El año que acaba de terminar fue uno de los más dramáticos en el tema migratorio. Las imágenes del naufragio de embarcaciones maltrechas en el Mediterráneo, cuando todavía no se ha hecho el duelo por los muertos de julio de 2022 en las vallas de Mellilla, sobrecogen. En la frontera entre México y los Estados Unidos no se renuevan las imágenes porque la escena siempre se repite –hace poco cuatro miembros de una familia colombo-venezolana se ahogaron tratando de cruzar el río Bravo–, es una constante como la gotera puntual de una cisterna mal cerrada. En realidad, no es un buen símil usar la palabra cerrada, de aquel lado no es una idea peregrina, desde mucho tiempo atrás hace carrera en algunos sectores políticos de los Estados Unidos. Alguien hasta pensó un muro más acá, en plena selva del Darién. El hecho es que el Darién, en la frontera entre Panamá y Colombia, un territorio que fue emporio del cimarronaje en los siglos XVI y XVII –las cifras de población de Panamá de 1575 dicen que, de un total de 5.600 personas negras, 2.500 eran cimarrones–, la esperanza en masa camina a diario entre trochas empantanadas. El Darién es el escenario de una especie de nueva cimarronería trasnacional, trasfronteriza que tiene el mismo propósito de la de antaño, buscar una mejor vida.

Lo que quizá no hemos inventado es la forma de afrontar y nombrar estas nuevas realidades migratorias. Menos cuando se trata de migrantes negros. Por lo menos aquí en Colombia seguimos usando los mismos criterios que usaron algunos de los que luchaban a brazo partido por modernizar al país con las reformas liberales de mediados del siglo XIX: propusieron mandar prostitutas blancas a los lugares donde se liberaran mayor número de esclavizados negros para que se juntaran con estos y se suavizara el carácter pernicioso de la “raza” negra. Los archivos colombianos de comienzos del siglo XX están llenos de quejas por la migración de obreros negros del Caribe insular a los campos petroleros y a la zona bananera del Magdalena. En octubre de 1910, el cónsul de Colombia en Kingston le escribió al Jefe de Resguardos de Santa Marta preocupado porque la United Fruit Company estaba fomentando la migración de jamaicanos como obreros para los cultivos de banano del Magdalena. “Esta migración es la que menos le conviene a nuestro país, por componerla gentes de pésimas costumbres”, decía. Y remataba la carta con meridiana blancura: “Es verdad que nuestro país necesita de inmigración pero de gente sana, blanca, de buenos hábitos, que se establezcan en el país con sus familiares”. Por supuesto, el Jefe de Resguardos no fue inferior a las circunstancias y respondió: “Para café tinto y con leche ya aquí tenemos en cantidad suficiente y no necesitamos más”.

Finalizando el año hubo revuelo nacional porque supuestamente en “El Dorado, de Bogotá, había más de 1.000 ciudadanos africanos exigiendo dinero, comida y hoteles, como parte de unos supuestos ‘beneficios’ prometidos por la vicepresidenta, Francia Márquez, y que Migración Colombia los ha dejado pasar al país”. La noticia, como se comprobó, era falsa, pero algunos se fueron con la finta porque les convenía en su mezquindad política de siempre, y muchos ciudadanos y ciudadanas decidieron hacerle eco por la inveterada fidelidad a sus prejuicios. Pacho Santos, fiel a su condición de payaso con pretensiones de malvado que no termina de encontrar un lugar político porque hasta sus viejos copartidarios lo desprecian, se atrevió a acusar a la vicepresidenta de ser cómplice de trata de personas, e Ingrid Betancourt, que se ha vuelto una especie de penitente política de la ridiculez, después de citar la falsa noticia, dijo en un trino: “¿Cuánto cobró Francia Márquez por traerlos a vivir sabroso?”.

Aquí hay de todo, viejos prejuicios, irresponsabilidad política, desinformación… lo que hace falta es nombrar el racismo estructural que está detrás de estas formas ligeras de referirse a un problema tan complejo como la migración y la desigualdad social que lo produce.

QOSHE - Migración y prejuicios de siempre - Javier Ortiz Cassiani
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Migración y prejuicios de siempre

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04.01.2024

El año que acaba de terminar fue uno de los más dramáticos en el tema migratorio. Las imágenes del naufragio de embarcaciones maltrechas en el Mediterráneo, cuando todavía no se ha hecho el duelo por los muertos de julio de 2022 en las vallas de Mellilla, sobrecogen. En la frontera entre México y los Estados Unidos no se renuevan las imágenes porque la escena siempre se repite –hace poco cuatro miembros de una familia colombo-venezolana se ahogaron tratando de cruzar el río Bravo–, es una constante como la gotera puntual de una cisterna mal cerrada. En realidad, no es un buen símil usar la palabra cerrada, de aquel lado no es una idea peregrina, desde mucho tiempo atrás hace carrera en algunos sectores políticos de los Estados Unidos. Alguien hasta pensó un muro más acá, en plena selva del Darién. El hecho es que el Darién, en la frontera entre Panamá y Colombia, un territorio que fue emporio del cimarronaje en los siglos XVI y XVII –las cifras de población de Panamá de 1575 dicen que, de un........

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