Ecuador se ha convertido en mi segunda patria, donde he depositado mi corazón. Viví allá los cinco años más intensos de mi vida y, desde entonces, viajo cada año.

He sido testigo de momentos álgidos. Recuerdo el golpe de Estado a Guillermo Rodríguez Lara, conocido como Bombita. Como si fuera una telenovela, él estaba en Riobamba cuando empezó la asonada. Regresó al Palacio de Carondelet en Quito montado en un tanque de guerra, tardando horas en llegar. Mientras tanto, los turistas curiosos subían al Panecillo y filmaban otro tanque que perdía los frenos y se desbocaba por la calle empinada. Esa noche la primera dama nos llamó para rogarnos que cuidáramos a su perro dóberman. El embajador de España y Domingo Dominguín fueron a recogerlo. El perro durmió en nuestra casa. Luego de renunciar a la Presidencia, Bombita regresó a su casa en Pujilí. Lo recuerdo con cariño, como un hombre bonachón y pacifista. También fui testigo de la elección de Abdalá Bucaram, un personaje bastante excéntrico. Cuando lo destituyeron de la Presidencia y huyó del país, me encontraba en Guayaquil.

Me estaba recuperando en el Hotel Quito de un “episodio cardiovascular” cuando Rafael Correa subió al poder. Había expectativas y optimismo. Se le veía como un hombre de avanzada, culto y preparado. Sin embargo, esa imagen duró poco. El desconcierto se fue apoderando del país. Primero se lanzó contra “los pelucones”, personas de estratos altos, empresarios y ejecutivos, arrimándolos contra las cuerdas como si fueran perros con rabia. Su resentimiento venía de atrás —se dice que le habrían negado la entrada a un club social— y su padre fue mula del narco. Acabó con la feria taurina de Quito —se cree que fue porque la plaza era de Egas, un banquero que le habría recordado una cierta deuda— y murió una parte de las celebraciones decembrinas: miles de desempleados y músicos sin poder alegrar hoteles ni calles; desaparecieron los artesanos, las vendedoras de frutas y las empanadas morochas; el turismo internacional jamás regresó; el Chulla Quiteño pasó a ser un fantasma del pasado.

Correa se apoderó de los canales privados de radio y televisión, ahogó la libertad de prensa. Cubrió el país con vallas gigantescas con su efigie y sus “logros”, cuando la realidad era que hipotecaba el país a China, se endeudaba, permitía el lavado de dinero y su “rosca” empezó a comprar apartamentos de superlujo y a llevar una vida sospechosamente pudiente sin rubor. Amenazaba a los terratenientes y sus arrebatos de furia descontrolada eran el pan de cada día. La corrupción en su gobierno fue incontrolable. Huyó a Bélgica, país natal de su esposa, y no puede regresar al Ecuador porque está condenado. Pero sus tentáculos siguen manejando cuerdas, comprando conciencias y ejerciendo poder. Un poder nefasto, alcahuete de mafias y negocios oscuros.

Con Correa se inició el derrumbe de este país-boutique, pacífico, trabajador, amable, con una identidad fuerte y orgullosa de sus etnias, de sus ancestros incas, de sus pueblos ejemplo de limpieza y progreso. Pero las mafias colombianas y mexicanas se fueron apoderando e infiltrando en todo el país, especialmente en Guayaquil y en nuestra frontera que divide el río Mira. Hasta que estalló esa olla podrida.

Confío en el presidente Daniel Noboa. Viene de una familia emprendedora y con larga tradición política. La comunidad internacional tiene que apoyar a Ecuador en este momento decisivo. No puede quedarse indiferente ante este atropello mafioso, alcahueteado luego del retiro de EE. UU. de la base de Manta que auspició Correa, un basilisco resentido. Escribo estas líneas a título personal, porque he sido parte de ese país que amo y conozco. Me duele el alma y comparto su dolor.

QOSHE - Basilisco resentido - Aura Lucía Mera
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Basilisco resentido

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16.01.2024

Ecuador se ha convertido en mi segunda patria, donde he depositado mi corazón. Viví allá los cinco años más intensos de mi vida y, desde entonces, viajo cada año.

He sido testigo de momentos álgidos. Recuerdo el golpe de Estado a Guillermo Rodríguez Lara, conocido como Bombita. Como si fuera una telenovela, él estaba en Riobamba cuando empezó la asonada. Regresó al Palacio de Carondelet en Quito montado en un tanque de guerra, tardando horas en llegar. Mientras tanto, los turistas curiosos subían al Panecillo y filmaban otro tanque que perdía los frenos y se desbocaba por la calle empinada. Esa noche la primera dama nos llamó para rogarnos que cuidáramos a su perro dóberman. El embajador de España y Domingo Dominguín fueron a recogerlo. El perro durmió en nuestra casa. Luego de renunciar a la Presidencia, Bombita regresó a su casa en Pujilí. Lo recuerdo con cariño, como un hombre bonachón y pacifista. También fui testigo........

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