Durante al menos tres décadas largas —digamos, entre 1985 y 2006, cuando comenzó la desmovilización paramilitar—, Colombia sufrió una enorme transformación agraria: la destrucción a sangre y fuego de cientos de miles de vidas y propiedades campesinas. Los conteos de nuestro desplazamiento se acercan ya a diez millones de personas. Sintomáticamente, los de despojo son mucho más imperfectos, pero, según las estimaciones más creíbles que conozco, entre 3 y 6 millones de personas perdieron sus tierras en el turbión del conflicto. Contrariamente a un cuento de hadas muy bonito y muy simpático, pero al día de hoy totalmente insostenible, los causantes de este horror no fueron unos señores “externos”, de malas pulgas y con la cara cruzada por cicatrices. Estuvieron allí hacendados, agencias de seguridad, burócratas civiles, políticos y notables regionales, entre otros. Matando y quemando (“éramos pirómanos”, dice Benito Osorio). Estas cosas pasaron hace muy, muy poco. ¿Siguen sucediendo? Como fuere, nuestra trayectoria no da para sentirse muy optimista con respecto de las perspectivas futuras de la creación de brigadas de defensa. Pero también, le plantea a la sociedad colombiana la pregunta de –citando el título de un libro del Observatorio de Tierras– qué hacer con este tierrero, con esta herencia terrible. La pregunta se podrá contestar mucho mejor si se hace desde una perspectiva comparada y global. Por eso, fue tremendamente importante la Conferencia sobre Acaparamiento Global de Tierras, que tuvo lugar esta semana en la Universidad de Los Andes, convocada por el Land Deal Politics Initiative (LDPI).

La conferencia –magníficamente organizada por nuestros anfitriones– tuvo varias particularidades importantes. Primero, el LDPI es una red de estudiosos y activistas de todo el mundo. Algunos de sus miembros han planteado varias de las ideas y de los debates más importantes para entender el acaparamiento global. Segundo, en la conferencia participaron ponentes de África, Asia, Estados Unidos y Europa. Un elenco multinacional, con perspectivas y experiencias diversas. Nos vivimos quejando, creo que con razón, de que nuestras interacciones académicas son limitadas, y que por lo general sólo involucran a países relativamente prósperos, cuyos estudiosos cuentan con la financiación para venir aquí (o para llevarnos allá). Pues la conferencia del LDPI nos ofreció una ventana abierta al ancho mundo. Ya dependerá de nosotros que la podamos aprovechar y valorizar. Tercero, la conferencia no fue un evento académico convencional. Participaron líderes y organizaciones sociales, con una voz muy clara, con una perspectiva de futuro muy bien articulada, haciendo con firmeza y paciencia apuestas fuertes alrededor de la paz y la democracia. Notable también la presencia de funcionarios y técnicos colombianos, con un conocimiento de detalle de problemas concretos bastante impresionante.

Alguien se podrá preguntar, ¿a cuento de qué llover sobre mojado? ¿No es un tema sobre el que lo sabemos todo? Pues con nuestra brutal concentración de la tierra pasa como con el conflicto armado: siempre aparecen gentes que dicen que está sobrediagnosticado. No es verdad. A esto, respondo de manera igualmente invariable: está sobreopinado. Es distinto. Tampoco es cierto lo que plantean los que creen que los problemas de la tierra ya pasaron de moda, y que tenemos que dedicarnos a hablar del Metaverso. Seguimos siendo bichitos biológicos, que viven en el espacio y en el tiempo: dónde y cómo habitamos, qué comemos y cómo producimos lo que comemos, son preguntas que no se van a evaporar en un futuro previsible.

De hecho, la Conferencia sobre el Acaparamiento de Tierras del LDPI mostró desde el principio que hay toda una serie de preguntas, muchas de ellas de gran calado, que no estamos aún en capacidad de contestar razonablemente. Nada como una reunión con expertos genuinos para comenzar a identificar todo lo que no sabemos. En ese sentido, la Conferencia constituye un llamado implícito pero no por eso menos enérgico: hay mucho espacio para que estudiosos, funcionarios, líderes, contribuyan a pensar/construir un país más equitativo y viable.

QOSHE - Tierreros - Francisco Gutiérrez Sanín
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22.03.2024

Durante al menos tres décadas largas —digamos, entre 1985 y 2006, cuando comenzó la desmovilización paramilitar—, Colombia sufrió una enorme transformación agraria: la destrucción a sangre y fuego de cientos de miles de vidas y propiedades campesinas. Los conteos de nuestro desplazamiento se acercan ya a diez millones de personas. Sintomáticamente, los de despojo son mucho más imperfectos, pero, según las estimaciones más creíbles que conozco, entre 3 y 6 millones de personas perdieron sus tierras en el turbión del conflicto. Contrariamente a un cuento de hadas muy bonito y muy simpático, pero al día de hoy totalmente insostenible, los causantes de este horror no fueron unos señores “externos”, de malas pulgas y con la cara cruzada por cicatrices. Estuvieron allí hacendados, agencias de seguridad, burócratas civiles, políticos y notables regionales, entre otros. Matando y quemando (“éramos pirómanos”, dice Benito Osorio). Estas cosas pasaron hace muy, muy poco. ¿Siguen sucediendo? Como fuere, nuestra trayectoria no da........

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