturaleza, la cultura, la salud, la educación, en fin, los componentes de su nación. Observa, no desde un balcón, sino desde un panóptico. Tiene los ojos de una medusa, no porque petrifique sino porque son muchos.

En vista de que un individuo, por inteligente que sea, no es capaz de conseguir y conservar una mirada panorámica y actualizada de su sociedad, y tampoco concentra todas las destrezas necesarias para conducirla, es importante que sepa rodearse bien. Formar equipo estable es un arte y una conducta inestimable.

Sus ministros, asesores y técnicos han de mirar más allá de sus militancias políticas o preferencias personales, y han de sostener un diálogo fluido y confiado con el primer mandatario. El tribuno fulgura solitario frente a la multitud, el estadista conjuga bajo su abrigo los saberes múltiples de los mejores hombres y mujeres.

Tribunos y estadistas son necesarios, pero una cosa es una cosa y otra cosa es la confusión de roles.

arturoguerreror@gmail.com

QOSHE - El tribuno y el estadista - Arturo Guerrero
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El tribuno y el estadista

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12.04.2024

En el siglo V, antes de nuestra era, se crearon en Roma los tribunos del pueblo. Eran magistrados que defendían los derechos e intereses del pueblo. Se caracterizaban por su elocuencia, así que el idioma terminó identificándolos como oradores populares.

En nuestra época de la Independencia, surgió en Charalá un militar y político que animó a los Comuneros con dos palabras que resultaron históricas: “efervescencia y calor”. Gracias a ellas, José Acevedo y Gómez se ganó el título de Tribuno del Pueblo.

Hoy se diría que un tribuno es un agitador de masas, alguien que desde un balcón o tribuna elevada conmueve a los ciudadanos reunidos y los eleva a alto grado de excitación para conquistar sus derechos.

La oratoria o arte de la elocuencia exige repentismo,........

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