El presidente Gustavo Petro debe vivir frustrado. Trabajó toda su vida para llegar a la Casa de Nariño solo para estrellarse contra su incapacidad de tener un gobierno más que mediocre. Incapaz de reconocer errores a estas alturas de su vida, hace lo que toda persona inmadura prefiere: entrar en negación, declararse la víctima y salir a gritar contra todas las personas que lo han herido. Sus lamentos públicos generarían empatía si no se tratase de uno de los hombres más poderosos de Colombia.

Parece lejano por todo lo que ha pasado en año y medio, pero hubo un momento en que el presidente Petro lo tenía todo. Contaba con una aprobación altísima, tenía una aplanadora en el Congreso construida a partir de destreza política y altas dosis de mermelada, y hasta consiguió aprobar una reforma tributaria que prometía un recaudo histórico. Su discurso de unir a las dos Colombias tenía esperanza.

Luego todo se jodió.

La reforma a la salud, un embeleco plagado de anacronismos y arrogancia, le rompió la coalición. El presidente autoproclamado como un verdadero liberal no fue capaz de hablar con los liberales de su gabinete y los echó. Ayer dijo que los vinculó al Gobierno “ingenuamente”. Pobrecito, el presidente inocente.

Supongo que es coincidencia, y para nada un reflejo de la personalidad del mandatario, que cada vez más su gobierno se llena de personas con pocas cualidades. El problema no es que sean activistas, sino que son unos descriteriados cuyo principal mérito es que nunca le han llevado la contraria al presidente. Gustavo Bolívar, por ejemplo, el flamante director del Departamento de Prosperidad Social, hizo una campaña tan nefasta a la alcaldía de Bogotá que el petrismo perdió su único gran fortín urbano. Ahora llegó al Estado porque su cuenta de X nunca dejó de ser una elaborada estrategia de propaganda a favor del presidente. Gustavo Petro solo es capaz de trabajar con personas así.

Solo un año y medio después de haber empezado, el presidente Petro muestra que se rindió en la tarea de gobernar. Sacó su as bajo la manga: “Si un gobierno elegido popularmente no puede aplicar la Constitución porque lo rodean para no aplicarla, entonces Colombia tiene que ir a una Asamblea Nacional Constituyente”.

Palabras más, palabras menos, como no fue capaz de aprobar democráticamente sus reformas, pues toca patear la mesa, borrar la Constitución y volver a empezar todo de cero.

Si suena a algo que haría un niño que todavía no sabe controlar sus emociones es porque así son los líderes autoritarios sin capacidad de reflexión.

Es lo mismo que muchas veces propuso Álvaro Uribe Vélez, por cierto, pero ya veo los comentarios venir diciendo que cómo me atrevo a comparar personas con delirios de mesías. No importa. No tengo paciencia para quienes me acusan de tibio a pesar de que son ellos quienes tienen una postura política basada en decirle que sí a lo que diga el presidente Petro.

La Constituyente es un despropósito, ya lo escribirán juristas más reputados que yo. Mi intención es sólo el aspecto político. Un presidente desesperado por sus propios errores y los de su gabinete, por el hecho de que nunca logró construir alianzas políticas más allá de sus fieles más cercanos, y porque no le gusta tener que responder a las fastidiosas normas de la democracia, acude a lo único que cree que sabe hacer: campaña política. Tomarse las calles. ¡Convocar al pueblo soberano! Claro, el pueblo es aquel que piensa como él, todos los demás son presas de una conspiración.

Pobrecito el presidente Petro, un hombre inteligente que sin duda sabe que su Gobierno está estancado e incapaz. Me imagino que por eso sus horarios de trabajo son tan... erráticos.

QOSHE - Pobrecito el presidente Gustavo Petro y su asambleíta constituyente - Juan Carlos Rincón Escalante
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Pobrecito el presidente Gustavo Petro y su asambleíta constituyente

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16.03.2024

El presidente Gustavo Petro debe vivir frustrado. Trabajó toda su vida para llegar a la Casa de Nariño solo para estrellarse contra su incapacidad de tener un gobierno más que mediocre. Incapaz de reconocer errores a estas alturas de su vida, hace lo que toda persona inmadura prefiere: entrar en negación, declararse la víctima y salir a gritar contra todas las personas que lo han herido. Sus lamentos públicos generarían empatía si no se tratase de uno de los hombres más poderosos de Colombia.

Parece lejano por todo lo que ha pasado en año y medio, pero hubo un momento en que el presidente Petro lo tenía todo. Contaba con una aprobación altísima, tenía una aplanadora en el Congreso construida a partir de destreza política y altas dosis de mermelada, y hasta consiguió aprobar una reforma tributaria que prometía un recaudo histórico. Su discurso de unir a las dos Colombias tenía esperanza.

Luego todo se........

© El Espectador


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