En un extremo, tipos como Scrooge que, si por ellos fuera, harían abolir la Navidad. La pasan solos o, si mucho, acompañados del perro, renegando sin parar por el regocijo ajeno. En el otro extremo, personas como mi madre –nacida un 25 de diciembre– que desde septiembre empezaba a comprar los aguinaldos y en tiempo de novenas reunía a su alrededor más de cincuenta familiares. El 25, más. Desde que ella con su largo nombre, María Cecilia Ana de la Natividad de Jesús, se murió, hace dos años, yo ya no sé qué hacer con la Navidad, que era su día, su fiesta, su territorio sagrado.

Lejano, por carácter, al temperamento sombrío de Scrooge, me siento obligado a recomponer mi propia idea de la Navidad en familia. De algún modo, la muerte de una figura heteromatriarcal hace que la familia se atomice, bien sea para extraviarse o para producir otras células. En italiano se dice: “Natale con i tuoi, Capodanno con chi vuoi” (Navidad con los tuyos, año nuevo con quien quieras). Lo que ocurre tras ciertas muertes es que ya uno no sabe bien quiénes son “los tuyos” con quienes se debe pasar la Navidad.

Para empezar, hay dos familias o quizá tres, o a lo mejor ninguna: la de sangre, la política, la de la amistad, o la que ya no existe. La de sangre, en nuestra cultura, suele tirar para el lado de la mujer. Los maridos, convertidos en yernos de la suegra, tienden a caer en la órbita de la familia de la mujer (o de la pareja menos patriarcal). A no ser que la propia madre del varón ejerza un poder de atracción tan grande que convierta en satélites incluso a los hijos hombres y absorba a las nueras. El problema ocurre cuando ese planeta estalla. Los satélites hembra, las hijas, no tienen problema: ellas mismas se convierten de inmediato en planetas con sus propios satélites. En cambio, los satélites machos quedamos vagando a la loca por el espacio, tal vez a la espera de un nuevo planeta que nos acoja en su órbita. Sépase que el destino de los hombres es ser satélites, no hay planetas varones. La Navidad es hembra, así el que nazca sea varón.

El papel de los machos en este festejo (en mi experiencia) carece de importancia. Somos extras, o si mucho y si nos va muy bien, somos convidados. Somos un San José que ni siquiera es el padre del tal Niño Dios. Debemos resignarnos a ser padres putativos, padrastros, padres políticos o sustitutos.

Si no hay una madre matriarca que la organice y dirija, cada satélite se debe inventar su propia Navidad. Incluso despreciarla y buscar el refugio de la misantropía desdeñosa es una forma de celebración. Una fiesta a la inversa, gruñona. Especialmente en los períodos de la historia en que los dioses agonizan o ya están muertos, se vive en un interregno (época entre dos reinos): ya no se cree en lo viejo y moribundo, o en lo muerto, y todavía no creemos en lo futuro, que ni sabemos qué será.

Quizá por lo anterior nuestra Navidad no es una fiesta de recogimiento, serenidad y contemplación, sino de desenfreno. La Navidad ya no es un rito, sino un carnaval. Comilonas, bebatas con quien caiga, trasnochos, juegos, pólvora, guayabo, gritos, música, peleas de borrachos… Hay una cierta obligación de estar felices que deprime a todos los Scrooge de este mundo que, más que en ninguna otra época, quisieran encerrarse o incluso levantar la mano sobre sí.

Sólo cuando una hija se convierte en madre vuelve a cobrar sentido, otra vez, la Navidad. El rito sagrado de un nacimiento, de algo que se renueva cuando todo lo demás tiende a morir. En fin, sea como sea, ¡feliz Navidad! A este no creyente, practicante, no se le ocurre nada más.

QOSHE - Feliz Navidad - Héctor Abad Faciolince
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Feliz Navidad

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24.12.2023

En un extremo, tipos como Scrooge que, si por ellos fuera, harían abolir la Navidad. La pasan solos o, si mucho, acompañados del perro, renegando sin parar por el regocijo ajeno. En el otro extremo, personas como mi madre –nacida un 25 de diciembre– que desde septiembre empezaba a comprar los aguinaldos y en tiempo de novenas reunía a su alrededor más de cincuenta familiares. El 25, más. Desde que ella con su largo nombre, María Cecilia Ana de la Natividad de Jesús, se murió, hace dos años, yo ya no sé qué hacer con la Navidad, que era su día, su fiesta, su territorio sagrado.

Lejano, por carácter, al temperamento sombrío de Scrooge, me siento obligado a recomponer mi propia idea de la Navidad en familia. De algún modo, la muerte de una figura heteromatriarcal hace que la familia se atomice, bien sea para extraviarse o para producir otras células. En italiano se dice: “Natale con i........

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