Me siento como un pigmeo. La matemática me sobrepasa. No tengo claro cómo logré graduarme de bachiller, aprobar raspando Física, Química, Álgebra, Geometría… Confieso que todavía me cuesta trabajo sumar, restar y dividir. Tuve que renunciar a terminar un diplomado en Psicología porque no fui capaz con las estadísticas. Recuerdo que en Nova University, durante mi primera etapa de recuperación de mi adicción, me matriculé entusiasmada. Mi terapista me advirtió: “Es muy pronto, no lo haga todavía”. Pues lo hice: dos semestres fenomenales… hasta que llegaron las estadísticas y sus números. No pude. Lloré, estudié, recaí y renuncié a la universidad.

Todo este prólogo deshilvanado es porque todavía no entiendo cómo el libro de Benjamin Labatut, escritor holandés radicado Chile, autor de Maniac, que trata sobre los fundamentos de las matemáticas, el átomo, la bomba atómica, la de hidrógeno, los computadores, la inteligencia artificial, y las historias de esos genios que hicieron posible esta realidad monstruosa que vivimos en la actualidad, me tenga absorta, deslumbrada, horrorizada y sin poder parar de leerlo, volver a repasarlo, subrayarlo y manosearlo.

Suicidios, delirium tremens, demencia, mentiras, codicia de poder, ambición, obsesiones, envidias, experimentar sin pudor inventos que pueden extinguir a la humanidad, a sangre fría, con tal de tener la razón.

Sus páginas relatan la vida, los tormentos mentales, las depresiones, la incapacidad de llevar una vida “normal”. Esos genios matemáticos: Einstein, Oppenheimer, Von Newman (el mercenario), Richard Feynman.

El empeño de crear la bomba de hidrógeno. “Un instrumento del mal, un arma que se alejaba tanto de lo razonable que era como si hubiésemos descendido voluntariamente a las zonas más oscuras del infierno”. Cuando se creó la bomba atómica, Oppenheimer afirmó: “Con esa creación, los físicos ya conocieron el pecado y este es un conocimiento que no pueden olvidar”. Se opuso a la creación de la bomba de hidrógeno e hizo todo lo que pudo para que no la construyeran, hasta que lo apartaran de todo y lo pusieron en la lista negra.

“Es difícil de explicar, pero esas criaturas horripilantes, esas creaciones que exceden lo humano, parecen tener voluntad propia, como si respondieran a una potestad mayor que la nuestra, una extraña forma de fatalidad tan misteriosa y ajena a nuestro control, que trato de no pensar mucho en ello porque acabo temblando. Si los físicos ya habíamos conocido el pecado, con la bomba de hidrógeno supimos lo que era la perdición”, dijo Feynman.

Cuesta trabajo caer de bruces en la realidad monda y lironda en que vivimos, y en la que vivirán nuestros nietos y sus hijos, si es que estas máquinas monstruosas lo permiten, porque cada día que vemos salir el sol es un verdadero milagro. Ya estamos bajo sentencia. Esperemos que no llegue tan pronto el final de todos y de todo lo que nos rodea.

Maniac. El que se quiera bajar de la burbuja que lo lea. Las matemáticas no mienten. Mientras tanto, soñemos con un mundo feliz. A lo mejor somos capaces de conseguirlo. No lo sé. Los humanos volvámonos más humanos. Detengamos el avance del monstruo artificial.

QOSHE - Mercenarios nucleares - Aura Lucía Mera
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Mercenarios nucleares

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19.03.2024

Me siento como un pigmeo. La matemática me sobrepasa. No tengo claro cómo logré graduarme de bachiller, aprobar raspando Física, Química, Álgebra, Geometría… Confieso que todavía me cuesta trabajo sumar, restar y dividir. Tuve que renunciar a terminar un diplomado en Psicología porque no fui capaz con las estadísticas. Recuerdo que en Nova University, durante mi primera etapa de recuperación de mi adicción, me matriculé entusiasmada. Mi terapista me advirtió: “Es muy pronto, no lo haga todavía”. Pues lo hice: dos semestres fenomenales… hasta que llegaron las estadísticas y sus números. No pude. Lloré, estudié, recaí y renuncié a la universidad.

Todo este prólogo deshilvanado es porque todavía no entiendo cómo el libro de Benjamin Labatut, escritor holandés radicado Chile,........

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