En el reciente ataque de Irán a Israel los iraníes lanzaron una combinación de más de 300 drones y misiles que debían llegar a sus objetivos casi simultáneamente. Con los satélites espía de hoy, no solo el ejército israelí sino hasta los medios de comunicación ya sabían que el ataque había empezado desde varias horas antes de que los drones y cohetes llegaran a sus blancos. Era como ver a lo lejos la nube de polvo de una arremetida de caballería que se acerca al galope a atacar una fortaleza. En ese tiempo que pasó, los que tenemos el pésimo hábito de seguir la guerra en tiempo real, estuvimos en ascuas y sin saber el daño que iban a hacer esos drones y misiles, y dónde y cuánto.

Cuando me enteré, por un mensaje de alarma del NYT, de que las sirenas antiaéreas habían empezado a sonar en Jerusalén, ese experto en imaginar catástrofes que soy empezó a figurarse bolas de fuego apocalípticas en las que templos, fieles, mezquitas, sinagogas y barrios enteros volaban por los aires. Poco después entró en acción lo que Israel llama el Iron Dome, la Cúpula de Hierro, y prácticamente todos los drones y todos los misiles lanzados por Irán fueron interceptados y destruidos en el aire, incluso sobre del espacio aéreo de otros países. El mayor ataque lanzado nunca por Irán contra Israel se encontró con una especie de escudo infranqueable. Si esos misiles y drones hubieran dado en el blanco, destruido instalaciones militares y edificios civiles, a lo mejor en estos momentos estaríamos viviendo una conflagración general y catastrófica en el Medio Oriente.

No juzgo lo ocurrido, solamente describo los hechos. Y esta descripción me lleva a pensar en las guerras del pasado. Por ejemplo, en esas peregrinaciones armadas en las que caballeros cristianos, los cruzados, llegaban a Palestina con la intención, decían, de recuperar para el Papa de Roma la Tierra Santa, los lugares del nacimiento, los sermones, la crucifixión y la resurrección de Jesús. Estos caballeros llevaban dos tipos de armas: unas de agresión (espadas, mazas, lanzas, dagas, catapultas, arietes) y otras de defensa y protección (escudos, armaduras, cotas de malla o de anillos entrelazados, placas metálicas móviles para los caballeros y para los caballos).

La tecnología ha cambiado mucho, por supuesto, pero no estos dos tipos de armamento. En el mismo hecho de que a la bóveda de defensa israelí haya sido bautizada como escudo o cúpula de hierro, vemos que se usa una metáfora antigua, robada a los tiempos de las cruzadas, pues este armamento de defensa antiaérea no tiene la forma, claro está, de una sombrilla de hierro, sino que la evoca, al no dejar caer sobre sus objetivos las lanzas explosivas que vienen del cielo.

Todo lo anterior solo para decir algo muy simple que se me ocurre esta semana. Qué tal si Europa, Estados Unidos y Occidente en general dotaran a Ucrania, no digamos de armas ofensivas para ganarles la guerra a los invasores rusos y hacerlos retroceder a sus fronteras, pero al menos de armas defensivas suficientes para que Putin no mate más civiles ucranianos y para que no destruya la infraestructura básica de plantas eléctricas, acueductos, represas y reactores nucleares. Supongamos, en gracia de discusión, que tienen razón las almas puras y pacifistas del mundo cuando dicen que no hay que suministrar armas a Ucrania. Bueno, que no les den espadas y lanzas. Está bien, aceptemos el argumento de que no les den nada para que ganen la guerra ni para que maten soldados enemigos, pero ¿qué tiene de malo que les den al menos armas para que no los maten? No les den espadas y lanzas; denles al menos escudos y armaduras de defensa. Es lo mínimo que debería poder tener un país invadido, agredido y destruido: escudos de defensa. Y pienso que esto es válido para Ucrania y también para Gaza. Que al menos los civiles cuenten con armaduras para que Putin y Netanyahu no los maten como si fueran cucarachas.

QOSHE - Los escudos no son lanzas - Héctor Abad Faciolince
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Los escudos no son lanzas

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21.04.2024

En el reciente ataque de Irán a Israel los iraníes lanzaron una combinación de más de 300 drones y misiles que debían llegar a sus objetivos casi simultáneamente. Con los satélites espía de hoy, no solo el ejército israelí sino hasta los medios de comunicación ya sabían que el ataque había empezado desde varias horas antes de que los drones y cohetes llegaran a sus blancos. Era como ver a lo lejos la nube de polvo de una arremetida de caballería que se acerca al galope a atacar una fortaleza. En ese tiempo que pasó, los que tenemos el pésimo hábito de seguir la guerra en tiempo real, estuvimos en ascuas y sin saber el daño que iban a hacer esos drones y misiles, y dónde y cuánto.

Cuando me enteré, por un mensaje de alarma del NYT, de que las sirenas antiaéreas habían empezado a sonar en Jerusalén, ese experto en imaginar catástrofes que soy empezó a figurarse bolas de fuego apocalípticas en las que templos, fieles, mezquitas, sinagogas y barrios........

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