Como en la vida personal, en política a veces los detalles cuentan más de lo que uno pensaría. Cuentan en ambos sentidos: pesan, pero también revelan toneladas sobre lo que está pasando.

Uno de esos detalles es la renuncia reciente de Victoria Nuland, la llamada número dos del Departamento de Estado de la potencia del norte. La trayectoria de este personaje es toda una enciclopedia acerca de las terribles ambigüedades, potencialmente catastróficas, que está viviendo el mundo.

De familia de inmigrantes rusos, y estudiada en una universidad de élite (Brown), Nuland llegó a convertirse en un ícono de la política guerrista estadounidense de la postguerra fría. Era parte de la tendencia de los llamados “neocons”, intelectuales sólidamente formados, que están apostando por un siglo XXI con dos características: primero, democrático; y segundo, claramente dominado por los Estados Unidos.

Ingresó a la administración pública de la mano de George Bush hijo. Fue asesora de su vicepresidente, Dick Cheney, quien tenía fama tanto de inteligente como de perverso (creo que, en ambos casos, bien ganada). Después se convirtió en la embajadora estadounidense ante la OTAN. Siempre con su programa entre ceja y ceja.

Y ahora es cuando comienzan las cosas realmente interesantes. Pues hizo parte, casi sin solución de continuidad, del gobierno de Obama. En 2013 le encargaron los asuntos europeos. Desde allí, apoyó las movilizaciones en Ucrania que terminaron con la caída del entonces presidente Yanukovich. En 2014 se dio el lujo de mandar al carajo a la Unión Europea (usando en realidad un lenguaje un poco más colorido: “fuck the EU”).

¿Saben cuándo salió? Sí, acertaron. Durante el gobierno de Donald Trump. Nuland no se sentía cómoda con el aislacionismo de éste. Por otra parte, Trump, como se sabe, ha mantenido unas relaciones de sospechosa amistad con Putin, sin duda basada en identidades programáticas, pero quizás en algo más.

Y, como acertaron acerca de su primera salida, no se les habrá dificultado adivinar cuándo reingresó a la toma de decisiones. Sí, con el triunfo de Biden. De manera aparentemente paradójica, los demócratas recogieron a esta ideóloga, una criatura republicana, y aparentemente asimilaron su agresividad ideológica y su imprudencia sin mover un músculo de la cara. Durante su gestión –al frente de los asuntos políticos de su ministerio- volvió a meter la pata, por ejemplo entusiasmándose con la destrucción de Nordstream, un gasoducto que proveía energía a Alemania y otras partes de Europa desde Rusia. Según informes, hasta el magnate Musk señaló a Nuland de ser la fuente de un belicismo incansable.

¿Por qué renuncia ahora Nuland? Su salida desató toda clase de especulaciones. Algunos creen que diferentes sectores de Occidente se inclinan a buscar una solución negociada de la invasión rusa a Ucrania. La sola consideración de esas opciones habría molestado a la funcionaria, quien decidió dar un paso al costado. Quizás simplemente se exasperó con el estancamiento de lo que podría ser su obsesión –hostilizar a Rusia–, dado el bloqueo de los republicanos de la Cámara de Representantes a la financiación de los ucranianos. Trump, por su parte, ya había expresado su incompatibilidad con posiciones como las de Nuland.

¿Esto hace a Trump menos malo? No. Creo que, por varias razones, Colombia necesita desesperadamente que pierda (va adelante en todas las encuestas que conozco). Pero sí revela que la política no puede verse desde anteojos doctrinarios. Como reza la fantástica frase de Hirchman: “No todas las cosas buenas vienen juntas”. Mientras que los resortes de la responsabilidad pública se relajan en todas partes, y nuestras capacidades tecnológicas se siguen multiplicando, la frase de Hirchman sigue vigente. Por lo tanto, los que creemos que este mundo necesita de más democracia y más multipolaridad estamos en serios problemas, pues esas dos grandes fuentes de valores están cada vez menos alineadas. De hecho, me parece que no sólo nosotros, sino todos, estamos metidos en un berenjenal.

QOSHE - Detalles - Francisco Gutiérrez Sanín
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15.03.2024

Como en la vida personal, en política a veces los detalles cuentan más de lo que uno pensaría. Cuentan en ambos sentidos: pesan, pero también revelan toneladas sobre lo que está pasando.

Uno de esos detalles es la renuncia reciente de Victoria Nuland, la llamada número dos del Departamento de Estado de la potencia del norte. La trayectoria de este personaje es toda una enciclopedia acerca de las terribles ambigüedades, potencialmente catastróficas, que está viviendo el mundo.

De familia de inmigrantes rusos, y estudiada en una universidad de élite (Brown), Nuland llegó a convertirse en un ícono de la política guerrista estadounidense de la postguerra fría. Era parte de la tendencia de los llamados “neocons”, intelectuales sólidamente formados, que están apostando por un siglo XXI con dos características: primero, democrático; y segundo, claramente dominado por los Estados Unidos.

Ingresó a la administración pública de la mano de George Bush hijo. Fue asesora de su vicepresidente, Dick Cheney,........

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