Era un amanecer sereno para una familia que preparaba ese día su celebración religiosa semanal. Ninguno podía imaginar, a pesar de las continuas amenazas de sus enemigos, la violenta intrusión de esos malandros en todos los rincones de la casa, saqueando su intimidad y violentando a sus habitantes. Ultrajaron a las mujeres y niños de la familia y, sin importar su condición, se llevaron a varios. La policía inmediatamente puso en marcha su plan de búsqueda y, aunque los asesinos no tenían habitación conocida, sabían del barrio que los albergaba dentro de un pueblo que se había convertido en testigo temeroso. Se tardarían en encontrarlos porque se refugiaban entre la gente común o bajo tierra, pero la determinación para la destrucción de sus enemigos no tenía límites y, así, cualquier hogar o negocio debía ser desalojado en esa búsqueda. Por cada delincuente escondido como rata eran trece los hombres armados hasta los dientes. Explotaron los postes de luz y se encargaron de que no hubiera agua. La gente tuvo que partir sin rumbo fijo con sus niños y sus viejos en los brazos. Por cada víctima que estaban reivindicando murieron 20 personas; cada herido que dejaron los malandros significó ocho en este bando, y por cada miembro de la familia que se llevaron aquel horrible día, 1.600 personas del barrio no aparecen.

Es impensable que esa crónica pueda tener un buen final. Me pregunto del lado de quién se podría poner un lector desprevenido ante un tramo de ficción como el anterior, que no pretende hacer una comparación exacta, pero ayuda a plantear la absoluta asimetría que se evidencia hoy en Gaza.

La historia de ese conflicto puede ser escrita por las partes involucradas, por los civiles indefensos o por el resto de la humanidad que observa embobada mientras echa el cuento tal y como se lo relatan, o a través de la lente con la que se le mire, cada vez más aumentada por lo ideológico y menos por lo humanitario. Sin embargo, las cifras son las que son, el conteo de víctimas es el que es y los estragos están a la vista de todos. Los datos que arrojan las agencias de las Naciones Unidas ofrecen la misma relación planteada en mi relato –sin contar Cisjordania– y por lo tanto es difícil ser leídos como algo distinto a un aniquilamiento. Por eso, creo inmoral no tomar postura firme frente a las páginas de horror que está escribiendo Israel, un Estado democrático y legítimamente constituido.

Si algo digno puede dejarle el presidente Petro a este país, en medio de su hasta ahora desastrosa gestión, es su valiente postura frente a los también valientes Estados que se han manifestado en contra del gobierno de Israel, como Sudáfrica, no sin antes condenar en forma vehemente a Hamás, lo que ya resulta obvio. Y entrados en gastos, y por coherencia, ojalá el presidente pudiese mostrar la misma valentía frente a Putin.

Resulta inconcebible estar del lado del pueblo de Israel y al mismo tiempo no rechazar el proceder del gobierno de Netanyahu, quien lo tiene sumido en una guerra sin tregua que afectará irreparablemente a sus futuras generaciones, porque la historia, más allá de condenar a personas, enjuicia a los pueblos dejándoles estigmas eternos.

QOSHE - Crónica de un vecindario - Cristina Carrizosa Calle
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Crónica de un vecindario

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18.01.2024

Era un amanecer sereno para una familia que preparaba ese día su celebración religiosa semanal. Ninguno podía imaginar, a pesar de las continuas amenazas de sus enemigos, la violenta intrusión de esos malandros en todos los rincones de la casa, saqueando su intimidad y violentando a sus habitantes. Ultrajaron a las mujeres y niños de la familia y, sin importar su condición, se llevaron a varios. La policía inmediatamente puso en marcha su plan de búsqueda y, aunque los asesinos no tenían habitación conocida, sabían del barrio que los albergaba dentro de un pueblo que se había convertido en testigo temeroso. Se tardarían en encontrarlos porque se refugiaban entre la gente común o bajo tierra, pero la determinación para la destrucción de sus enemigos no tenía límites y, así, cualquier........

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