Un giro necesario en el pensamiento político para frenar el populismo.

En la tarea de enfrentar intelectual y culturalmente el populismo en la versión que más nos afecta, la caudillista, no hay que temer desidealizar el concepto de “pueblo”, en cuyo altar nos llaman a sacrificar instituciones de la democracia liberal.

El mecanismo es conocido: la voz del pueblo es la voz de Dios (vox populi, vox Dei), ergo, quien sea la voz del pueblo es “Dios” (dictador benevolente o justiciero y/o sapiente). Para los espíritus imbuidos de las limitaciones, los frenos y contrapesos del poder, tal pretensión es perfectamente ridícula.

Pero esos espíritus liberales claramente no son suficientes en nuestra nación.

Jorge Eliécer Gaitán dijo: “Yo no soy un hombre, soy un pueblo”, retratando el delirio que perdura. Como sabemos, tenemos un presidente que evoca a Gaitán y cree que interpreta al pueblo, que él describe de determinado modo.

Antes de lidiar con esa descripción, podemos recordar un uso común indiscutible, el jurídico-constitucional, el del preámbulo de la Carta Magna. “El pueblo de Colombia, en ejercicio de su poder soberano, representado por sus delegatarios...”, es una apelación elegante en una instancia mítica. El “pueblo colombiano ontológico”, si se quiere.

De ahí en adelante o hacia abajo es simplemente manoseo del símbolo de pueblo.

El presidente hace descender al pueblo de esa categoría abstracta, en la que todos nos sentimos representados, al barrizal de la política, donde el pueblo es la parte que él prefiere del pueblo.

La parte de los más desfavorecidos, los colombianos con mayores carencias de bienestar, cultura y educación en sentido amplio. Aquellos dispuestos a creer en milagros de un caudillo. El pueblo seguidor, con el que usurpa al pueblo jurídico-constitucional.

El usurpador le atribute al pueblo su ideología y pretende que es la razón de la voz de Dios. No se percata de que si degrada al pueblo ontológico al fango de la lucha partidista, reduciendo su composición y alcance, se expone a que se juzgue su sujeto político en su dimensión real y no resulte ser lo que se proclama.

Por eso a los liberales democráticos nos concierne revalorar la sociedad civil como el conjunto de las instituciones cívicas y sociales independientes del Estado a través de las cuales los colombianos, integrantes del pueblo como un todo, canalizan el ejercicio de libertades públicas y el trámite de disímiles intereses.

Que allí donde los populistas invocan al “pueblo” para decir cualquier cosa, se hable de la sociedad civil organizada en torno a determinado tema. Ciertamente, un indicador de desarrollo de una democracia es la fortaleza de su sociedad civil con incidencia en el poder político.

Necesitamos una cultura política mayoritaria que sospeche de los aspirantes a cargos públicos que invoquen recurrentemente al “pueblo” en sus discursos y opere como vacuna contra milagreros sin pudor intelectual.

@DanielMeraV

QOSHE - Convertir al pueblo en sociedad civil - Daniel Mera Villamizar
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Convertir al pueblo en sociedad civil

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06.11.2023

Un giro necesario en el pensamiento político para frenar el populismo.

En la tarea de enfrentar intelectual y culturalmente el populismo en la versión que más nos afecta, la caudillista, no hay que temer desidealizar el concepto de “pueblo”, en cuyo altar nos llaman a sacrificar instituciones de la democracia liberal.

El mecanismo es conocido: la voz del pueblo es la voz de Dios (vox populi, vox Dei), ergo, quien sea la voz del pueblo es “Dios” (dictador benevolente o justiciero y/o sapiente). Para los espíritus imbuidos de las limitaciones, los frenos y contrapesos del poder, tal pretensión es perfectamente ridícula.

Pero esos espíritus liberales claramente no son suficientes en nuestra nación.

Jorge Eliécer........

© El Espectador


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