En estos días hemos tenido la desgracia de ver escenas de tortura que no solo no se intentaban ocultar, sino que se exhibían con orgullo. La tortura es un mal inaceptable, moralmente repudiable. Sin embargo, incluso bajo gobiernos que se dicen civiles, se siguen practicando formas de tortura, aunque al menos no las muestran como un trofeo. La practican en secreto, la niegan, la ocultan, y cuando ya no la pueden negar –tal fue el caso de Abu Ghraib– tienen la mínima decencia de castigarla, así sea con penas que no se corresponden al horror cometido.

Se sabe que las mujeres acusadas de brujería, aun siendo completamente inocentes, bajo tormento, confesaban ser brujas capaces de hacer maleficios; de copular con el diablo; de matar niños, diseminar la peste, provocar tormentas de truenos y granizo, o cualquier otra cosa que los torturadores quisieran que dijesen. ¿Prueba de la verdad de todo esto? Que las mismas brujas lo confesaron bajo tortura.

Hay museos donde podemos ver toda índole de máquinas diseñadas para torturar, bien sea como castigo o como medio para obtener información, delaciones, confesiones convenientes al poder establecido. Con tortura se castigaba a los que seguían siendo judíos en secreto; con tortura se hacía confesar a los esclavos que organizaban revueltas contra los esclavistas; con tortura se trataba a los comunistas para que delataran a otros comunistas; con tortura se obligaba a abjurar a quienes practicaban religiones diferentes a la única religión verdadera, fuera esta la que fuera.

Lo espantoso es que todavía hoy la tortura no está solo en los museos sino en la calle. No es de los siglos remotos sino de esta semana. Es tan horrible la tortura (provocar intencionalmente un sufrimiento físico grave, un dolor intenso) que incluso el solo hecho de escribir sobre ella –es lo que se me ocurre en este mismo instante–, nos degrada como seres humanos.

Algunos ilustrados (Cesare Beccaria, en 1764, fue uno de los primeros) se atrevieron a pensar distinto y a oponerse a eso que a tantos les parecía una práctica justa y normal para tratar a los malos, a los herejes, a los enemigos, a los terroristas.

Veamos el reciente caso de los terroristas tayikos apresados por la autoridad rusa pocas horas después de la masacre en que asesinaron a 140 víctimas inocentes. Tayikistán fue una colonia soviética y hoy es un país soberano que limita con Afganistán y Pakistán, entre otros. A los cuatro tayikos apresados tras su acción repudiable, solo faltó que los torturaran ante las cámaras. En realidad, tampoco faltó esto. En el canal de Telegram del grupo de neonazis llamado Wagner se puede ver a uno de los detenidos por el atentado en Crocus City Hall al que le cortan una oreja y se la meten en la boca. Uno más, pierde un ojo. A otro le conectan los genitales a un cable que va a dar a un par de baterías. Con descargas eléctricas hay gente que confiesa lo que sea, es decir, lo que el torturador quiera. Así como las brujas copulaban con el diablo, los terroristas de hoy, bajo tormento, pueden decir que fueron seducidos por Ucrania, que es el diablo de Putin.

Hay un episodio de la vida de Gustavo Petro con el que siempre me he sentido solidario y respetuoso, y en el que no dudo en ponerme de su parte. Se trata de que él, a los 25 años, haya sido torturado por el Ejército. Lo encapucharon y le dieron un culatazo en la cabeza. Luego, en el Cantón Norte, “durante cinco días con sus noches estuvo sin agua, sin probar bocado; cada dos horas recibía golpes sistemáticos para que delatara a sus jefes”. [...] “Recibió choques eléctricos en el pecho; lo colgaron de las muñecas hasta dislocarle los hombros”.

Algunos torturados no se recuperan nunca psicológicamente del mal que les hicieron. Espero que ningún torturado se ponga nunca del lado de los que torturan y se sienten orgullosos de torturar.

QOSHE - Exhiben y defienden la tortura - Héctor Abad Faciolince
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Exhiben y defienden la tortura

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31.03.2024

En estos días hemos tenido la desgracia de ver escenas de tortura que no solo no se intentaban ocultar, sino que se exhibían con orgullo. La tortura es un mal inaceptable, moralmente repudiable. Sin embargo, incluso bajo gobiernos que se dicen civiles, se siguen practicando formas de tortura, aunque al menos no las muestran como un trofeo. La practican en secreto, la niegan, la ocultan, y cuando ya no la pueden negar –tal fue el caso de Abu Ghraib– tienen la mínima decencia de castigarla, así sea con penas que no se corresponden al horror cometido.

Se sabe que las mujeres acusadas de brujería, aun siendo completamente inocentes, bajo tormento, confesaban ser brujas capaces de hacer maleficios; de copular con el diablo; de matar niños, diseminar la peste, provocar tormentas de truenos y granizo, o cualquier otra cosa que los torturadores quisieran que dijesen. ¿Prueba de la verdad de todo esto? Que las mismas brujas lo confesaron bajo tortura.

Hay........

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