¿A quién le importa su nombre? Vivía en Jamundí, tenía 11 años. Era el menor. Su padre, conductor de taxi. Su madre cuidaba al mayor que nació con discapacidad. Juicioso, buen estudiante, le encantaba el deporte. Pero a nadie le importa su nombre.

El lunes pasado, al atardecer, salió hacia la tienda más cercana, como tantas veces, a comprar algo para la casa. Unos adultos tomaban una cerveza. De pronto irrumpieron dos sicarios y se inició la balacera; “ajuste de cuentas”, como se dice en la jerga. Una bala perdida lo impactó, y murió horas después. “Los de la moto” huyeron; nadie vio, nadie habló. El niño, inerte. Jamás salió la noticia en ningún periódico. Es un niño más de los cientos o miles que no tienen nombre, que no tienen derecho a vivir ni a cumplir sus sueños. Uno de tantos de los que caen a diario en ciudades, veredas y barrios calientes. Familias rotas de dolor; jamás las lágrimas serán suficientes.

La impunidad reina en Colombia. No estamos en la paz total, sino en la impunidad total. Jamundí se ha convertido en una zona de guerra donde ningún ciudadano está a salvo, porque si está en el lugar equivocado (haciendo mercado, en una droguería, caminando hacia su casa…) está en peligro de ser víctima de una bala asesina. Ya nadie está seguro. Jamundí se convirtió de pronto, lentamente, ante la ceguera de muchos, en un fortín de narcos, sicarios, “disidentes”, asesinos sin alma. Punto. Reina la droga.

Un infierno aterrador viven sus habitantes: fleteros, amenazas, vacunas, extorsiones, familias buenas, trabajadoras, gente emprendedora y ciudad pujante viviendo ahora en la caldera del diablo. Ciudad que conecta al Valle con Cauca, otro departamento llevado por la inseguridad y la barbarie diaria.

¿Qué está haciendo el Gobierno Central (léase del presidente para abajo: ministros y toda la parafernalia centralista) para detener esta violencia diaria que va in crescendo y no parece tener fin?

La Gobernación del Valle necesita refuerzos militares, lo mismo la Gobernación de Cauca, ¿o este desangre y zozobra que estamos viviendo se convirtió en parte del paisaje? ¿Cuántos niños sin nombre tienen que ser asesinados? ¿Cuántos civiles extorsionados?

Nos estremecemos con los conflictos internacionales, pero nos importan un pepino las muertes salvajes de lideres sociales y niños, el poder aterrador de guerrillas emergentes y poderosas, desalmadas, haciendo lo que les da la gana porque no tienen quién les ponga el tatequieto. ¿Por qué hay que tratarlos con guante de seda? ¿Para que lleguen a una “paz total”, invento satánico de un gobernante errático y sin brújula? ¿Cuántos muertos más, repito la pregunta, necesitamos? ¿No tenemos suficientes? ¿Necesitamos seguir alimentándonos con ríos de sangre inocente derramada?

“(…) qué dedo acusador es suficiente/ qué anatema/ qué llanto/ qué palabra que no sea un insulto serviría/ no para conmoverlos /ni para convencerlos/ ni para detenerlos. / Solo para decirlo” (Idea Vilariño).

QOSHE - Los niños sin nombre - Aura Lucía Mera
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Los niños sin nombre

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16.04.2024

¿A quién le importa su nombre? Vivía en Jamundí, tenía 11 años. Era el menor. Su padre, conductor de taxi. Su madre cuidaba al mayor que nació con discapacidad. Juicioso, buen estudiante, le encantaba el deporte. Pero a nadie le importa su nombre.

El lunes pasado, al atardecer, salió hacia la tienda más cercana, como tantas veces, a comprar algo para la casa. Unos adultos tomaban una cerveza. De pronto irrumpieron dos sicarios y se inició la balacera; “ajuste de cuentas”, como se dice en la jerga. Una bala perdida lo impactó, y murió horas después. “Los de la moto” huyeron; nadie vio, nadie habló. El niño, inerte. Jamás salió la noticia en ningún periódico. Es un niño más de los cientos o miles que no tienen nombre, que no tienen........

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