En el siglo pasado, cuando los periódicos llegaban al amanecer y nos los metían por debajo de la puerta, lo que uno leía lo habían preparado el día anterior los periodistas, pero parecía nuevo. Hoy todo lo del día anterior parece rancio. Sin embargo, como soy anticuado y como los viejos acabamos siempre por vivir en el siglo pasado, todavía me llegan en papel tres periódicos diarios que me meten por debajo de la puerta. Si soy sincero, apenas alcanzo a hojear uno, si mucho uno y medio, mientras desayuno. En los días que amanezco optimista –cada vez menos– sostengo que al leer en papel veo noticias importantes que en la red están escondidas en el rodillo perpetuo que nunca alcanzamos a recorrer entero. Lo cierto es que al terminar el desayuno doblo los tres periódicos y los llevo directamente al reciclaje de papel.

Además de las tres suscripciones en papel (de periódicos colombianos) estoy suscrito también a dos periódicos españoles (El País y La Vanguardia), a dos gringos (el NYT y el Washington Post) y, de vez en cuando, abro también el Guardian de Londres, que es gratis. Ahora, con la guerra de Gaza, estuve a punto de suscribirme también al Haaretz de Israel. Todos los anteriores me mandan alarmas al reloj, al correo y al teléfono. No me siento informado, me siento saturado de noticias.

Después de haber pasado veinte días en las montañas de Antioquia, al volver a la casa tenía una montaña de 60 diarios nunca abiertos que fueron a dar al cajón del reciclaje sin siquiera mirarlos. Obviamente, me dije, me digo, todo esto no tiene ningún sentido. Semejante cúmulo de información no me informa: me agobia, me supera, me ahoga en una avalancha de datos que soy incapaz de digerir.

En la antigüedad, la gente estaba informada, por chismes y habladuría, de lo que pasaba en su pueblo (para eso estoy suscrito a un periódico local), en su país (para eso compro dos diarios nacionales) y poco más allá. Ahora debemos saberlo todo sobre el mundo (para eso pago suscripciones internacionales). No me interesa el fútbol, pero noto que mis amigos ya no solo siguen el torneo colombiano, sino también todas las copas europeas. Ya no solo son hinchas del Dim o del Santafé, sino también del Barça o del Manchester. Los que siguen creyendo que Colombia es el ombligo del mundo se interesan por Petro, pero los que nos creemos cosmopolitas seguimos las elecciones de todas las Américas, de Europa y Asia, y unos cuantos incluso de todos los países africanos.

En mi mesita de noche hay libros que trato de creer que son intemporales. Ahí está, siempre, la bella edición de Editorial Séneca del Quijote, las Obras de Borges, los Diálogos de Platón, los aforismos de Lichtenberg, la poesía de Santa Teresa. Ahora tengo las memorias de Bashevis Singer, una biografía de Isaiah Berlin, una novela del último premio Nobel, Jon Fosse, y una antología de poemas de José Emilio Pacheco. Tengo siete mil libros en la casa y hay días en que no encuentro qué leer; por eso compro más.

Ya no tengo redes, no veo televisión, pero entro a internet. Decía un periodista español que las guerras son como las sinfonías, no es posible escuchar dos a la vez. Hago lo posible, sin embargo, por saber lo que pasa en Gaza y en Ucrania (dos tragedias al tiempo) y ahora en Ecuador. El lío de Colombia me parece insoluble; simplemente nos seguimos arrastrando hacia adelante de rumba en rumba. Me entretiene enterarme de cada vez que el presidente se encierra tres días seguidos a tomar café. Y lo demás, lo demás son miles de noticias que no sé si leer o no. Últimamente veo un titular, leo dos frases y me pregunto una sola cosa: ¿esto me va a importar dentro de un año, sí o no? Si no me va a importar, no leo lo que dice. Hay días en que recorro cientos de titulares y no encuentro qué noticia leer. Cada vez más, lo único que me interesa es lo que está en mi mesita de noche.

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¿Tengo que enterarme de esto?

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14.01.2024

En el siglo pasado, cuando los periódicos llegaban al amanecer y nos los metían por debajo de la puerta, lo que uno leía lo habían preparado el día anterior los periodistas, pero parecía nuevo. Hoy todo lo del día anterior parece rancio. Sin embargo, como soy anticuado y como los viejos acabamos siempre por vivir en el siglo pasado, todavía me llegan en papel tres periódicos diarios que me meten por debajo de la puerta. Si soy sincero, apenas alcanzo a hojear uno, si mucho uno y medio, mientras desayuno. En los días que amanezco optimista –cada vez menos– sostengo que al leer en papel veo noticias importantes que en la red están escondidas en el rodillo perpetuo que nunca alcanzamos a recorrer entero. Lo cierto es que al terminar el desayuno doblo los tres periódicos y los llevo directamente al reciclaje de papel.

Además de las tres suscripciones en papel (de periódicos colombianos) estoy suscrito también a dos periódicos españoles (El País y La........

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