El sol se tomó a Bogotá por asalto. Por fin el anunciado fenómeno del Niño mostró la cara, en forma de rayos pertinaces. Los amaneceres son diáfanos, como anunciando la presencia del astro, de ordinario tan esquivo en la fría capital. El cielo transparenta un azul insistente, tal vez en homenaje al país conservador de toda la vida.

Los caminantes lucen sombreros o despliegan paraguas que ya no resguardan del agua, como dice su nombre, sino de la quemadura de la piel y del amenazante cáncer. El clima es extremo, igual que la violencia, la corrupción y la desesperanza. Menos mal que nada borra ni atenúa el impulso fiestero del pueblo, esa necesidad de celebrar, abrazar y bailar al son bamboleante del acordeón y la caja.

En contraste, las noches son heladas. No hay nubes que entibien las cobijas y la gente duerme con gorro y medias de lana. Acumulamos en veinticuatro horas las temperaturas del verano y del invierno europeos. No somos hombres ni mujeres de aguas tibias, nos movemos en medio de excesos.

La meteorología nos dicta una línea pertinaz de blanco y negro, de todo o nada. De ahí que en esta tierra se den por parejo los campeones y los asesinos, las santas y los mafiosos. De este lado del mundo puede esperarse el mayor horror y el heroísmo, la sabiduría y la pobreza mental.

Aquí podría instalarse el laboratorio más eficaz de análisis de humanidad. Los científicos hallarían las semillas de los tipos más puros de pasiones y porquerías. Los visitantes extranjeros por eso se amañan, quieren quedarse para subir a la Sierra Nevada donde los mamos les amarran una aseguranza en la muñeca. O para aventurarse en la selva donde los chamanes los purgan con yagé y los hacen ver esta vida y la otra.

Los soles de estos días son a la vez causa y presagio de las mejores iluminaciones y las más sórdidas intrigas. El año quiere despedirse con su firma descomunal, pretende marcar con fuego la piel de una raza invencible y vencida. Esto no es una paradoja, es el modo natural de darse la existencia sobre la porción de tierra más intensa pero más desperdiciada.

Hace falta que alguien invente un acumulador de la energía brillante en esta época. Sería una batería para impulsar gratuitamente nuestras máquinas, hornos y factorías. Con la ventaja de que no valdría sino lo que cuesta una mirada hacia lo alto. Además, sería la fórmula para esquivar la crisis ecológica global.

Como estamos en la línea ecuatorial, en el cinturón del planeta, la fuerza vital así acumulada concentraría lo más rabioso de la vibración desencadenada desde cuando comenzó a girar el sistema solar. De ese tamaño es nuestro desenfreno y de esta corpulencia nuestro desperdicio.

Los soles que ruedan sin piedad en estas fechas son por eso astros ambiguos, contradictorios. Igual que han sido nuestra historia y nuestro presente. Ahí palpita la energía, ahí pueden encontrar las generaciones inminentes una fuente irresistible de emoción, el desafío digno de la especie.

arturoguerreror@gmail.com

QOSHE - Sol, solecito, ¡caliéntame un poquito! - Arturo Guerrero
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Sol, solecito, ¡caliéntame un poquito!

6 1
08.12.2023

El sol se tomó a Bogotá por asalto. Por fin el anunciado fenómeno del Niño mostró la cara, en forma de rayos pertinaces. Los amaneceres son diáfanos, como anunciando la presencia del astro, de ordinario tan esquivo en la fría capital. El cielo transparenta un azul insistente, tal vez en homenaje al país conservador de toda la vida.

Los caminantes lucen sombreros o despliegan paraguas que ya no resguardan del agua, como dice su nombre, sino de la quemadura de la piel y del amenazante cáncer. El clima es extremo, igual que la violencia, la corrupción y la desesperanza. Menos mal que nada borra ni atenúa el impulso fiestero del pueblo, esa necesidad de celebrar, abrazar y bailar al son bamboleante del acordeón y la caja.

En contraste, las noches........

© El Espectador


Get it on Google Play