Desde la ventana, a más de 3.000 metros de altura, diviso esta gigantesca e imponente mole de nieve perpetua. El Cotopaxi o Cuello de Luna —porque a veces la luna llena se detiene en su cráter como una hostia elevada en el altar— estuvo en actividad durante un año, después de un largo siglo de permanecer dormido, como un helado de vainilla inocente que se puede acariciar casi con la mano.

Ahora lo veo diferente. Lleva tres días sin ocultarse entre las nubes. El viernes una tempestad de nieve y granizo que llegó hasta los valles lo cubrió de un manto blanco, brillante, como un diamante recién pulido. Su actividad sísmica ha cambiado la forma de su cúspide y el sábado amaneció desafiante, mostrando grietas grises por donde podrían bajar los lahares en caso de una erupción.

Quedo hipnotizada por el poder de la naturaleza y la fragilidad del ser humano. Recuerdo episodios de la serie Conexiones, que mencioné en una columna anterior, y me afirmo en la convicción de que, por más que tratemos de acabar con el planeta, somos nosotros los que estamos en vía de extinción.

Leo que el desierto de la Tatacoa tuvo ríos hace millones de años, con una variedad de peces. Tal vez el viento de la Tatacoa alimenta parte de los suelos más fértiles y productivos de Colombia, como ocurre con el desierto del Sahara que nutre la Amazonia.

El silencio en estos corredores de una hacienda incaica —que permanece intacta, piedra sobre piedra, situada en las faldas del coloso blanco— es fuerte y poderoso. Es el silencio de los siglos que guardan la memoria de su entorno y se muestran indiferentes a guerras, matanzas, genocidios y odios. Para ellos todos somos pasajeros. Tal vez se pregunten por qué el hombre mata al hombre en lugar de agradecer y contemplar las maravillas que recibió desde su nacimiento en este planeta azul. No creo que entiendan esta sed de sangre derramada, sufrimiento, inequidad y dolor en que vivimos incrustados. Es la pregunta sin respuesta de la violencia inventada que jamás ha tocado plantas, minerales ni al reino animal.

Todos los seres que hemos pasado por la Tierra podríamos habernos dado la mano, ayudarnos, amarnos y disfrutar las maravillas que tenemos, pero el afán de destruirnos es más poderoso.

Miro por la ventana de nuevo. Ya cae la tarde. Un reflejo rosado cubre la nieve. El sol se está despidiendo. Las rocas agrietadas se tornan más oscuras. Doy las gracias a mi Poder Superior que me regala este instante y le pido, por qué no, que se terminen los odios, las ambiciones, la soberbia, la torpeza, la avaricia y que renazca el amor. Soñar mirando el Cotopaxi en este atardecer no cuesta nada y siempre seguiré soñando con una mano extendida que se une a otra mano para el amor y la reconciliación.

QOSHE - Desde el Cotopaxi - Aura Lucía Mera
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Desde el Cotopaxi

10 0
21.11.2023

Desde la ventana, a más de 3.000 metros de altura, diviso esta gigantesca e imponente mole de nieve perpetua. El Cotopaxi o Cuello de Luna —porque a veces la luna llena se detiene en su cráter como una hostia elevada en el altar— estuvo en actividad durante un año, después de un largo siglo de permanecer dormido, como un helado de vainilla inocente que se puede acariciar casi con la mano.

Ahora lo veo diferente. Lleva tres días sin ocultarse entre las nubes. El viernes una tempestad de nieve y granizo que llegó hasta los valles lo cubrió de un manto blanco, brillante, como un diamante recién pulido. Su actividad sísmica ha cambiado la forma de su cúspide y el sábado amaneció........

© El Espectador


Get it on Google Play