En su extraordinaria biografía de Isaiah Berlin, Michael Ignatieff cuenta que, al final de su vida, el gran filósofo del liberalismo sentía un único remordimiento: nunca había manifestado públicamente lo que pensaba sobre Israel y el compromiso político que pudiera asegurar su existencia pacífica futura. Al sentir que su vida se extinguía, quiso hacer las paces consigo mismo y el 16 de octubre de 1997 le dictó a su secretaria una carta que envió a sus mejores amigos de Israel, Avishai Margalit y Edna Ullmann-Margalit. El mismo día de la muerte de Berlin, el 5 de noviembre, el profesor Margalit, por teléfono, le pidió permiso al filósofo para hacer pública la carta en forma de declaración. Berlin lo autorizó a hacerlo poco antes de ingresar al hospital en donde moriría unas horas después.

El documento es claro, breve y lleva el título de “Israel y los palestinos”. Fue publicado por primera vez en hebreo, junto con la noticia de su muerte, el 7 de noviembre de 1997, en el que todavía hoy es el periódico más serio e imparcial de Israel, Haaretz, y dice así:

“En vista de que ambas partes empiezan por reclamar la posesión total de Palestina como un derecho histórico; y en vista de que ninguna de las dos peticiones se puede aceptar en el terreno del realismo o sin grave injusticia, se hace evidente que el compromiso, es decir, la partición, es la única solución correcta, de acuerdo con los lineamientos de Oslo –por cuya aceptación Rabin fue asesinado por un fanático judío–. Idealmente, lo que estamos pidiendo es una relación de buenos vecinos, pero dado el número de fanáticos y terroristas chovinistas en ambos lados, esto es impracticable. Por lo tanto, la solución tiene que estar en algún lugar dentro de las líneas de cierta reluctante tolerancia, por miedo a algo mucho peor –es decir, a una guerra salvaje que puede infringir un daño irreparable a ambos lados–. En cuanto a Jerusalem, esta debe seguir siendo la capital de Israel, con los lugares santos del Islam como sitios extraterritoriales bajo autoridad musulmana, y un pequeño barrio árabe, con garantía de las Naciones Unidas de preservar esta posición, por la fuerza si fuera necesario”.

El más grande historiador y filósofo del liberalismo del siglo XX, Isaiah Berlin (ruso, inglés y judío), quiso que esta carta fuera su última voluntad, el último documento que escribió en vida, y la cláusula final de una especie de testamento ideológico en el tema que más le importaba: la coexistencia pacífica y libre de ideas o posiciones irreconciliables. No todos los pensamientos se pueden volver compatibles en un punto intermedio; “ateos y creyentes no se ponen de acuerdo en un semidiós”, pero unos y otros pueden convivir si toleran la idea que no comparten.

Desde la carta de Berlin ha pasado más de un cuarto de siglo y la entrañable recomendación del filósofo no solo fue ignorada por Israel, sino que quienes defendían posiciones análogas dentro del movimiento “Paz Ahora” (los escritores Amos Oz y Abraham Yehoshúa, entre ellos, ya fallecidos) son hoy una exigua minoría en un país dominado casi por completo por la derecha ideológica intransigente o la extrema derecha religiosa y fanática. Hoy en Israel gobiernan, en cierta medida, los asesinos de Rabin.

Israel y sus dirigentes, así como los palestinos de Hamás, han tomado el camino de la guerra, la intransigencia, la ausencia total de compromiso político, y el terrorismo. Esto ha conducido a lo que Isaiah Berlin ya pronosticaba si no se llegaba al acuerdo de dos Estados: “una guerra salvaje que puede infringir un daño irreparable a ambos lados”. La guerra salvaje está en acto y el daño irreparable ya se ha producido. Lo que parecía impensable, un pogromo en Israel, ha sucedido; y también lo más vergonzoso e irreparable de parte del ejército de Israel: el asesinato injustificado e injustificable de miles de niños palestinos a quienes no se puede acusar de terroristas.

QOSHE - La última voluntad de Isaiah Berlin - Héctor Abad Faciolince
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La última voluntad de Isaiah Berlin

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07.01.2024

En su extraordinaria biografía de Isaiah Berlin, Michael Ignatieff cuenta que, al final de su vida, el gran filósofo del liberalismo sentía un único remordimiento: nunca había manifestado públicamente lo que pensaba sobre Israel y el compromiso político que pudiera asegurar su existencia pacífica futura. Al sentir que su vida se extinguía, quiso hacer las paces consigo mismo y el 16 de octubre de 1997 le dictó a su secretaria una carta que envió a sus mejores amigos de Israel, Avishai Margalit y Edna Ullmann-Margalit. El mismo día de la muerte de Berlin, el 5 de noviembre, el profesor Margalit, por teléfono, le pidió permiso al filósofo para hacer pública la carta en forma de declaración. Berlin lo autorizó a hacerlo poco antes de ingresar al hospital en donde moriría unas horas después.

El documento es claro, breve y lleva el título de “Israel y los palestinos”. Fue publicado por primera vez en hebreo, junto con la noticia de su muerte, el 7 de noviembre de 1997, en el........

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