*Invitamos a nuestros columnistas a contarnos de las ideas que defendieron y que, ahora, perciben de manera diferente. Esta columna es parte del especial #CambiéDeOpinión.

Fui educado, como millones de colombianos, en un colegio católico. Sí, en efecto, pasé 10 años de mi vida infantil y adolescente en el Colegio San Bartolomé La Merced, de los jesuitas. Allí nos obligaban a ir a misa todos los días a las siete de la mañana. A eso le sumaban clases de religión dos o tres veces a la semana. Ya de adulto, saliendo de la Universidad Externado de Colombia, de talante liberal y respetuosa de las ideas de cada uno, entré en un proceso de reflexión profundo que me puso a cuestionarme sobre mis creencias religiosas. Apoyado en libros de filósofos como Bertrand Russell, que cuestionan la existencia de Dios, opté finalmente por volverme ateo. En ese estado perduré muchos años. Incluso con personajes como Humberto de la Calle y Tito Livio Caldas escribimos a varias manos un libro sobre el ateísmo. Me imagino que no fue ningún éxito literario.

Por esas cosas del destino, ya de adulto me reencontré con la exfiscal Viviane Morales, quien era muy amiga de Gabriel de Vega, un gran amigo a quien quise mucho y que murió bastante joven. Pues un día Viviane me dijo que me quería llevar a una iglesia cristiana, que me diera esa oportunidad. Debo confesar que fui a regañadientes y, tal vez, por no ser descortés con ella. Fuimos a la iglesia El Lugar de su Presencia, del pastor Andrés Corson. Algo pasó ese día, pues no solo salí muy contento, sino sintiendo que, así suene raro, Jesucristo me había tocado a través de la prédica del pastor y la música cristiana. Viviane me regaló una Biblia y por meses me guio por sus salmos. Por años fui a la iglesia los sábados en la mañana, pues encontré que allí alimentaba, literalmente, mi alma. Cambié mi percepción sobre muchas cosas de mi vida y aprendí a orar, es decir, a hablar con Jesucristo a diario, lo que hago todavía. Entendí que siempre recibiría de Cristo el mensaje que necesitaba escuchar y, sobre todo, aprendí que los tiempos de Dios son perfectos. En no pocas oportunidades, frente a decisiones o problemas que he enfrentado, como todos los humanos, le dije a Jesucristo: “Hermano, ahí le dejo ese problema”, y siempre me ha mostrado la solución o el camino.

Tal vez la única ventaja de la perversa vejez es la madurez, pues a más achaques físicos, más sabiduría. Pero no solo cambié de opinión en este asunto religioso. Lo he hecho en muchas otras oportunidades. Frente a mis preferencias sexuales o ante mis posiciones políticas. En este caso he pasado de ser furibundo antiuribista a tener una relación afectuosa y respetuosa con Tomás Uribe, su hijo, y con doña Lina Moreno de Uribe. Con los años entendí que no vale la pena gastarse la vida odiando o envidiando. En cuanto más cerca estamos de la muerte, más lejos de las pasiones y los innecesarios rencores. Ojalá hubiera entendido eso siendo joven, pero no fue así. Espero acabar de envejecer, eso sí, de la mano de Jesucristo y aun de quienes en algún momento fueron mis enemigos. “Errar es de humanos”.

QOSHE - Cambié de opinión sobre mis creencias - Felipe Zuleta Lleras
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Cambié de opinión sobre mis creencias

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26.11.2023

*Invitamos a nuestros columnistas a contarnos de las ideas que defendieron y que, ahora, perciben de manera diferente. Esta columna es parte del especial #CambiéDeOpinión.

Fui educado, como millones de colombianos, en un colegio católico. Sí, en efecto, pasé 10 años de mi vida infantil y adolescente en el Colegio San Bartolomé La Merced, de los jesuitas. Allí nos obligaban a ir a misa todos los días a las siete de la mañana. A eso le sumaban clases de religión dos o tres veces a la semana. Ya de adulto, saliendo de la Universidad Externado de Colombia, de talante liberal y respetuosa de las ideas de cada uno, entré en un proceso de reflexión profundo que me puso a cuestionarme sobre mis creencias religiosas. Apoyado en libros de filósofos como........

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