El Transmilenio bogotano se ha ido convirtiendo en una cárcel rodante que envidiaría Bukele. Con la ilusión de frenar a los colados, la última genialidad que se le ocurrió a la anterior administración capitalina fue los barrotes metálicos de piso a techo, empotrados en varias estaciones.

Es un abigarrado complejo de ferretería que tiende más bien a espantar a los miles de usuarios corrientes. Las columnas se organizan a lo largo de varias entradas donde es preciso primero adivinar en qué lugar se chequea la tarjeta verde “Tu llave”. Lo más complicado viene a continuación: cada persona debe empujar con mucha fuerza los aceros brillantes que oponen una resistencia como para practicantes de gimnasio.

Se ven en apuros señoras, adultos mayores, personas con morrales o paquetes grandes. Desde afuera del entramado, unos empleados empujan en un intento de ayudar, hasta que finalmente el sistema escupe al otro lado a los zarandeados viajeros. Todo este operativo sucede en medio de una marea humana que se aprieta para poder ingresar a las atestadas aglomeraciones donde se espera el bus articulado.

Para lograr efectividad, fue necesario multiplicar los empleados en estos travesaños. Son por lo general mujeres con un distintivo que orientan a la gente hacia el fondo, en vista de que la mayoría aspira a ingresar por las primeras entradas. Todo este tejemaneje tiene lugar en el estrecho corredor de ingreso, que es también egreso, consulta de saldo y recarga de pasajes.

El público se siente tratado como ganado o como presidiarios en estampida hacia el sitio del almuerzo. Adentro, mientras llega el bus, todo el mundo sigue viendo el acto suicida de algunos colados que desde la vía brincan a las plataformas luego de superar rejas, puertas y vigilancia. Son los evadidos de la cárcel de Bukele.

En cuanto a quienes han superado el repugnante tinglado metálico, muchos se hacen la promesa de no repetir la hazaña. Pero sucede que no hay alternativas. O ingresas a esta penitenciaría o pagas un taxi que te arranca lo que ganas en un mes. Tormenta perfecta, cada vez más oscurecida por talentos de la seguridad y del manejo de muchedumbres.

Para atenuar las pérdidas originadas por los colados, estos iluminados idearon mezclar publicidad en el nombre de algunas estaciones. Así que lo que antes era una denominación de dos o tres palabras, poco a poco se ha vuelto una carrilera que incluye la marca de la empresa cercana, la universidad aledaña, el negocio contiguo.

Esta propaganda comercial se exhibe en los vidrios de las estaciones y se proclama en los anuncios de altavoz en cada parada. Los pasajeros, apretujados y aturdidos por los aparatos de sonido de cantantes, predicadores y solicitantes de la caridad, no aciertan a identificar su punto de llegada. Los largos nombres obstaculizan la identificación.

Y así van los viajeros de la ciudad 2.600 metros más cercana a las estrellas: “pasa el país y el continente, pasa mi vida estúpidamente viendo a Bogotá pasar y pasar”, como canta Piero.

arturoguerreror@gmail.com

QOSHE - Transmilenio y las rejas de Bukele - Arturo Guerrero
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Transmilenio y las rejas de Bukele

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16.02.2024

El Transmilenio bogotano se ha ido convirtiendo en una cárcel rodante que envidiaría Bukele. Con la ilusión de frenar a los colados, la última genialidad que se le ocurrió a la anterior administración capitalina fue los barrotes metálicos de piso a techo, empotrados en varias estaciones.

Es un abigarrado complejo de ferretería que tiende más bien a espantar a los miles de usuarios corrientes. Las columnas se organizan a lo largo de varias entradas donde es preciso primero adivinar en qué lugar se chequea la tarjeta verde “Tu llave”. Lo más complicado viene a continuación: cada persona debe empujar con mucha fuerza los aceros brillantes que oponen una resistencia como para practicantes de gimnasio.

Se ven en apuros señoras, adultos mayores,........

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