Desde hace un tiempo me gusta escribir la última columna del año alejada del debate político y enfocada en temas más personales e íntimos. Compartir no tanto las ideas que uno tiene, las tesis y reflexiones que se pueden discutir y rebatir, sino aquellas cosas en las que uno cree. Las opiniones y conjeturas, para cada uno sagradas, que nutren el pensamiento y marcan la conducta diaria. Están en la raíz de las causas que uno defiende y las banderas que uno enarbola, pues son las cosas que uno cree cuando está a solas.

Creo, sin ir más lejos, que debemos reconocer y celebrar las cicatrices, porque son las huellas de lecciones vividas y ojalá aprendidas. Creo que quienes se lamentan de una vida insulsa no han descubierto los libros, pues para eso son, para existir con ganas, para viajar sin moverse del puesto, y para crecer y descubrir la tolerancia, mediante el contacto con otras perspectivas y mentes superiores.

Creo que toda mentira es un insulto a la verdad y que además es inútil, porque al final la mentira siempre pierde su máscara. Creo que la aventura no se mide por lo que se hace sino por lo que se siente, y que la ignorancia es una opción, pero la cultura también lo es. Creo que no hay mayor placer que dar, y que la gente debería dar por simple egoísmo, aunque suene paradójico. Creo que el problema de la religión es que su Verdad suele ser absoluta, y por eso debe negar la Verdad de las otras, pues su validez requiere de la invalidez de las demás; y creo que ahí nace la violencia religiosa. Creo que se puede cultivar el espíritu sin pertenecer a una religión precisa, de la misma manera que se pueden tener convicciones políticas sin formar parte de un partido político específico. Creo que una cosa es la Divinidad; otra es la religión, la filosofía que intenta descifrar la Divinidad para su tiempo; y otra es la iglesia, la institución regida por seres falibles que fijan las reglas que ordenan la religión; y que es un error confundir las tres cosas. Creo que el hecho de poder creer es lo que nos hace humanos, y que la brisa es una amable caricia de la naturaleza.

Creo que la vida es un milagro, que existir es un privilegio y que a menudo se nos olvida que todo esto es efímero. Creo que crecer es un prodigio, madurar es una obligación y envejecer es una suerte. Creo que la vida no es justa, desafortunadamente, y que la maldad muchas veces triunfa con impunidad. Creo que conviene reconocer la fragilidad de la existencia, incluso de los hechos transcurridos, porque basta una frase para cambiar el pasado entero. Y creo que la civilización es la mayor creación del hombre, y también la más frágil.

Creo que los hombres tenemos poco que decir sobre el aborto, y aún menos derecho de legislarlo. Creo que el sabor del chocolate tiene algo de mágico. Creo que uno aprende de los errores de los demás, pero la sabiduría sólo se extrae de los errores propios. Creo que el arte atraviesa por un período de crisis, y que Marcel Duchamp validó la pereza y el fraude en las artes. A pesar de su segura utilidad, creo que acudir a la inteligencia artificial es hacer trampa, y más todavía, creo que la inteligencia artificial es una trampa. Creo que una vida sin amor es el más extenso y árido de los desiertos. Creo que un indicio de la grandeza de una persona es su sencillez y empatía, y que quien se siente grande maltratando al indefenso sólo delata su propia pequeñez. Creo que una buena acción limpia el alma, y que una mala la envilece. Creo que la gran lección que Hemingway aprendió de Goya, lo que en Muerte en la tarde él calificó como “un secreto”, es que un fulano humilde puede mostrar el mismo heroísmo de Cristo en la Cruz, y es la misma lección que García Márquez reprodujo en El coronel no tiene quien le escriba. Creo que Einstein y Shakespeare tuvieron ayuda del más allá, que el David de Miguel Ángel representa una decisión, y que el estilo de un artista es una filosofía visible. Y creo que, en cuanto al mar, los navegantes somos siempre aprendices.

Creo que el capitalismo humano existe, y la prueba es Europa. Creo que leemos para no ser iletrados en los temas más valiosos de la vida. Creo que los dolores de la existencia no deben robarnos del gusto por la vida. Creo que es insólito que Shakespeare y Cervantes hayan existido al tiempo y que no se hubieran conocido, pero también es insólito que Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Rafael hayan existido al mismo tiempo, y que se hayan conocido. Creo que la violencia comienza con las palabras, pero también termina con palabras. Y creo, por último, que el corazón es especialmente vulnerable a la traición.

@JuanCarBotero

QOSHE - Creo (2023) - Juan Carlos Botero
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Creo (2023)

13 1
22.12.2023

Desde hace un tiempo me gusta escribir la última columna del año alejada del debate político y enfocada en temas más personales e íntimos. Compartir no tanto las ideas que uno tiene, las tesis y reflexiones que se pueden discutir y rebatir, sino aquellas cosas en las que uno cree. Las opiniones y conjeturas, para cada uno sagradas, que nutren el pensamiento y marcan la conducta diaria. Están en la raíz de las causas que uno defiende y las banderas que uno enarbola, pues son las cosas que uno cree cuando está a solas.

Creo, sin ir más lejos, que debemos reconocer y celebrar las cicatrices, porque son las huellas de lecciones vividas y ojalá aprendidas. Creo que quienes se lamentan de una vida insulsa no han descubierto los libros, pues para eso son, para existir con ganas, para viajar sin moverse del puesto, y para crecer y descubrir la tolerancia, mediante el contacto con otras perspectivas y mentes superiores.

Creo que toda mentira es un insulto a la verdad y que además es inútil, porque al final la mentira siempre pierde su máscara. Creo que la aventura no se mide por lo que se hace sino por lo que se siente, y que la ignorancia es una opción,........

© El Espectador


Get it on Google Play